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La era de los maleducados o cómo pobres y ricos se han intercambiado sus roles
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Héctor G. Barnés

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La era de los maleducados o cómo pobres y ricos se han intercambiado sus roles

Hemos premiado tanto a los bocazas y vendedores de humo que el debate se ha devaluado hasta niveles desconocidos. ¿Y si las buenas formas importan más de lo que pensamos?

Foto: Gana quien levanta más la voz... ¿o no? (EFE/Javier Lizón)
Gana quien levanta más la voz... ¿o no? (EFE/Javier Lizón)

Hay algo que, por muchos años que pasen, no dejará de sorprenderme cuando por algún motivo profesional me toca codearme con personas pertenecientes a una clase social superior a la mía. Por una parte, está el tipo afable y exquisitamente cariñoso, cuyo conservadurismo en las formas es la expresión externa de la tranquilidad del que sabe que nadie le moverá de su asiento en la sociedad. Por otra, el chuleta de bar o, mejor dicho, de restaurante Michelin. Este, más jovencito, es el que tanto te cuenta un chiste machista nada más conocerte como pone verde al primero que se le ocurre o farda de cualquier hazaña necia, desde su último cochazo a un botín de caza. Crack, artista, tú sí que sabes. Ya saben, esa "conversación de vestuario" de la que hablaba Donald Trump quitando importancia a sus perversiones verbales.

A lo largo de esta campaña electoral me he acordado a menudo de ese nuevo prototipo de hombre de éxito, quizá porque parte del estamento político ha abrazado durante los últimos años, aun maquillado, ese disfraz del tipo que expresa sus opiniones y deseos sin miedo (ni respeto). No sé si empezó con Esperanza Aguirre, si siguió con Rafael Hernando y, al ver que daba réditos, ha sido adoptado tanto por los partidos cercanos, como Ciudadanos o, en menor grado, el PSOE. No digamos ya personajes como Gabriel Rufián. Hoy, parece que toda organización (empresa o partido político) debe tener sus voceras oficiales que sirven de contrapunto a la supuesta pacatería de lo políticamente correcto que, nos dicen analistas culturales y políticos, ha naufragado a la hora de ofrecer soluciones a los votantes.

Consolidarse como el bien educado frente a la mala educación de las élites en auge puede ser un valor atractivo para las clases medias

¿Y si no es necesariamente así?, me preguntaba al ver la actitud de Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, durante los dos debates. Especialmente, el último. Si durante años se dijo que el eje izquierda-derecha había sido sustituido por el arriba-abajo, el político morado, con la camisita por debajo del jersey, en plan hijo obediente pero sin pasarse, puso en juego el eje buena-mala educación. Si salió bien parado, al margen de que eso tenga algún reflejo en los resultados, es porque puso de manifiesto que esos rasgos que según la moda de la semana en comunicación política son positivos (descaro, vehemencia, espectacularización de los descalificativos) tan solo han conseguido empobrecer el país.

Me recordó poderosamente a lo que escribió el filósofo esloveno Slavoj Žižek en 'Quartz' cuando, recordando que miembros de Amanecer Dorado o la 'alt-right' habían llegado a agredir a políticos del otro bando, recordaba que "los progresistas deben convertirse en la voz de la decencia común, la educación, las buenas maneras y tal". Una inspiración más cercana es Santiago Alba Rico y su fórmula de "rebeldía, reformismo y conservadurismo" que se antepone como un "freno al todo vale" del neoliberalismo y el auge de la ultraderecha. Puede sonar sorprendente, pero es posible que frente a la agresividad del debate público, consolidarse como el bien educado frente a la supuesta mala educación de las élites en auge se convierta en un valor atractivo para el grueso de las clases medias españolas.

placeholder El nuevo eje. (Reuters)
El nuevo eje. (Reuters)

Esto ha propiciado un llamativo cambio de paradigma. Si tradicionalmente las clases altas hacían gala de unas formas exquisitas que desvelaban una educación privilegiada, y las rudas clases bajas no dudaban en recurrir en ocasiones a cierta agresividad para que sus palabras fuesen escuchadas, recordando que el fondo es más importante que la forma, la "clasemediaziación" de la sociedad ha provocado que las élites emergentes de la era neoliberal tardía y de la 'alt-right' sean, como recuerda Angela Nagle en 'Muerte a los normies', "transgresoras, subversivas y divertidas" y las medias y bajas, las que defienden valores como la moderación o el diálogo.

Cuando Iglesias se ponía el hábito de párroco sin alzacuellos y acusaba a Albert Rivera —forzando un poco el guion, todo sea dicho— de que "es un maleducado y seguro que a muchos de sus votantes no les gusta", entre otras cosas, le estaba recordando que tiene muchos más votantes de clase media de lo que sospecha. Con la Constitución en la mano y su tono conciliador, Iglesias estaba a gusto encarnando los valores de esa clase con la que sospecha que se identifica una gran parte de España preocupada por empleo, vivienda o educación y enmarcaba al resto de oponentes, incluido a Sánchez, dentro de un estamento político formado por un puñado de privilegiados intercambiables entre sí y desconectados de los problemas materiales. La tortilla había dado la vuelta y Podemos se contraponía al resto de partidos, paradójicamente, apelando a los principios de la gris política tradicional. Una estrategia que ha convertido a Aitor Esteban del PNV en una figura de consenso que nadie se esperaba.

