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La inmigración y el cinismo de los países ricos
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La inmigración y el cinismo de los países ricos

Ver a Scholz, Meloni o Sánchez buscar soluciones nacionales a un problema global solo demuestra la inutilidad de querer avanzar sin analizar las causas. La inmigración (que da y quita votos) envenena el debate público

Foto: Personas jugando al golf frente a la valla de Melilla, donde un grupo de personas se ha encaramado. (EFE/Archivo)
Personas jugando al golf frente a la valla de Melilla, donde un grupo de personas se ha encaramado. (EFE/Archivo)
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En el año 1990, al comenzar lo que se ha llamado hiperglobalización —una década después China entró en la Organización Mundial de Comercio (OMC)— había en el mundo 153 millones de migrantes. Es decir, personas que, por distintas razones, vivían en un país distinto al de nacimiento. Algo más de dos décadas después, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una entidad dependiente de Naciones Unidas, se estima que el número de personas que han abandonado su país de origen asciende a 281 millones, lo que supone que prácticamente se ha duplicado. Si la mirada se echa algo más atrás, resulta que desde los años 70 el número de migrantes se ha triplicado hasta representar hoy el 3,6% de la población mundial (2,8% en 1990). La población ha crecido rápido, pero más lo han hecho las migraciones.

Los años finales de los 70 son importantes porque marcan un antes y un después. Fue entonces cuando la economía de los países avanzados, los ricos, para entendernos, y como consecuencia de una formidable crisis económica derivada del encarecimiento del petróleo y del agotamiento progresivo del modelo iniciado en 1945, comenzó un intenso proceso de transformación en una triple dirección: liberalizaciones, privatizaciones y desregulaciones. Es en este contexto en el que la globalización ha ido creciendo hasta alcanzar niveles nunca vistos. Fundamentalmente, a causa de un extraordinario desarme arancelario, es decir, la imposición de impuestos para evitar la entrada de productos del extranjero.

En 1948, el arancel medio para los productos industriales se situaba en el 40% y hoy los más altos, siempre que no se trate de una zona de libre comercio (como la UE que tiene arancel cero para sus socios) apenas alcanzan el 9% en promedio. Esto explica que tanto el volumen como el valor del comercio mundial hayan aumentado desde 1995 de media un 4% y un 6%, respectivamente. La OMC ha estimado, en concreto, que desde 1950 las transacciones comerciales internacionales han crecido nada menos que un 4.500%. En valores actuales, eso significa que el comercio mundial se ha multiplicado por 400 respecto de ese año.

Correlación y causalidad

Es verdad que la globalización, tal como la entendemos hoy, ya que ha habido fenómenos similares en el pasado, había comenzado antes, a finales de los años 40, pero la aceleración se produjo, precisamente, a partir de los años 80, en plena liberalización de la economía. Tan solo el comercio de mercancías, sin contar los servicios, movió el año pasado una cifra muy próxima al PIB de EEUU, el país más grande del mundo, algo más de 23,7 billones de dólares (16 veces el PIB de España).

Aunque la correlación de hechos no implica causalidad, como les gusta decir a los economistas, parece evidente que existe una relación causa-efecto entre el aumento de las migraciones y la liberalización del comercio mundial. Es verdad, sin embargo, que la literatura económica ha demostrado hasta la saciedad que una de las explicaciones del progreso humano tiene que ver, precisamente, con el avance del comercio mundial, que en las últimas tres décadas ha sacado de la hambruna y de la miseria a cientos de millones de personas, especialmente en algunas regiones del planeta, como Asia, convertida en la fábrica del planeta.

El número de personas que han abandonado su país de origen asciende a 281 millones, lo que supone que prácticamente se ha duplicado

El comercio, sin embargo, y como todo el mundo sabe, tiene ganadores y perdedores, aunque a muy largo plazo puede tener un efecto equilibrador una vez superados los periodos transitorios, en particular por causas tecnológicas. No es casualidad, de hecho, que los principales flujos migratorios hacia los países ricos —al margen de fenómenos como los efectos del cambio climático, las guerras o la represión— proceden de los estados que se han quedado rezagados en el comercio mundial.

El caso de África, donde además se producen otras causas internas, es el más evidente, pero no es el único. La década perdida de Latinoamérica en los años 80 obligó a millones de americanos del sur a iniciar un éxodo hacia el norte que hoy todavía se manifiesta con fuerza en las fronteras de EEUU.

Como consecuencia de ello, tampoco puede ser casualidad que los países en los que más han aumentado las migraciones como receptores se encuentren en Europa y Asia, precisamente, las regiones que más se han beneficiado del incremento del comercio mundial. De hecho, se han construido auténticos corredores migratorios que explican un fenómeno cada vez más relevante: la importancia de las remesas para los países emisores de emigrantes. Mientras los países ricos se alimentan de la liberación de los movimientos de capitales y de los intangibles, los pobres lo hacen con la fuerza laboral que se ven obligados a exportar. Hace tiempo, una expresidenta de Liberia se quejaba amargamente de que en Londres había más médicos liberianos (formados en su país) que en Monrovia.

