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Mientras Tanto
Por
Sánchez y la idea inconclusa de España
¿Qué es España?, se sigue preguntando este país casi medio siglo después de que se aprobara la Constitución. La cuestión territorial ha envenenado el Gobierno de Sánchez y nada indica que la tensión vaya a superarse
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Desde aquel célebre: ‘Vamos a ver, Pedro, ¿sabes lo que es una nación?’, que le espetó Patxi López al presidente del Gobierno en 2017 en pleno debate interno sobre quién sería el secretario general del PSOE, han pasado tantas cosas que el propio Sánchez tendría que repensar su respuesta, y no porque fuera equivocada. Una nación, dijo el secretario general del PSOE en aquella ocasión, es "un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo en Cataluña o en el País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas".
La respuesta coincide con la definición canónica que dio Ernest Renan durante una célebre conferencia dictada en la Sorbona apenas tres años después de la fundación del PSOE. El erudito francés sostuvo que lo determinante para construir una nación no eran la raza ni la lengua por sí solas. Tampoco la religión, la geografía o el interés mutuo. Lo que Renan interpretó como una nación era un intangible: la voluntad de pertenecer a una comunidad construida en torno a una aceptación mutua y unos rasgos comunes, como Suiza, donde los cantones son cada uno de su padre y de su padre, pero nadie duda que la Confederación Helvética forma una nación y también un Estado..
Siete años después de aquel debate entre dirigentes socialistas, de los cuales seis en el Gobierno, la cuestión territorial en España sigue viva, y es el concepto de nación lo que ha llevado al PSOE por el camino de la amargura y envenenado la conversación pública. Es verdad que Cataluña, por algún tiempo, ha vuelto a ser el oasis que fue durante la era Pujol a cambio de colaborar con los gobiernos de González y Aznar, pero parece evidente que el desgaste que ha sufrido en todos estos años el partido socialista tiene mucho que ver, precisamente, con Cataluña y el País Vasco y su voluntad de constituirse como una nación. La cuestión territorial, de hecho, desde aquella bomba de relojería que le dejó instalada Rubalcaba a los socialistas españoles cuando habló del Gobierno Frankenstein, no ha dejado de atormentar al PSOE.
Políticos y políticas
Probablemente, porque encajar las piezas del puzzle español es algo tan complejo que ningún partido lo puede realizar por sí solo, y el presidente del Gobierno, que siempre ha abusado de un tacticismo un tanto simplón, no ha sido capaz ni de explicar pedagógicamente su política de pactos ni tampoco ha podido o sabido crear un clima político propicio para que de una vez por todas este país cierre su construcción territorial —que la Constitución dejó abierta— para poder pensar en otras cuestiones. El contraste entre la situación económica actual y los avances sociales que se han producido en los últimos años y la percepción que tienen muchos españoles de Pedro Sánchez como gobernante es una evidencia de ese fracaso explicativo. Tal vez, y esta es una constante ya en muchas democracias avanzadas, porque se habla más de políticos que de políticas, lo que supone una degradación del debate público.
Siete años después, la cuestión territorial sigue viva, y es el concepto de nación lo que ha llevado al PSOE por el camino de la amargura
Pero también, y hay que decirlo, porque las derechas políticas descubrieron desde la segunda legislatura de Aznar que las afrentas territoriales (Cataluña es el epítome) dan votos, y eso explica en buena medida el desgaste de los socialistas, que para calmar las aguas revueltas que venían de Cataluña han tenido que hacer concesiones (indultos, amnistía, cambios en la legislación penal…) que han supuesto un indudable coste político y probablemente judicial. "El que pueda hacer, que haga", que dijo Aznar. Ni siquiera hoy el PP utiliza la amnistía para desgastar al Gobierno después de hablar de que España había dejado de ser un Estado de derecho y los 'golpistas' mandaban en Moncloa.