Miedo a un país de clase media

Si este gesto aparentemente superficial resultó revelador es porque tocó el corazoncito de cierta mentalidad española. Iglesias parecía el párroco humanista del pueblo capaz de caer bien hasta al comunista recalcitrante y el resto, estudiantes de Escuela de Negocios que estaban de punto a coger el Jaguar para salir pitando hacia La Moraleja, a un chalet que probablemente cueste mucho más que el de Iglesias. ¿La diferencia? Que para lo que este era un pecado mortal, para los otros es un signo de que son unos verdaderos triunfadores. Por mucho que el ruido mediático eleve otros discursos, habrá que valorar cuánta parte de España que se identifica con ese valor tan de clase media que es la moderación, y que se siente decepcionado ante el ruido y la furia que ha caracterizado el debate público durante los últimos años.

El marco asumido por los dirigentes es que la audacia es un rasgo de la genialidad, mientras que la cautela y las buenas formas son de perdedor

Muchos de ellos provienen de esa clase trabajadora que prosperó de los años 70 en adelante, y que a medida que envió a sus hijos a la universidad, confió cada vez más en que las buenas formas, la estabilidad y la moderación, un progresismo no excesivamente rupturista y un conservadurismo levemente abierto, permitiría salvaguardar esa nueva posición que habían obtenido. Fue un pensamiento en parte culpable de la desmovilización de las clases bajas, que sacrificaron la lucha a cambio de la centralidad socialdemócrata y su promesa de estabilidad. Pero también pertenecen en parte a las clases medias-altas, quizá porque muchos salieron de ahí. Como recordaba el reciente informe de la OCDE sobre clases medias, una de sus características esenciales que casi todos, ricos o pobres, se consideran parte de ellas al haber encarnado los valores predominantes en la sociedad occidental desde el fin de la segunda guerra mundial.

La tendencia reciente en ámbitos empresariales y políticos, no obstante, ha sido la contraria. La revolución de los valores del éxito moderno ha favorecido premiar al trepa ambicioso y bocazas que pisotea a sus inferiores, al iluminado capaz de vender humo porque junto con él viene una gran cantidad de caricias en el lomo del superior. En definitiva, al rebelde que dice lo que piensa porque sabe que eso no tendrá consecuencias negativas para él. El problema que suelen encontrarse muchos de los que promueven de manera un tanto condescendiente a estos 'cracks' es que olvidan que igual que han pisoteado a otros también a ellos les tocará su turno. El marco asumido por gran parte de los dirigentes es que la audacia es un rasgo de la genialidad, mientras que la cautela, la tibieza y las buenas formas, los valores en los que se ha educado gran parte de la sociedad española, son los del perdedor.

placeholder Elon Musk y su porro, más chulos que un ocho
Elon Musk y su porro, más chulos que un ocho

Un interesante enfoque para entender un poco mejor este fenómeno es el que proporciona el psicólogo argentino Tomás Chamorro-Prezumic en su último libro, '¿Por qué tantos incompetentes se hacen líderes?'. Lo que sugiere, en resumidas cuentas, es que los narcisistas, chulos y abusones suelen llegar rápidamente a lo más alto, pero una vez allí, les resulta difícil mantenerse porque sus rasgos los convierten en gestores nefastos. Suelen ser hombres de rasgos vanidosos y psicopáticos, recuerda el psicólogo, tremendamente seguros de sí mismos. ¿La alternativa? El liderazgo femenino, que representa valores empáticos, altruistas, de integridad y moderación. Precisamente el que tan solo ha aparecido en raras ocasiones en esta campaña.

El otro día, 'Ctxt' publicó un vídeo en el que su reportero Willy Veleta interrogaba a un trabajador en plena faena por sus motivos para votar a Vox. No era de sorprender que Santiago Abascal recogiese el guante y lo publicase en su cuenta personal, porque le habían otorgado una pequeña victoria en el eje buena-mala educación: la mayoría de espectadores veía a un reportero intentando ridiculizar, sin éxito, a un currante cualquiera que expresaba con tranquilidad sus ideas, gustasen más o menos. Lo repetía otra vez Iglesias a Susana Griso: "A los españoles no les gusta la sobreactuación". Quizá en la capacidad de decir cosas duras con formas blandas se encuentre el éxito, y no en el histrionismo que se ha instalado en el debate público.

Hay algo que, por muchos años que pasen, no dejará de sorprenderme cuando por algún motivo profesional me toca codearme con personas pertenecientes a una clase social superior a la mía. Por una parte, está el tipo afable y exquisitamente cariñoso, cuyo conservadurismo en las formas es la expresión externa de la tranquilidad del que sabe que nadie le moverá de su asiento en la sociedad. Por otra, el chuleta de bar o, mejor dicho, de restaurante Michelin. Este, más jovencito, es el que tanto te cuenta un chiste machista nada más conocerte como pone verde al primero que se le ocurre o farda de cualquier hazaña necia, desde su último cochazo a un botín de caza. Crack, artista, tú sí que sabes. Ya saben, esa "conversación de vestuario" de la que hablaba Donald Trump quitando importancia a sus perversiones verbales.

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