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Lo que cabe esperar de un mundo sin Trump
Sin Trump, en caso de que pierda las elecciones, no solo el partido republicano tendrá que hacer una catarsis, también los partidos convencionales de centroderecha europeos se verán obligados a replantearse su estrategia
El 9 de noviembre de 2016, apenas unas horas después de que Trump ganara las elecciones presidenciales, The Washington Post, uno de los diarios que más había combatido al candidato republicano, abrió el periódico con una crónica que tituló: "Donald Trump gana la presidencia con una sorprendente victoria sobre Clinton".
Los autores de la información achacaron la elección de Trump a "la sorprendente culminación de una campaña que desafió las expectativas y las convenciones, además de galvanizar a legiones de estadounidenses que se sentían agraviados, lo que derivó en el repudio al statu quo". Así fue. No hay mejor resumen. Trump no solo había removido los cimientos del viejo partido republicano de Lincoln o del primer Roosevelt hasta aniquilarlo, sino que había sido capaz de abrir una brecha histórica entre el Partido Demócrata y muchos de sus viejos votantes. En particular, los que un día se llamaron blue collar y que eran representativos de una sociedad industrial que en algunas zonas fueron mutando o, incluso, desapareciendo.
Trump no fue el primero. El senador Barry Goldwater, con su verbo fácil y tóxico —presumía de hablar directamente a la gente, como el propio Trump— lo intentó en los años 60, pero entonces apenas logró 52 votos electorales, frente a los 486 de Johnson, en una de las mayores derrotas de un candidato presidencial. Goldwater es autor de una de esas frases memorables que definen al personaje, y que inevitablemente recuerdan al propio Trump: "Mi ánimo no es aprobar leyes, sino derogarlas". Más de una década después, como se sabe, Ronald Reagan, y en un contexto sociopolítico totalmente diferente, recuperó aquel discurso y con su victoria inició en los primeros años 80 lo que se ha llamado la revolución conservadora.
La reaganomics
Reagan y Trump, sin embargo, tienen pocas cosas en común. El primero tenía una fuerte convicción ideológica, la célebre reaganomics, y hasta un sentido compasivo de la política, aunque destruyó en los primeros años millones de empleos, mientras que el segundo es alguien que ve la presidencia de EEUU como si fuera la jefatura de un consejo de administración en el que todas las acciones son suyas. Pero también hay semejanzas. La política de Reagan tuvo una formidable proyección exterior en forma de desregulaciones, privatizaciones y liberalizaciones que condujeron a la globalización, mientras que también Trump ha tenido una considerable proyección exterior alimentando el crecimiento de los populismos y la irrupción de movimientos de extrema derecha que, como Goldwater, lo que buscan es derogar un sistema de relaciones que ha funcionado con extraordinarios resultados desde 1945.
Goldwater es autor de una frase memorable que recuerda al propio Trump: "Mi ánimo no es aprobar leyes, sino derogarlas"
La proliferación de partidos antisistema apadrinados por Trump refleja su capacidad de influencia. Y no es casualidad que uno de los primeros viajes que hizo Orbán como presidente de turno del Consejo de la Unión Europea fuera, precisamente, a EEUU para entrevistarse con Trump tras ser nominado este como candidato presidencial, lo que enojó considerablemente al establishment de Bruselas. Orbán, hay que recordar, es un invitado asiduo al complejo que Trump tiene en Mar-a-Lago, en Florida.
El llamado grupo de Visegrado —Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia— vivió sus mejores momentos en tiempos del expresidente estadounidense, y aunque ya no es lo que fue tras la vuelta de Polonia al redil de las democracias liberales, lo cierto es que encendió la llama antiinmigración que ahora mantiene viva la extrema derecha en Europa occidental.