Incluso en el PSOE ha habido y hay dirigentes que entendieron que la afrenta territorial era la vía más segura para su propia supervivencia. Los García-Page o Lambán no cuestionan el fondo de las políticas concretas de Sánchez en materia económica o social, sino que, como las derechas, han encontrado en la cuestión territorial su razón de ser. Tampoco Sánchez supo explicar la importancia estratégica que tiene para este país, habida cuenta de su truculenta historia, incorporar al mundo de Bildu en las políticas públicas o la necesidad de llegar a acuerdos legítimos con el PNV. Cualquier movimiento de Sánchez en esa dirección se ha considerado una traición —el viejo latiguillo de los reaccionarios españoles— a los intereses del país, y eso ha dado y quitado votos.
Las derechas descubrieron desde la segunda legislatura de Aznar que las afrentas territoriales (Cataluña es el epítome) dan votos
Esta discrepancia interna (que sin duda la hay más allá de lo que expresen algunos líderes autonómicos) es lo que puede explicar que en la Ponencia-Marco que han discutido los socialistas este fin de semana se pase de puntillas, precisamente, sobre el asunto que más ha desgastado electoralmente al PSOE desde que Sánchez volviera a ser secretario general. No solo desde las derechas, sino también desde las izquierdas, que han recuperado el viejo cantonalismo de la I República, por cierto al margen de cualquier racionalidad en términos de clases sociales. Considerar que un país no es más que la suma de sus territorios es no entender nada de cómo funciona el mundo, construido a partir de los Estado-nación.
Reinos de taifas
Así las cosas, el partido socialista, y esa es la realidad, solo puede crecer o gobernar con pactos territoriales, lo que para muchos ciudadanos transmite la visión de que el PSOE carece no solo de una idea de España como nación, sino como Estado. ¿El resultado? Los nuevos reinos de taifas de la izquierda a la izquierda del PSOE son, paradójicamente, los que permiten gobernar a Sánchez, pero al mismo tiempo son quienes más contribuyen a reducir su techo electoral en la medida que la política de pactos conlleva un indudable coste electoral.
Los orígenes de la Numancia errante hay que encontrarlos en la incapacidad histórica de España para integrar sus diferencias
En el documento congresual se habla de "ahondar en el proceso de federalización del Estado", pero poco más, cuando la estrategia territorial ha sido la principal causa de desgaste del Gobierno. Es incomprensible, de hecho, que no se formule una visión global de la organización financiera del Estado, aunque solo sea para explicar la política de pactos, cuando lo acordado con ERC sobre la financiación de Cataluña afecta al conjunto del país. De ahí que la idea de España del PSOE resulte inconclusa.
Hubiera bastado con incardinar lo pactado en una visión global suficientemente razonada en aras de intentar cerrar de una vez por todas (al menos hasta donde alcance la vista) la construcción de la España autonómica, que obviamente, solo puede cerrarse creando las condiciones objetivas —o al menos intentarlo— para un pacto de Estado. De hecho, se puede hablar de que el 'problema español', como decían los exiliados en México tras la guerra civil, tiene mucho que ver con su organización territorial, lo que a la postre llevó al nacimiento de lo que el historiador Juan Francisco Fuentes ha llamado en bellísima expresión 'Numancia errante' durante su reciente ingreso en la Real Academia de la Historia.
Los orígenes de la Numancia errante hay que encontrarlos en la incapacidad histórica de la política española a la hora de integrar sus diferencias (también territoriales) en un proyecto común. Lo logró en 1978, pero desde entonces, por ausencia de modernización de sus estructuras institucionales y organizativas —ahí están los problemas de gestión de la DANA—, se ha producido un deterioro que el partido socialista está pagando caro. También lo pagarán algún día las derechas si entienden que los problemas territoriales se resuelven con el orden y mando.
Desde aquel célebre: ‘Vamos a ver, Pedro, ¿sabes lo que es una nación?’, que le espetó Patxi López al presidente del Gobierno en 2017 en pleno debate interno sobre quién sería el secretario general del PSOE, han pasado tantas cosas que el propio Sánchez tendría que repensar su respuesta, y no porque fuera equivocada. Una nación, dijo el secretario general del PSOE en aquella ocasión, es "un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo en Cataluña o en el País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas".