Mientras Tanto
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La peor clase política de la democracia en el peor momento
La caída de la renta per cápita respecto de la UE es solo el primer aviso. España se desliza hacia la irrelevancia. La clase política ha olvidado para lo que nació: resolver problemas
Es verdad que la economía no lo es todo, pero quizás merezca la pena recordar, ahora que la política está patas arriba, la última publicación de Eurostat, la agencia estadística de la UE sobre la evolución de los PIB per cápita. Es decir, la riqueza relativa de los españoles en términos de paridad de poder de compra respecto de los socios europeos, lo que permite hacer comparaciones homogéneas.
Y es relevante no solo porque es la medida que mejor mide el bienestar económico de un país sino también porque refleja la eficacia de las políticas públicas y su capacidad para ensanchar el potencial de crecimiento, que en última instancia es lo que permite satisfacer las demandas sociales en educación, salud, infraestructuras u oferta cultural sin generar desequilibrios macroeconómicos que a la larga se pagan con recortes. Al fin y al cabo, como sostenía el Nobel Angus Deaton*, la ausencia de libertad, ahora que muchos se llenan la boca en vano, “es la pobreza, la privación y la salud precaria”, que ha constituido por mucho tiempo el destino de gran parte de la humanidad. Y, en particular, dentro del ámbito europeo, en países como España, cuya azarosa historia política ha empobrecido a generaciones, obligándolas a emigrar o a vivir en condiciones que hoy serían miserables.
Y lo que dice Eurostat es que al comenzar la anterior crisis, en 2008, el PIB per cápita en poder de compra respecto de la UE se situaba en el 102%, por lo tanto ligeramente por encima de la media. La doble recesión de la economía, como no podía ser de otra manera, pasó factura de una forma brutal. Hasta el punto de que España perdió en apenas cinco años doce puntos de la convergencia con la UE. Es decir, el PIB por habitante se hundió hasta el 90%, lo que significa que en solo un quinquenio este país se ha comido todos los avances que se habían producido entre 1995 y 2005 al calor del nacimiento del euro y de un prolongado periodo de expansión económica que acabó, como se sabe, de forma abrupta.
Lo llamativo, sin embargo, no es solo eso. Lo relevante es que desde 2013, cuando el PIB por habitante cayó a niveles de hace 25 años –aquí están los datos–, España, pese a cinco años consecutivos de crecimiento, ha recortado apenas un punto respecto de la media de la UE. De hecho, el 91% con que se cerró el año 2019 es 15 puntos inferior al de Francia (¿recuerdan cuando estaba a tiro de piedra?), cinco puntos menor que el de Italia e, incluso, dos puntos más bajo que el de Chequia, que es el primer país del Este que adelanta a España. Chipre (90%) lo hará pronto y Eslovenia (89%) está a punto de hacerlo.
Volver a los 90
Los datos se refieren a 2019, pero con toda probabilidad los de 2020 serán peores, ya que el PIB español ha caído casi el doble que en la UE, lo que significa que España, debido a que la población ha seguido creciendo (246.209 habitantes más en el primer semestre del año por la entrada de inmigrantes), retrocederá a los niveles de riqueza relativa de los años 90.
Conviene recordarlo porque bajo el barro de la peor política existe hoy una España real que ni prospera ni progresa ni avanza, que es lo mismo que decir que retrocede cuando se compara con lo que sucede en otros países. Es más, una España pobre y frustrada ante lo que ve y que parece condenada a contemplar el espectáculo de una clase política, unos más y unos menos, pagada de sí misma e incapaz de presentar una agenda razonable de actuaciones y políticas impulsoras de crecimiento, que en última instancia es lo que se pide a quienes se dedican a la cosa pública.
Bajo el barro de la peor política existe hoy una España real que ni prospera ni progresa ni avanza, que es lo mismo que decir que retrocede
Esa misma España que, sin embargo, está condenada a pagar un gigantesco endeudamiento porque el sistema económico y, en coherencia con ello, la política fiscal son hoy incapaces de proveer los servicios que prometen en elecciones, lo que ha generado una permanente patada hacia adelante en las políticas económicas practicadas en los últimos años con el resultado ya conocido: enormes déficits estructurales que hay que pagar con extraordinarias emisiones de bonos y obligaciones. No solamente el sector público sino el privado, lo cual pone en duda que el actual modelo de crecimiento sea sostenible en el tiempo.
Cualquier observador extranjero tendría razones para pensar que un país con un paro real que se sitúa por encima del 20%, un endeudamiento que representa casi el 120% del PIB y un déficit estructural que se sitúa en torno al 4%, y con buena parte del tejido productivo dañado por la pandemia, estaría volcado en resolver esos problemas angustiosos con soluciones de emergencia. Incluido un Gobierno de unidad nacional que no significa, sin embargo, un Gobierno de concentración, sino capaz de articular mayorías parlamentarias sólidas.
