Mientras Tanto
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Abascal y Torra ganan sin bajarse del autobús
La cuestión territorial continúa envenenando la vida política. Hasta el punto de que todo gira en torno a Cataluña y los separatismos. Los viejos fantasmas en estado puro
Ni Abascal ni Torra estuvieron en el debate de este lunes en el viejo Estudio 1 de Prado del Rey, pero su espíritu lo ha sobrevolado durante casi hora y media. Como si se tratara de una maldición bíblica de la que no se puede librar la política española. Probablemente, porque tanto el independentismo como Vox son hijos de un mismo padre: el viejo fantasma territorial que atormenta a este país desde hace siglos. Las dos caras de una misma moneda. Unos y otros se necesitan para seguir creciendo.
El soberanismo ha jugado desde hace mucho tiempo a espolear el rancio nacionalismo español del teatro de la comedia para demostrar que España no es un país democrático por no aceptar la autodeterminación, pero también Casado y Rivera son conscientes —ahí está la imagen del líder de Cs con la foto de Torra y Sánchez— de que Cataluña es hoy la nueva frontera de las dos Españas, como antes lo fue la cuestión social o la separación Iglesia-Estado. Y eso explica su obsesión por convertir el asunto de Cataluña —la razón que esconde la eclosión de Vox como partido político, como se vio en Andalucía— en la cuestión central de sus ataques a Sánchez. Y si todo sigue girando en torno a Cataluña, quienes ganan son Vox y los independentistas, que es probable que vuelvan a ser los árbitros del sistema político.
Por su parte, el presidente del Gobierno, con argumentos muy parecidos, ha intentado durante toda la campaña recuperar el viejo eje izquierda-derecha, pero con un solo objetivo: demostrar que las tres derechas son la misma cosa. O lo que es lo mismo, que da igual votar a Rivera que a Abascal o Casado. Los tres opinan lo mismo sobre Cataluña y los tres ‘desprecian’ a Sánchez porque lleva en la frente tatuada, como dijo Rivera, la palabra 'indulto'. La convivencia, según Sánchez, está rota. No hay nada que hacer.
¿El resultado? Cataluña —o, mejor dicho, el ‘procés’— sigue embarrando (y hasta envenenando) la política española. Hasta tal punto que un debate que pretendía dar soluciones para atacar los problemas de 46 millones de españoles ha seguido estando trufado de continuas referencias a Cataluña y al soberanismo, lo cual solo significa que, en la política española, como en la canción de Abba, el ganador se lo llevará todo. O lo que es lo mismo, gane quien gane tendrá enfrente al otro bloque, lo cual liquida cualquier tentación de transversalidad, que es un concepto esencial en cualquier democracia. Máxime cuando cualquier victoria será por la mínima. Con estos bueyes habrá que arar.
El hecho de que Cataluña sea la frontera de las dos Españas no es un asunto baladí. Como se ha visto en el debate, es un incentivo para que Sánchez, Casado y Rivera nieguen cualquier acuerdo en todo los demás, incluyendo los asuntos de política económica, dando la falsa impresión de que las propuestas de los tres partidos son totalmente antagónicas, cuando la realidad es muy distinta.
Cualquier política fiscal debe ser coherente con lo que se decida en Bruselas y Fráncfort, a quienes el Estado español ha transferido buena parte de su soberanía, lo cual deja en mal lugar esa idea pomposa expresada por Casado de hacer “la mayor revolución fiscal de la historia”. Thatcher y Reagan deben estar contentos en sus tumbas.
Constitución y régimen del 78
El caso de Pablo Iglesias es distinto. En su enésima mutación, ha decidido tirar del viejo manual de Julio Anguita y reivindicar ahora la vieja Constitución del régimen del 78, lo cual no deja de tener mérito. Probablemente, porque si no toca poder muy rápidamente el futuro de Unidas Podemos será algo más que difícil, lo que explica la nueva estrategia de aparecer ante los electores como un hombre de Estado que ya no mete miedo al sistema sino que intenta cambiarlo desde dentro.
Algo parecido a lo que intenta hacer Pedro Sánchez, que se ha agarrado a un perfil bajo para explotar las contradicciones de las tres derechas, lo cual tiene un indudable riesgo político. El tono plomizo del presidente del Gobierno hablando de desigualdad, exclusión social o de pobreza infantil, asuntos desde luego enormemente relevantes que determinan la calidad de una sociedad, contrastaba con esa derecha 'sin complejos' representada por Rivera y Casado ofreciendo rebajas fiscales como si no hubiera mañana o como si el endeudamiento público fuera una milonga. Pero con un discurso, hay que decirlo, que puede ser muy eficaz en términos electorales. Desde luego, mucho más que uno muy matizado, pero incomprensible para amplios segmentos de la población, y que le obligará a Sánchez a ser mucho más agresivo en el debate de esta noche.
O lo que es todavía más significativo, analizando la coyuntura económica como si España fuera una isla en el mundo que pudiera manejar su política económica a su antojo, cuando la realidad es muy distinta. Es el contexto global, la geopolítica, el que hoy determina el futuro en economías muy abiertas en las que más de una tercera parte del PIB tiene que ver con las exportaciones.
La economía, la educación, las infraestructuras, las políticas de investigación, y no digamos la cultura, son, en todo caso, asuntos marginales en esta campaña, como se ha visto en el debate. Lo relevante es lo que pase en Cataluña o los pactos con Bildu, lo cual deja a la política en muy mal lugar.
Lo dijo bien claro Rivera en el debate: quiero una tarjeta sanitaria para toda España. Se le olvidó decir que ya existe. Cualquier español tiene el derecho a ser tratado en cualquier punto del país. Otra cosa es que la burocracia lo entorpezca. El territorio, siempre el territorio. España, siempre España.
Ni Abascal ni Torra estuvieron en el debate de este lunes en el viejo Estudio 1 de Prado del Rey, pero su espíritu lo ha sobrevolado durante casi hora y media. Como si se tratara de una maldición bíblica de la que no se puede librar la política española. Probablemente, porque tanto el independentismo como Vox son hijos de un mismo padre: el viejo fantasma territorial que atormenta a este país desde hace siglos. Las dos caras de una misma moneda. Unos y otros se necesitan para seguir creciendo.
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