Se puede hablar de la existencia de una internacional populista nacida al calor del trumpismo cada vez mejor engrasada
Su influencia, igualmente, se ha dejado notar en la Argentina de Milei y, por supuesto, en el Brasil de Bolsonaro, que hasta imitó la toma del Capitolio, pero en las calles de Brasilia. Hacerse una foto con Trump ha sido, y aún lo es hoy, una credencial de legitimación para muchos líderes populistas a la luz de una realidad inapelable: la enorme influencia de EEUU en el mundo. Hasta el punto de que las guerras culturales al otro lado del Atlántico se proyectan con inusitada rapidez sobre el conjunto del planeta, ya sea por su desprecio a la prensa de calidad, su escaso amor por la verdad o por su forma envalentonada de gobernar. Cualquier análisis de políticas comparadas llegaría a la conclusión de que muchas de las cosas que hoy ocurren en Europa son una burda imitación de la política estadounidense.
Se puede hablar, de hecho, de la existencia de una internacional populista nacida al calor del trumpismo, por cierto, cada vez mejor engrasada, y que ha puesto contra las cuerdas a los viejos partidos del centroderecha, a quienes les ha obligado a moverse hacia posiciones más conservadoras. En ocasiones, incluso, comprando el discurso antiinmigración, y ahí está el caso del Rishi Sunak (tras la etapa de Boris Johnson) para demostrarlo. También algunos partidos socialdemócratas, en particular los del norte de Europa, se han visto arrastrados por la tendencia.
Cuatro años fuera de la Casa Blanca
Hace cuatro años, cuando Biden venció a Trump, se dijo que la derrota dejaba huérfanos a los partidos que habían crecido al calor de la ola populista, pero lo cierto es que lejos de ser así han seguido ganando peso político, y hoy la inmigración, que junto a la globalización fue su principal baza en las elecciones de 2016, está en el centro de la agenda pública. Es decir, lejos de verse afectados, han seguido creciendo, lo que sugiere que el trumpismo ha sobrevivido a los cuatro años que ha estado el candidato republicano fuera de la Casa Blanca.
Las causas son múltiples, pero, sobre todo, hay una. La revolución de las tecnologías de la información facilita y amplifica hasta niveles increíbles la viralización de los mensajes políticos, lo que permite que una mentira o una forma de hacer política detestable se propague a la velocidad de la luz. También, y sería ridículo negarlo, porque en la piscina había agua. Trump supo identificar la naturaleza de algunos problemas, lo que le permitió conectar con millones de estadounidenses que se sentían desamparados por unas élites ensimismadas e incapaces de entender que una globalización desequilibrada podría producir monstruos.
El caldo de cultivo existe, y eso es lo que explica que el trumpismo haya sobrevivido al propio Trump fuera de La Casa Blanca
El caldo de cultivo, por lo tanto, existe, y eso es lo que explica que el trumpismo no solo haya sobrevivido al propio Trump fuera de la Casa Blanca, sino que vive un momento dulce. Sin duda, porque ha arraigado a partir de los problemas estructurales que el sistema económico produce. El fenómeno Meloni es un buen ejemplo. El propio Trump ha mantenido viva la llama durante los últimos cuatro años gracias a los innumerables procesos judiciales a los que se ha enfrentado, presentándose como víctima del sistema, que es el escenario en el que mejor se desenvuelven los demagogos. Ahora bien, si en las próximas elecciones pierde, es difícil que su influencia pueda proyectarse con la fuerza que lo ha hecho en los últimos cuatro años. Entre otras razones, porque personajes como Trump, con una larga carrera de cuarenta años de mentiras, son difícilmente imitables.
Sin Trump, en caso de que pierda las elecciones, no solo el partido republicano tendrá que hacer una catarsis, también los partidos convencionales de centroderecha europeos se verán obligados a replantearse su estrategia política en la medida que el principal actor del populismo necesariamente saldrá de la escena pública, por razones biológicas, políticas y hasta judiciales. Y con él se irá lo que algunos han llamado ecosistema MAGA (Make America Great Again). Entre otras razones, porque un hipotético triunfo de Kamala Harris dejaría sin referentes a los grupos y partidos que hoy han crecido a la sombra del gran mentiroso. Entonces, se darán cuenta de que su principal adversario se sitúa a su derecha, no a su izquierda.
El 9 de noviembre de 2016, apenas unas horas después de que Trump ganara las elecciones presidenciales, The Washington Post, uno de los diarios que más había combatido al candidato republicano, abrió el periódico con una crónica que tituló: "Donald Trump gana la presidencia con una sorprendente victoria sobre Clinton".
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