Elecciones y pandemia
Sin embargo, estaría asombrado de ver que en las portadas de los periódicos aparece un vicepresidente del Gobierno que se da a la fuga porque quiere ser portavoz de un Parlamento regional; un ministro de Sanidad que quiere el mismo cargo, pero en Cataluña; una presidenta de la comunidad autónoma más rica del país que convoca elecciones en medio de la pandemia y que no ha sido capaz de aprobar unos presupuestos en dos años, pero que quiere gobernar, precisamente, con quien lo ha impedido; y, por último, un partido que nació para ser bisagra pero que, en realidad, cayó mortalmente malherido por los delirios de grandeza de su anterior líder. En paralelo, la teórica mayoría parlamentaria se ha anclado, paradójicamente, en partidos que quieren destruir la naturaleza actual del Estado o que asisten impasibles ante él al auge de un partido que sería repudiado en toda Europa.
España vive hoy una campaña electoral permanente que orilla los problemas y genera un clima de crispación gratuito
Es decir, un país que vive una especie de campaña electoral permanente que no solo orilla los problemas, porque nadie quiere asumir el coste político de determinadas decisiones, sino que genera un clima de crispación gratuito. Hasta el punto de que la política se ha convertido en un espectáculo de televisión en el que hay tránsfugas que solo buscan un empleo y que representan lo peor de la política, comisarios corruptos que copan los momentos estelares de los telediarios, tesoreros de partido que reconocen abiertamente que han robado a manos llenas y que solo cantan para sacar a su mujer de la cárcel o un exrey que ha puesto tierra por medio para que se olviden de él.
Algunos lo han llamado la italianización de la política española, y es probable que esto sea así. Pero en España, donde todo es más rudo y grosero (“Vete al médico”, le dijo un diputado que todavía sigue en el cargo a Errejón), no existe esa clase política acostumbrada a vivir en el alambre y que es capaz de encontrar soluciones de emergencia (Monti, Draghi…) cuando el país está con el agua al cuello. La célebre ‘manca finezza’ de Andreotti.
Deuda y soberanía
Y es por eso por lo que conviene no olvidar la reflexión que hizo Göran Persson, durante una década primer ministro sueco, en una visita a España hace algunos años. Persson –hoy un firme defensor de los bosques europeos– recordó los años de descontrol presupuestario en Suecia y cómo él, en calidad de ministro de Economía, tenía que acudir de forma periódica a Nueva York para convencer a los inversores de que compraran deuda pública de su país. Era humillante, reconoció, pero le sirvió para sacar una conclusión: “Un país que debe una barbaridad de dinero ni es soberano ni tiene democracia que valga porque no es dueño de sí mismo”. ¿Y qué es lo que hizo Persson? Su respuesta lo aclara: “Para recortar esa deuda que nos humillaba tenía dos caminos: hacer lo que debía y no ser reelegido; o no hacer nada y seguramente tampoco ser reelegido pero, además, perjudicaba con mi inacción a mi país”.
Como es lógico, Persson se convirtió en el ministro de Economía peor valorado de la historia de Suecia. Pero cuatro años después, los ciudadanos suecos volvieron a confiar en el Partido Socialdemócrata, y seis años después el país abandonó el déficit y dejó de depender de los mercados. Una última reflexión de Persson: “Si un país gasta más de lo que ingresa, deja de ser soberano porque depende de sus deudores; y si no es soberano sus ciudadanos no deciden su destino y ya no es una democracia, y si no es democracia tampoco puede ser social”.
Un país que está a por uvas, enredado con sus miserias internas, puede que acabe en pie de página de la historia. El PIB per cápita es un aviso
Es verdad que hoy los mercados están anestesiados porque es el BCE quien compra la deuda y aquí paz y después gloria, pero no hay razones para pensar que esto será siempre así. Ni tampoco para creer que la UE es una oenegé que siempre acudirá –como hoy lo ha hecho– al rescate de España. La Unión Europea es una confederación de Estados y cada cancillería lucha por proteger sus intereses nacionales, lo que no es incompatible con la existencia de un proceso de integración europeo, y de ahí que lo relevante sea dónde se instalan los centros de decisión. Y un país que está a por uvas, siempre enredado con sus miserias internas, es probable que acabe siendo un pie de página de la historia. De hecho, lo que está pasando con la renta per cápita no es más que un aviso a navegantes.
Es evidente que no es el momento de recortes, sino de todo lo contrario. Y es incluso probable que la Comisión Europea –con el beneplácito del Consejo– se haya quedado corta en su política de ayudas (no así el BCE), pero no hacer nada para resolver los problemas estructurales es lo mismo que pegarse un tiro en la sien.
El estancamiento de los salarios, la precariedad laboral, el ensanchamiento de la desigualdad, la digitalización y su impacto sobre el empleo, las consecuencias del cambio climático, la amenaza populista, el acoso a la democracia por la eclosión de las redes sociales o la falta de habilidades en educación para afrontar un entorno tecnológico cada vez más complejo son, desde luego, asuntos más importantes que las estúpidas provocaciones políticas de cada día.
*Angus Deaton. 'El gran escape. Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad'. Fondo de Cultura Económica. 2015.
Es verdad que la economía no lo es todo, pero quizás merezca la pena recordar, ahora que la política está patas arriba, la última publicación de Eurostat, la agencia estadística de la UE sobre la evolución de los PIB per cápita. Es decir, la riqueza relativa de los españoles en términos de paridad de poder de compra respecto de los socios europeos, lo que permite hacer comparaciones homogéneas.