Emisores y receptores

Los datos más recientes muestran un aumento general de las remesas en las últimas décadas. Se ha pasado de 128.000 millones de dólares en 2000 a 831.000 millones de dólares en 2022. Como es lógico, los países de altos ingresos son la principal fuente de remesas. Durante décadas, EEUU ha sido sistemáticamente el principal país emisor, con un flujo total de 79.000 millones de dólares en 2022, seguido de Arabia Saudí (39.000 millones), Suiza (31.900 millones) y Alemania (25.600 millones).

No es casualidad que los principales flujos migratorios hacia los países ricos proceden de estados rezagados en el comercio

Aunque sea algo pesada la lectura, conviene conocer estos datos para analizar la naturaleza del problema. Es verdad que lo más fácil es observar cómo los políticos se echan la culpa unos a otros de las consecuencias de las migraciones y disparar contra el adversario, pero sin conocer la causas difícilmente se podrán resolver los problemas.

Y lo que enseñan los últimos 50 años de comercio mundial es que los beneficios de la apertura de fronteras, que son extraordinarios, no se han repartido de forma equilibrada, y ahí está la razón principal de las migraciones. El verdadero efecto llamada, de hecho, no está en las declaraciones del político de turno, seguirán viniendo digan lo que digan Sánchez o Feijóo, sino en la miseria y en las diferencias de renta entre un territorio y otro, además de otros fenómenos ya descritos como las guerras o las persecuciones por razones religiosas, identitarias o políticas. ACNUR, por ejemplo, estima que 120 millones de personas, casi el triple de españoles, han sido desplazados forzosamente de su lugar de nacimiento.

Y es aquí donde llega la doble moral de los países ricos, que se benefician (afortunadamente) de las libertades de movimiento de capitales y de mercancías, pero ponen reparos a la circulación de trabajadores, precisamente, por un modelo de globalización que ha dejado fuera de la riqueza generada a vastos territorios del planeta. En definitiva, se asume con frialdad que se pueden esquilmar las minas de cobalto de la República Democrática del Congo para que funcionen nuestros móviles, los ricos caladeros del África occidental o, incluso, se puede deforestar la Amazonía para obtener algodón, pero se considera que vienen a robar el pan la población de esos territorios abandonados a su suerte.

Justo y equilibrado

Y todo ello en un contexto en que las brechas económicas entre los Estados, como ha puesto de relieve el Banco Mundial, se están ampliando. Y en este sentido, tampoco es casualidad que Europa sea la principal región de destino de los migrantes (86,7 millones de migrantes), seguida muy de cerca de Asia (85,6 millones). Es más, los 20 principales países de destino suponen dos tercios de todos los migrantes internacionales, lo que da idea de dónde se está concentrando la riqueza.

Esto pone de manifiesto la necesidad de un nuevo orden internacional basado en reglas más justas, una puesta al día de Bretton Woods

Es evidente que la solución es extremadamente compleja y, sobre todo, a largo plazo en la medida que los flujos migratorios se relacionan con al menos cinco causas: económicas, sociales, políticas, demográficas y medioambientales. De hecho, ni se soluciona abriendo las fronteras de par en par ni cerrándose como si se tratara del sepulcro del Cid, que diría Joaquín Costa. Pero hay una cosa segura, si el sistema económico no se reforma en aras de lograr un comercio global más justo y equilibrado, los flujos migratorios, aunque solo sea por causas demográficas, seguirán creciendo.

Esto pasa por incardinar la política comercial en el marco de una estrategia geopolítica de largo plazo de la que Europa hoy carece. Aunque parezca irrelevante, no hay nada más político que el comercio en la medida que en ocasiones puede generar externalidades negativas. Es singular, en este sentido, que muchos de quienes se quejan de la inmigración se han visto favorecidos por políticas ultraproteccionistas, en el caso de la agricultura, que han empujado a millones de personas a buscarse la vida en otros lugares, mientras que, en paralelo, las empresas de esos mismos países esquilman sus recursos naturales, lo que a la postre ha favorecido la corrupción, que es el mal principal de los países pobres.

Esto pone de manifiesto la necesidad de un nuevo orden internacional basado en reglas más justas, una especie de puesta al día de Bretton Woods ochenta años después. Y que, en el caso de Europa, pasa por otra política ante el evidente fracaso del Pacto de Migración aprobado hace apenas unos meses. Ver a Scholz, Meloni o al propio Sánchez buscar soluciones nacionales a un problema que es global solo demuestra la inutilidad de querer avanzar sin analizar las causas. El resultado es que la inmigración (que da y quita votos) se ha metido en la agenda pública y ha envenenado el debate público. Hasta el punto de convertirse en una amenaza a la esencia de las democracias liberales, construidas sobre los cimientos de la tolerancia.

En el año 1990, al comenzar lo que se ha llamado hiperglobalización —una década después China entró en la Organización Mundial de Comercio (OMC)— había en el mundo 153 millones de migrantes. Es decir, personas que, por distintas razones, vivían en un país distinto al de nacimiento. Algo más de dos décadas después, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una entidad dependiente de Naciones Unidas, se estima que el número de personas que han abandonado su país de origen asciende a 281 millones, lo que supone que prácticamente se ha duplicado. Si la mirada se echa algo más atrás, resulta que desde los años 70 el número de migrantes se ha triplicado hasta representar hoy el 3,6% de la población mundial (2,8% en 1990). La población ha crecido rápido, pero más lo han hecho las migraciones.

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