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Iglesias a Sánchez: "Seremos pocos, pero honrados"
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Iglesias a Sánchez: "Seremos pocos, pero honrados"

Iglesias es, sobre todo, un activista. Y eso le da una ventaja respecto a Sánchez. Se puede ir a casa y ganar la guerra de las conciencias, que es lo que buscan las vanguardias

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el secretrario general de Podemos, Pablo Iglesias. (Foto cedida por el PSOE)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el secretrario general de Podemos, Pablo Iglesias. (Foto cedida por el PSOE)

"Parece que Sánchez no se ha dado cuenta de que le faltan 53 escaños para poder ser investido presidente del Gobierno", sostenía en privado hace unos días un antiguo dirigente del partido socialista, hoy alejado del día a día de la política. Su apreciación, cargada de ironía, es, casi, una obviedad, pero desmonta esa absurda estrategia de Moncloa —el falso mito Redondo no es más que puro marketing político vacío de contenido programático— de querer dar la impresión de que la investidura es una cuestión de Estado, pero solo "para los otros", toda vez que Sánchez es y será presidente del Gobierno por gracia divina. Una especie de "porque yo lo valgo", que decía el exdirigente socialista, que esconde, en realidad, un atropello al valor de los votos ajenos.

Pablo Iglesias, en este sentido, tiene razón. No se pueden ganar las elecciones —incluso las primarias— mirando a la izquierda y luego suspirar hasta el ridículo —ahí están los 66 diputados socialistas pidiendo la abstención— para que la derecha te entregue los votos apelando, precisamente, a las mismas razones que el propio Sánchez despreció hace tres años, lo cual no deja de ser un fraude electoral y un insulto a la inteligencia.

Si Sánchez entiende que gobernar en coalición con Unidas Podemos era inasumible, tenía que haberlo aclarado a sus electores

Esta incoherencia ideológica es lo que explica, sin duda, los bandazos que está dando el PSOE en estas falsas negociaciones (tres meses después se habla de comisiones negociadoras) a las que se ha vaciado de contenido real más allá de querer salvar la cara ante la opinión pública con propuestas de bajo calado político.

Si Sánchez entiende que gobernar en coalición con Unidas Podemos es inasumible por razones de Estado, lo cual es legítimo, tenía que haberlo aclarado a sus electores. En su lugar, alimentó esa idea de un Gobierno 'de progreso' para ganar votos por su izquierda, y de ahí el célebre 'con Rivera, no', de la noche electoral del 28-A, lo que le venía muy bien para afrontar las elecciones posteriores.

El resultado de esa estrategia es ahora una catástrofe. El país político sigue paralizado —al menos el económico sigue funcionando— y nada indica que pueda haber un acuerdo. Entre otras cosas, porque es probable que Sánchez no haya valorado de forma lúcida la posición de Iglesias, que, en esta partida, aunque parezca lo contrario, tiene poco que perder.

El líder de Unidas Podemos es, ante todo, un activista. Es decir, alguien a quien le interesa, sobre todo, lo que rodea a la política, pero no en el sentido clásico de gestionar la cosa pública desde un despacho o desde una poltrona.

Autoestima

Como han puesto de relieve algunos estudios psicosociales, los activistas presentan una autoestima más elevada y un mayor control interno que los militantes tradicionales de los partidos, que aceptan de manera más sumisa la disciplina de la organización. De ahí el caos en el que habitualmente se sumerge la izquierda española. Todos y cada uno se sienten protagonistas de la historia, como las activistas, que ven en la acción directa el motor que mueve el mundo. No es de extrañar, en este sentido, que la tesis doctoral de Pablo Iglesias profundice, precisamente, en el valor del activismo político a partir de los movimientos sociales contra la globalización: Seattle, Praga, Génova…

A Iglesias lo que le interesa no es solo colocar a varios ministros, que también, sino demostrar que es Sánchez quien impide el pacto

Lo que Iglesias pretende demostrar en su tesis es que el activismo es una parte consustancial de la política, y hace suya una frase de Toni Negri en la que el pensador italiano, cerebro intelectual de la guerrilla urbana de la Italia de los años 70, sugiere que "estos chicos [los activistas] no son menos revolucionarios que los bolcheviques, pero son mucho más inteligentes, son conscientes del hecho de que modificar la sociedad hoy, significa pasar a través de las conciencias".

Es decir, a Iglesias lo que le interesa no es solo colocar a varios ministros, que también, sino demostrar que es Pedro Sánchez quien impide avanzar en la formación de Gobierno, lo que de alguna manera le da argumentos sólidos (por eso convoca el referéndum interno) para continuar avanzando en una herramienta fundamental para un activista: la conciencia como valor intangible en la lucha política. Es el PSOE quien no quiere un ejecutivo de izquierdas y quien engañó a sus votantes sugiriendo que favorecería un gobierno de progreso.

Cargado de argumentos

Iglesias, de esta manera, es probable que salga reforzado dentro de su organización. Paradójicamente, justo en sus peores momentos como líder de Unidas Podemos. Precisamente, porque se ha cargado de argumentos, lo que en todo caso le vendrá muy bien si en algún momento decide, por voluntad propia u obligado por las circunstancias, abandonar la dirección de Podemos y volver al activismo, que es, en realidad, lo que le pide el cuerpo.

