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Objetivo Casado: la guerra de Ayuso no es solo con Sánchez

Lo que se juega en Madrid va mucho más allá que unas elecciones regionales. Está también en juego el liderazgo del PP. Y Ayuso, por el momento, puede ser la alternativa a Casado

Foto: Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. (David Mudarra)
Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. (David Mudarra)
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Cuando Chaves Nogales reconoció amargamente durante su exilio en Londres que si volvía a España lo podría fusilar cualquiera de los dos bandos, no le faltaba razón. La honestidad intelectual tiene un precio, y eso explica que el periodista sevillano –ahora tan encumbrado después de décadas de ostracismo– nunca tuviera interés en regresar a su país.

Los tiempos, obviamente, han cambiado, y mucho, pero hay una tendencia suicida que se ha mantenido a lo largo del tiempo, y que solo durante la Transición y en los años inmediatamente posteriores se supo arrinconar. Y no es otra que la propensión deliberada a la polarización política que no es, desde luego, patrimonio del populismo actual. Ni, por supuesto, un invento de Trump y sus adláteres.

De hecho, la polarización ha sido históricamente un mecanismo de defensa en la acción política, incluso dentro de los propios partidos, mediante la creación de enemigos artificiales. Básicamente, porque al articularse en torno a la construcción de identidades excluyentes –el sectario siempre piensa que él representa los valores auténticos de la organización y quien se opone es un traidor a la causa– lo que busca es la confrontación mediante discursos primitivos y binarios. La expresión ‘sin complejos’ expresa mejor que ninguna otra esa forma de hacer política basada en la construcción de adversarios.

Todas las encuestas anticipan un resultado prodigioso para un partido que hace menos de dos años perdió uno de cada tres votos

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no ha sido la única, pero desde luego es una de las que mejor lo representan. En esto, hay que decirlo, coincide con los independentistas catalanes (‘España nos roba’), cuya acción política pasa por crear marcos de referencia pueriles.

El caso de Ayuso no es muy diferente. Probablemente, porque cuando fue elegida era prácticamente una desconocida y necesitaba crear un perfil propio. Al fin y al cabo, su candidatura fue una decisión personal de Casado, y de hecho, en los años anteriores a su nombramiento, nunca tuvo responsabilidades de gestión pese a que iba a mandar sobre un presupuesto de 20.000 millones de euros. Hay que decir que como Sánchez, Iglesias, el propio Casado, Arrimadas y tantos otros que han llegado a la cima de la política (aquí está el origen de muchos de los desaguisados actuales) sin haber cuadrado un presupuesto o una cuenta de resultados. La aparición y posterior gestión de la pandemia hizo el resto y ha sido su trampolín político.

Identidad propia

Ayuso, desde el primer momento, y ahí está su respaldo a las primeras movilizaciones contra la gestión de Sánchez durante la etapa más dura del confinamiento, vio en el virus su mejor aliado para construirse una identidad política propia, y en eso continúa. Todas las encuestas anticipan un resultado prodigioso para un partido que hace menos de dos años, atrapado por la corrupción y por el desgaste propio del poder, perdió uno de cada tres votos, pero que gobierna desde hace 26 años. La estrategia, por lo tanto, ha sido fructífera.

Hasta el punto de que el propio Casado, que va de derrota en derrota, se tiene que apoyar en Ayuso para sobrevivir aun a costa de endurecer su discurso político y olvidar su viaje al centro sugerido durante la moción de censura de Vox, cuando quiso borrarse de la foto de Colón. No estará de más recordar, en este sentido, que cuando Aznar refundó la vieja Alianza Popular no solo unió a la derecha, sino que abrió su partido, incluso, a muchos socialdemócratas y sectores verdaderamente liberales, no sus sucedáneos, que venían de UCD, lo que era una señal inequívoca de que buscaba un partido más abierto y menos sectario. Los resultados están ahí: mayoría absoluta en el año 2000. Otra cosa es lo que sucedió después.

Foto: Foto: EFE. Opinión
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¿Qué ha cambiado respecto de aquella época? Pues básicamente que el PP, como en otro tiempo le sucedió al PSOE, se ha convertido en un partido de oligarcas. Feijóo reina en Galicia sin necesidad de exhibir las siglas de su partido; Moreno Bonilla crece en Andalucía con una estrategia sanitaria completamente distinta a la de Madrid y al margen de Génova; y Mañueco, como se ha visto, ha encontrado en Ciudadanos un leal aliado, justo lo contrario a las zancadillas mutuas que se han puesto en Madrid la propia Ayuso y Aguado. En el primer caso, por una estrategia deliberada; en el segundo, por pura torpeza política.

El hecho de crear un partido de notables tiene indudables aspectos positivos para el PP, toda vez que abre un abanico de tonalidades, lo cual desde el punto de vista de la acción electoral puede ser muy rentable. Pero también, y esta es la cara B, tiende a crear organizaciones enfangadas –ahí está el Congreso del PP de Sevilla– en una permanente lucha interna por el poder en partidos poco acostumbrados al juego de las mayorías y minorías. Este, desde luego, no es un problema exclusivo del Partido Popular. El PSOE es hoy un partido sin alma en el que Sánchez reina sin pudor, mientras que Podemos es un trampantojo de partido.

