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Cómo combatir a Vox después de lo de Andalucía
La entrada en juego del partido de Abascal dibuja un nuevo mapa político en España y abre algunos interrogantes sobre el recorrido real de este tipo de fuerzas
No estoy seguro de que combatir a Vox sirva de mucho, ni tampoco de que sea pertinente. Llevamos tiempo situados en escenarios similares (hay que combatir el Brexit, hay que combatir a Trump, hay que combatir a Bolsonaro, hay que combatir a Salvini…) y conocemos los resultados. E incluso cuando ha funcionado (hay que combatir a Le Pen), lo único que se parece haber logrado es algo de tiempo: los chalecos amarillos son el síntoma del nuevo impulso de la derecha en Francia y de un Macron aún más frágil. De modo que si el objetivo es impedir el éxito de líderes de esta clase, el 'combate' no parece una buena idea.
George Lakoff advirtió insistentemente, y lo ha repetido no hace tanto con motivo de los tuits de Trump, acerca de cómo el enfoque de los medios de comunicación no hacía más que reforzar al presidente estadounidense. En el caso de la nueva derecha europea, que es también el de Vox, ocurre igual, porque seguimos presa del marco que fijan. La extrema derecha es como Marie Kondo: no sabía que existía pero me enteré porque todo el mundo se metía con ella. Mediante la polémica, las declaraciones altisonantes, llamativas o exageradas, genera una reacción amplia, y mucha gente se posiciona alrededor de los asuntos que propone, especialmente en redes y medios. Pero, al actuar así, es ella la que fija los asuntos que se discuten: establece el marco, como decía Lakoff. Todo este giro hacia asuntos identitarios, las banderas, los inmigrantes, el contrafeminismo y demás, son temas elegidos por la derecha porque les vienen bien para crecer.
A través de las reacciones hostiles a sus propuestas, la extrema derecha dibuja a sus adversarios políticos como radicales y agresivos
Hay algo peor, porque está dinámica implica también malentender cómo se ha desarrollado la derecha extrema en Occidente, donde importa tanto el marco como la respuesta. La idea esencial, y así ha funcionado en Facebook con mucho éxito, es lanzar una idea provocadora y bombardear con ella tanto a posibles partidarios como a detractores. Eso hizo Vox, que bombardeó a grupos de usuarios de izquierda “con mensajes diseñados para 'calentarlos' en busca de la viralidad que necesita”. Y una vez que la respuesta se produce, lo que se viraliza también son las reacciones, a menudo exageradas, encendidas y muy hostiles. De este modo, la derecha puede dibujar a sus oponentes como personas muy radicales y agresivas, gente que ha perdido toda conexión con el sentido común. Construyen la realidad, también mediante las reacciones, que les son útiles para movilizar a los suyos y para ganarse la simpatía de otros grupos de votantes.
La vía de la exageración
En esta celada ha caído habitualmente la izquierda, que ha insultado repetidamente a los votantes de las opciones de derecha (a los que primero calificó de viejos, paletos, casposos y fuera de su tiempo, como ocurrió con el Brexit o con Trump, y después ya decidió llamarles fascistas) y que ha disfrutado mucho actuando reactivamente: si la derecha critica el feminismo, se contesta siendo muchísimo más feminista; si ataca a la emigración, enseguida surgen los tuits en plan “hay que dar papeles a todos”; si defienden la caza, se contesta con "los cazadores son lo peor". Y así sucesivamente, como si hubieran decidido afirmar la verdad de sus posiciones por la vía de la exageración.
'Combatir a Vox', es decir, repetir el argumentario que se utilizó contra Podemos, tendrá dos beneficiados, y uno será el PSOE
Es curioso que la izquierda caiga en esta trampa, porque en España la conocemos bien de tiempos recientes. Cuando surgió Podemos, el PP ayudó mucho a construir un enemigo peligroso, el amigo de Maduro, el asalariado de Irán, el sucesor de Stalin, que podía llevar a España al apocalipsis. Con ese simple movimiento tenía la campaña hecha: bastaba con subrayar los enormes males que causaría Podemos, al que además ayudaría el PSOE, para tapar su ineficacia en el Gobierno y sus problemas en los juzgados. Al afirmar que era el único partido que podía parar a los rojos, logró seguir liderando las votaciones en las urnas.
¿Qué hacer?
Hoy, 'combatir a Vox', es decir, repetir el argumentario que se utilizó contra Podemos pero desde el otro lado del espectro político, tendrá dos beneficiados: el PSOE, que podrá ganar el voto útil para combatir a la ultraderecha y a la alianza de las derechas, y el partido que primero quede de los tres de la derecha, porque la suma le puede dar el gobierno, como hemos visto en Andalucía. Pero que la política española gire en torno a esa nueva fractura supondrá también un problema de polarización y otro de inacción.