Aceptar la oferta del PSOE sería una humillación que ningún líder está dispuesto a aceptar, aunque Podemos saliera escaldado en unas elecciones

Como decía hace unos días una dirigente de Podemos, "Sánchez no ha valorado suficientemente que a Iglesias no le importaría nada volver a La Tuerka y ser la conciencia de la izquierda, pero ahora cargado de razones". Entre otras cosas porque si Iglesias no consigue colocar a varios ministros en el Gobierno de Sánchez sería una derrota sin paliativos, y de ahí que juegue la partida a todo o nada. Incluso, ocupando dentro de Podemos el espacio de los anticapitalistas, lo que explica la reacción desabrida de Teresa Rodríguez hablando de que convocar un referéndum interno es un "insulto a la inteligencia".

Aceptar sin más la oferta del PSOE sería una humillación que ningún líder está dispuesto a aceptar, aunque en unas futuras elecciones Podemos saliera escaldado. Aunque también el PSOE si Errejón se cuela (como lo ha hecho Vox en la derecha) en la competición política habida cuenta de la ley electoral. De ahí que a Sánchez le pueda pasar como a Jacques Chirac en 1997, que adelantó las elecciones legislativas para ganar y al final perdió.

La guerra de Iglesias —que le está ganando el relato a Sánchez— es la guerra de la conciencia, y no una mera cuestión de correlación de fuerzas, cuyo planteamiento incorpora factores tácticos incompatibles con el activismo político, grabado a fuego en el fondo del pensamiento del líder de Podemos, lo que explica su camaleónico comportamiento. Unas veces aparece como hombre de Estado y otras como un activista corriendo delante de la policía por las calles de Praga o Génova.

La vanguardia

El activismo, de hecho, es consustancial al concepto de 'vanguardia', que nace para romper los marcos tradicionales de acción política. Y las vanguardias, como se sabe, no necesitan de grandes partidos de masas, sino que en su ADN está ser la 'conciencia incorruptible' del sistema social. O lo que es lo mismo, seremos pocos, pero honrados, que es lo que, de alguna manera, le viene a decir Iglesias a Sánchez. Este es el debate en el que se mueve hoy el líder de Podemos, para quien lo más fácil (a corto plazo) sería entregar un cheque en blanco a Sánchez y aquí paz y después gloria.

Aquel "con Rivera, no", de hecho, es la trampa en la que ha caído el propio Sánchez, que ha estrechado el campo de juego fomentando el bibloquismo

Es por eso por lo que la "estrategia de la humillación" a Podemos, como decía el antiguo dirigente socialista, no le va a funcionar a Sánchez, que, por el contrario, refuerza la posición de Iglesias en su partido. No hay nada mejor para un líder político que ser humillado ante la vista de todos por otro partido mayoritario, lo que refuerza su imagen ante las bases, que siempre tienden a arropar a la organización frente a presiones externas. Y la propuesta de hacer un Gobierno de 'ricos y famosos' procedentes del mundo de Podemos no es más que una idea absurda que solo puede salir de alguien que, como decía de forma malévola Tom Wolfe de Chomsky, nunca ha salido de una habitación sin aire acondicionado, que es lo que les suele suceder a los gurús de la nada. A los brujos del marketing político.

Aquel 'con Rivera, no', de hecho, es la trampa en la que ha caído el propio Sánchez, que ha estrechado el campo de juego fomentando el bibloquismo —el trifachito contra el progreso— y ahora se encuentra con que no hay territorio por el que avanzar. Todo lo que sea mirar hacia la derecha, para muchos militantes y votantes socialistas, es una forma de colaborar con los nuevos reaccionarios del siglo XXI: Vox, PP y Ciudadanos.

Un escenario políticamente horroroso que favorece que no haya trasvase entre bloques, lo cual es una tragedia desde el punto de vista de la gobernabilidad. Obviamente, porque ha sido el propio Sánchez —y Rivera— quien ha jugado a alimentar el eje derecha-izquierda. Favoreciendo, a la larga, el bloqueo político. Es lo que pasa cuando se confunde la política con un concurso de televisión o con una pasarela propagandista diseñada por el mago de la Moncloa.

"Parece que Sánchez no se ha dado cuenta de que le faltan 53 escaños para poder ser investido presidente del Gobierno", sostenía en privado hace unos días un antiguo dirigente del partido socialista, hoy alejado del día a día de la política. Su apreciación, cargada de ironía, es, casi, una obviedad, pero desmonta esa absurda estrategia de Moncloa —el falso mito Redondo no es más que puro marketing político vacío de contenido programático— de querer dar la impresión de que la investidura es una cuestión de Estado, pero solo "para los otros", toda vez que Sánchez es y será presidente del Gobierno por gracia divina. Una especie de "porque yo lo valgo", que decía el exdirigente socialista, que esconde, en realidad, un atropello al valor de los votos ajenos.

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