Un partido ‘atrapalotodo’

A nadie se le escapa que si Ayuso logra unos buenos resultados en Madrid –y todo indica que será así– emergerá su figura a nivel nacional, y esa sí es una mala noticia para Casado, que intentará capitalizar el resultado electoral de su partido. No solo por la nueva correlación de fuerzas dentro de la dirección del PP, sino porque la estrategia de Ayuso incorpora factores ideológicos incompatibles con un partido ‘atrapalotodo’ que busca ensanchar su base electoral y que es la esencia de formaciones como el PSOE, el PNV o el Partido Popular.

Es decir, el PP ganará en Madrid, pero corre el peligro de que su escoramiento hacia posiciones que tienen que ver poco con la moderación –siempre mirando por el retrovisor a Vox– aleje a sectores de la sociedad civil que no entran en política como si se tratara de una emboscada en la batalla del Ebro. Precisamente, porque los partidos, y este no es solo un problema del PP, sino de casi todos, unos más y otros menos, tienden hoy a convertirse en habitaciones cada vez menos habitables para muchos ciudadanos, toda vez que el amiguismo y la falta de lealtad (ahí está Cantó como referente del travestismo político) son hoy el pan nuestro de cada día.

Foto: Isabel Bonig, con Pablo Casado y Carlos Mazón.

El hecho de que Ayuso vaya a salir reforzada dentro de la dirección del PP no es baladí para Casado. Entre otras razones, como le gusta decir a la presidenta regional, porque políticamente, aunque cueste creerlo en un país administrativamente cuasi federal, ‘Madrid es España’, lo que quiere decir que el inquilino de la Puerta del Sol tiene una proyección adicional respecto de otros dirigentes regionales del partido. Se vio en el célebre Congreso de Valencia donde Aguirre amenazó con plantarle cara a Rajoy; y aunque al final renunció a ello, lo más relevante es que su derrota política abrió una nueva estrategia de oposición del PP a Zapatero, muy distinta a la de la primera legislatura con el cardenal Rouco Varela como punta de lanza y, posteriormente, con Cañizares..

Legítima ambición

Existen pocas dudas de que Aguirre es hoy el espejo en el que se mira Ayuso, aunque ahí acaban las similitudes desde el punto de vista personal e intelectual, y de ahí que haya razones para pensar que la legítima ambición política de la actual presidenta –que se ha dado cuenta de que hoy los gestos cuentan más que la gestión (no ha aprobado ni un solo presupuesto)– no acaba en el perímetro madrileño. Entre otras razones, porque Casado ha perdido ya dos elecciones, y aunque tenga la oportunidad de hacerlo una tercera vez nada indica que pueda repetir una última ocasión. En este caso, el calendario juega a favor de Ayuso, que una vez consolidado su poder en Madrid podrá emerger sobre las cenizas de Casado, que habrá agotado las tres oportunidades que su partido ha dado a sus líderes. Tanto Aznar como Rajoy ganaron a la tercera.

El calendario juega a favor de Ayuso, que una vez consolidado su poder en Madrid podrá emerger sobre las cenizas de Casado

La diferencia es que ambos buscaron, antes de ser elegidos, ensanchar el partido hacia posiciones moderadas, lo que no es incompatible con una oposición exigente, mientras que Ayuso solo puede crecer electoralmente de forma intensa con la vista puesta en Vox y, por ende, construyendo, al mismo tiempo, una identidad política propia basada en la confrontación. Precisamente, el escenario preferido por Sánchez o Iglesias, lo que la obliga a construir un discurso cada vez más excluyente en aras de conseguir sus últimos objetivos. Y Madrid, en este sentido, es solo una parada intermedia.

Otra cosa es que los líderes regionales del PP bailen el agua a Ayuso y permanezcan mudos ante el asalto al poder de Génova, que es el verdadero objetivo. Esta será, sin embargo, la próxima batalla, que dependerá, en todo caso, de cómo evolucione la pandemia, también en Madrid. El virus puede ser el mejor aliado para despegar políticamente, pero también puede suponer un viaje hacia el subsuelo. En todo caso, conviene no olvidar, como escribió en una ocasión el exministro Maravall, que la verdadera libertad, no la que se manosea de forma grosera para ganar votos, es la herramienta que quiebra el fanatismo e interpela a la verdad que se pretende única y verdadera.

Cuando Chaves Nogales reconoció amargamente durante su exilio en Londres que si volvía a España lo podría fusilar cualquiera de los dos bandos, no le faltaba razón. La honestidad intelectual tiene un precio, y eso explica que el periodista sevillano –ahora tan encumbrado después de décadas de ostracismo– nunca tuviera interés en regresar a su país.

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