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La nube de mosquitos y la necesaria utilidad de Podemos
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La nube de mosquitos y la necesaria utilidad de Podemos

Cuando nació Podemos formaba parte de una 'nube de mosquitos'. Pero el activismo tiene sus límites. Hoy, sin embargo, o es útil o simplemente desaparece en su propia metáfora

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Una de las metáforas más lúcidas de las que han surgido para explicar la irrupción de nuevos movimientos sociales, la puso en circulación la activista canadiense Naomi Klein. Para muchos, un icono de la antiglobalización. Klein sostenía que los activistas que se enfrentaron con dureza a la policía en Seattle (1999), Praga (2000) o Génova (2001) lo hacían a la manera de un nube de mosquitos.

No es que se tratara de una forma de guerrilla urbana contra la policía, como las tácticas que se pusieron de moda en los años 70 en Italia, sino que la expresión nube de mosquitos pretendía reflejar los innumerables grupúsculos a los que unía el rechazo a la globalización y el llamado 'consenso de Washington'. Esa nube de mosquitos, de hecho, permitía meter en el mismo barco a anarquistas, marxistas, socialdemócratas clásicos, ecologistas, pacifistas, feministas y, en fin, a toda una serie de sensibilidades políticas que hasta entonces actuaba de forma dispersa y descentralizada, pero que, al mismo tiempo, disponían de una enorme capacidad de movilización en torno a un mismo objetivo.

Iglesias: "Sé que he decepcionado a mucha gente".

Su eficacia política fue indiscutible, hasta el punto de que los gobiernos (tras la fallida Ronda de Doha) tuvieron que suspender sus reuniones comerciales globales para avanzar en acuerdos bilaterales, que son los que hoy imperan en el comercio mundial. Ya sean entre estados o entre bloques comerciales. Como señaló la propia Klein, ese movimiento descentralizado, "que se parecía más a una nube de mosquitos que a cualquier otra cosa", habría conseguido ya "educar y radicalizar a toda una generación de activistas en todo el planeta".

Pablo Iglesias Turrión fue uno de ellos. Y, de hecho, su tesis doctoral lleva por título 'Multitud y acción colectiva postnacional; un estudio comparado de los desobedientes: de Italia a Madrid (2000-2005)'. El líder de Podemos asume en la tesis que elaboró para obtener el grado de doctor los argumentos de Klein, y recuerda en su escrito que la forma de red —esa nube de mosquitos— no solo representa el "paradigma organizativo para definir a los movimientos globales", sino que expresa también las "dinámicas de funcionamiento del capitalismo en su fase actual".

Los descontentos

Ese modelo organizativo es el que procuró Podemos desde su nacimiento. Frente al sistema clásico, en el que cada ciudadano se afiliaba a un partido en torno a una ideología (eje tradicional derecha-izquierda), lo que buscaba la formación morada era la unión de fuerzas alrededor de un mismo objetivo, ya fuera contra los recortes, los incrementos de la desigualdad o la corrupción, lo que permitiría sumar fuerzas desde posiciones ideológicas distintas. Algo que explica que Podemos (ya con la suma de IU) llegara a obtener más de cinco millones de votos en 2016. Como se ha dicho hasta la saciedad, Podemos canalizó el voto de los descontentos.

El propio Iglesias consideró en su tesis doctoral que el modelo organizativo en red "se haría hegemónico entre los colectivos europeos". Es más, en su opinión se abría "una vía organizativa alternativa al centralismo de las organizaciones de la izquierda clásica". Los círculos frente al célebre centralismo democrático, tradicional en los partidos comunistas.

La nube de mosquitos ha servido para protestar contra los excesos del capitalismo financiero, y de ahí la necesidad de proteger ese espacio político

Una cosa es predicar y otra dar trigo; sin embargo, la realidad ha sido muy distinta. Probablemente, porque la resistencia del actual capitalismo financiero (muy distinto al industrial o al puramente mercantil) es más fuerte de lo previsto por Klein e Iglesias (y otros muchos). Sin duda, por su enorme capacidad de adaptación al cambio tecnológico, que ha facilitado (junto al desarme arancelario) la libre circulación de capitales y de mercancías, lo que ha obligado a los gobiernos de izquierdas a ser muy cautelosos cuando alcanzan el poder (ahí están los casos de Grecia y Portugal o, incluso, España) ante el miedo a una fuga de la inversión extranjera. Pero también porque esos nuevos movimientos sociales que surgieron tras la cumbre de Seattle tenían una función eminentemente defensiva ('contra Franco vivíamos mejor'), ya fuera contra la globalización, contra los bajos salarios, contra la pérdida de derechos civiles o contra los recortes.

Es decir, la nube de mosquitos —en España representada por Podemos y las confluencias— ha servido para protestar contra los excesos (y los fracasos) del capitalismo financiero, y de ahí la necesidad de proteger ese espacio político, incapaz, por el momento, de construir una alternativa sólida. Una sociedad que no tiene válvulas de escape acaba pudriéndose en su mediocridad.

Es probable que las dificultades para articular una estrategia procedan, precisamente, de que Podemos y su entorno (como le sucedió al PCE en su día) fue construido sobre el activismo político (la lucha contra el dictador), cuya práctica no obliga a dar una respuesta global a muchos de los nuevos problemas, que exigen soluciones complejas que conecten con el momento social. No basta con diseñar un discurso, sino que debe ser coherente con las necesidades de un país con más de 25.000 dólares de renta per cápita y construido, todavía, sobre unas nutridas clases medias más preocupadas por llegar a fin de mes que por Laclau.