PP y Ciudadanos saldrán perjudicados por el crecimiento de los de Abascal, de modo que tendrán que confrontar con ellos
¿Qué hacer entonces para salir de este escenario? ¿Hay formas de contestar a otras opciones políticas que pasen por no reforzarlas o la mejor postura es ignorarlas? Hay que entender primero que Vox es un partido minoritario. Por situarnos: puede que las encuestas le otorguen recorrido, pero se trata de una formación cuyas ideas no han penetrado en el electorado español, y que generan más animadversión y prevención que simpatías.
Ademas, 'combatir a Vox' es una tarea que tendrán que hacer, en primer lugar, los suyos. Tanto Ciudadanos como PP serán los principales damnificados por el crecimiento de los de Abascal, si es que se produce, y en especial los populares. Es época de elecciones, y por más guiños que se hagan para después de mayo, continúan siendo rivales en el mercado del voto, por lo que, en esa disputa por su espacio, las derechas también tendrán que ser hostiles entre sí.
La segunda parte de Aznar
En tercer lugar, con el acuerdo de Andalucía, Vox se ha mostrado no como un partido extrasistémico dispuesto a crecer por sí mismo, sino como muleta para ayudar a que las derechas gobiernen, lo cual les resta opciones. Si no logran superar al PP, lo que parece extraño a estas alturas, lo más que pueden lograr es que los populares les compren parte del programa. En este caso, finalmente, no habría que 'combatir a Vox', sino a una suerte de segunda parte de Aznar, y en eso hay experiencia acumulada. Oponerse al aznarismo, es decir, al peor dirigente que ha tenido España en la democracia, no debería ser tan difícil.
Estamos ante un nuevo momento político, que en España se sustancia con elementos peculiares, pero no ante el regreso de Hitler
Por supuesto, habría que abandonar el histerismo, las descalificaciones permanentes, esos frentes airados, las equiparaciones con la Alemania años treinta y demás, porque no son útiles y tampoco son ciertas. Estamos ante un nuevo momento político, que en España se sustancia con elementos peculiares, pero no ante el regreso de Hitler, del mismo modo que la llegada de Pablo Iglesias no era el regreso de Stalin.
El proyecto
Es cierto que estas opciones políticas pueden ganar espacio y derivar hacia escenarios peores, y no hay más que ver el giro político en Occidente, pero en ese caso estaríamos más ante un nuevo bonapartismo, como el descrito por Marx en el 18 brumario, que ante el fascismo de los años treinta. De momento, no es el caso. Y para evitar que eso se produzca, lo mejor es ahondar en las contradicciones de estos movimientos, porque apenas pueden llevar a la práctica lo que prometen. Hay algunas pistas, pero se puede hacer mucho más en ese sentido, porque la mayoría de propuestas que ofrecen a sus votantes les van a perjudicar y esa contradicción debe aprovecharse políticamente.
Y, sobre todo, habría que dejar de pelear en el terreno que fija esta derecha. Puede que sea útil electoralmente para algún partido, como el PSOE, pero concentrar todas las energías en parar al otro deja intocado un elemento esencial para cambiar de marco: el proyecto. Se trata de saber cuáles son los temas esenciales para los españoles, qué propuestas se pueden llevar a cabo y, sobre todo, qué tipo de sociedad se pretende para el futuro. En España es difícil, porque derecha e izquierda están muy ancladas en las cuestiones culturales, y ambas disfrutan confrontando alrededor de estos asuntos. Al final, hablan sobre los mismos temas, adoptan posturas alejadas pero simétricas y ahí acaba todo. Sin embargo, si se lee lo que propone Elizabeth Warren acerca de la predistribución y qué hacer con los mercados y de la importancia del consumo, o se analizan algunas propuestas de Sanders o Corbyn, se comprende rápido que, además de creer que el feminismo será la tumba del fascismo, hay líderes que tienen otras perspectivas que pueden ser muy útiles. Porque el fondo del asunto, para salir de esta trampa del marco, es proponer modelos distintos de sociedad, culturales pero también materiales. A la izquierda le faltan y ya se ha advertido suficientemente sobre ello, pero también al mundo liberal, que será el próximo damnificado de esta nueva derecha.
No estoy seguro de que combatir a Vox sirva de mucho, ni tampoco de que sea pertinente. Llevamos tiempo situados en escenarios similares (hay que combatir el Brexit, hay que combatir a Trump, hay que combatir a Bolsonaro, hay que combatir a Salvini…) y conocemos los resultados. E incluso cuando ha funcionado (hay que combatir a Le Pen), lo único que se parece haber logrado es algo de tiempo: los chalecos amarillos son el síntoma del nuevo impulso de la derecha en Francia y de un Macron aún más frágil. De modo que si el objetivo es impedir el éxito de líderes de esta clase, el 'combate' no parece una buena idea.