Podemos y el nacionalismo

Y ahí está, por ejemplo, la encrucijada en que se mueven Podemos y sus aliados sobre la idea de España, un asunto en el que Pablo Iglesias no ha sabido dar una respuesta global, y que necesariamente pasa por un nuevo pacto constitucional que obviamente debe incluir a los partidos de centro derecha si lo que se pretende es que la Carta Magna dure varias generaciones.

Sectores de la izquierda han confundido el nacionalismo, que aspira a un Estado propio, con un movimiento que busca la libertad y la democracia

Aunque no solo Iglesias. Como alguien ha dicho, amplios sectores de la izquierda han confundido un movimiento intrínsecamente nacionalista como el catalán, que aspira legítimamente a la independencia y a la construcción de un Estado propio, con un movimiento que busca la libertad y la democracia.

Cataluña, en todo caso, solo explica una parte de los problemas de Podemos, que se derivan, por el contrario, de la gestión de expectativas. Iglesias sabía mejor que nadie que los 71 diputados de 2016 tenían mucho de coyuntural y que necesariamente había que vincularlos a la crisis. Pero en lugar de construir un partido coral (integrando a las minorías) y pensado para ampliar pacientemente el espacio que tradicionalmente ha cubierto Izquierda Unida (alrededor de dos millones de votos), optó por intentar convertirlo en lo que los alemanes llaman 'volkspartei', expresión que define a los partidos que buscan el respaldo mayoritario de amplias capas de la población.

Un espacio, como se sabe, tradicionalmente ocupado por el centro derecha y la izquierda moderada. Pero, y aquí está la paradoja, sin querer asumir el coste electoral que tiene el pragmatismo político. Probablemente, por la alergia que tienen los nuevos partidos (es una enfermedad que ha prendido en Ciudadanos como en ninguna otra formación) a asumir el coste de determinadas decisiones políticas impopulares.

El discurso debe ser coherente con un país construido, todavía, sobre las clases medias. Más preocupadas por llegar a fin de mes que por Laclau

Y ya se sabe, cuando uno se exige demasiado se hace menos atractivo. Está demostrado que la ambición desmesurada —"soy muy excesivo en todo", llego a escribir recientemente—, suele generar frustración, toda vez que el electorado tiende a desanimarse en la medida en que los objetivos prometidos no llegan (y menos en una legislatura corta).

Cuando Iglesias ha querido poner en marcha ese pragmatismo, buscando apoyos para aprobar los PGE de 2019, era ya demasiado tarde, y no lo hacía porque fuera un convencido de la alianza con el PSOE (ahí está la votación de 2016), sino porque las expectativas electorales amenazaban ruina. Entre otras cosas, y aquí está la contradicción que fagocita a Podemos, porque a su propia dispersión ideológica (la nube de mosquitos) se une la disgregación territorial de su espacio político, lo que impide que la formación de Pablo Iglesias se pueda convertir en un partido 'volkspartei' (atrapalotodo), capaz de aprovechar determinadas circunstancias, como la crisis de la socialdemocracia.

El pacto rojiverde

No es un problema nuevo en la izquierda situada a la izquierda de los partidos socialdemócratas. Los Verdes alemanes se enfrentaron a esta disyuntiva hace casi dos décadas y entonces su líder, Joschka Fischer, entró el Gobierno de Schröder como vicecanciller y ministro de Exteriores. Desde entonces, Los Verdes han obtenido, a nivel federal, entre el 6,7% (1998) y el 10,7% (2009) de los votos. O lo que es lo mismo, alrededor de cuatro millones de papeletas en cada elección. Y su pragmatismo le ha llevado a gobernar, incluso, con la CDU en el rico estado de Baden-Wurtemberg conscientes de que en la medida que los partidos se radicalizan, las probabilidades de encontrar alianzas se reducen.

Podemos optó por el camino contrario y eso explica que la nube de mosquitos sea cada vez menos eficaz para frenar el capitalismo financiero

Muchos pensaran que se trata de una estrategia equivocada, pero lo cierto es que algunas encuestas pronostican que Los Verdes —con una copresidencia de un hombre y una mujer— pueden alcanzar al SPD en unas generales. Entre otras cosas, porque han podido recoger, incluso, el voto de una parte de los centristas de la CDU/CSU incómodos con su derechización. Por lo pronto, en las últimas celebradas en Baviera lograron un 17,6%, más del doble que en 2013, y han ganado en siete de las mayores ciudades del estado, empezando por Múnich, donde han cosechado un 30% de media. Y todo ello sin renunciar a determinados principios, como son la defensa de las fronteras abiertas, de los refugiados y de una mayor integración europea.

Los Verdes también se han aprovechado de la enorme sequía que padece el país, y que ha tenido un fuerte coste económico, toda vez que ha frenado el transporte de mercancías por el rio Rin, lo que ha alertado a muchos votantes socialdemócratas (también de la CDU), que antes se movían más por criterios ideológicos (derecha e izquierda) que estrictamente pragmáticos.

Podemos optó por el camino contrario —más allá de errores groseros como el del chalé, el impúdico reparto de RTVE o la exclusión de las minorías—, y eso explica que la nube de mosquitos, que nació en un ecosistema muy concreto, sea cada vez menos eficaz para frenar el capitalismo financiero. Justamente para lo que nació. Y si Podemos no es útil, simplemente acabará sucumbiendo ante su propia metáfora.

Una de las metáforas más lúcidas de las que han surgido para explicar la irrupción de nuevos movimientos sociales, la puso en circulación la activista canadiense Naomi Klein. Para muchos, un icono de la antiglobalización. Klein sostenía que los activistas que se enfrentaron con dureza a la policía en Seattle (1999), Praga (2000) o Génova (2001) lo hacían a la manera de un nube de mosquitos.

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