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Solo hay una forma correcta de ser precario: si no encajas, eres un traidor
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Héctor G. Barnés

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Solo hay una forma correcta de ser precario: si no encajas, eres un traidor

La búsqueda de alternativas vitales que escapen de situaciones asfixiantes son vistas con recelo como soluciones individuales a problemas colectivos, pero a veces solo se puede huir

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

He estado pensando últimamente en la precariedad y, como suele ocurrir cada vez que lo hago, he recordado despedidas. En todas las vidas precarias hay tarde o temprano un hasta luego o un adiós. Pequeños exilios. Del que se marcha a probar suerte a otra empresa, a otra ciudad, a otro país o a otra vida. Las despedidas tienen un componente de esperanza y de derrota, dos caras de la misma moneda. En ellas se citan el reconocimiento implícito de que el plan A (quedarse, perseverar, ‘meritocratear’) ha fracasado y el sueño de que en otro lugar las cosas serán distintas. A veces ni siquiera mejores. Distintas.

Las despedidas a veces son un final de capítulo, el salto de una forma de precariedad a otra parecida pero más lejos. En otras ocasiones, son rupturas. Recuerdo un atardecer de principios de verano en un parque de Móstoles, mientras celebrábamos que un amigo de toda la vida se fuese a vivir a una capital de provincia en el Cantábrico con su mujer y su hija. No sé si era solo una forma de escapar de la precariedad, un término que significa tantas cosas que en ocasiones no significa nada, o de todo un estilo de vida urbano, competitivo y de aspiraciones clasemedianas que exige más renuncias que satisfacciones. Se inventó su futuro y nos alegramos mucho por él.

Si te vas a vivir al pueblo y te va bien, estás romantizando lo rural

He pensado en todo ello mientras veía en redes sociales la proliferación de las acusaciones de 'romantización de la pobreza'. El término comenzó utilizándose de forma razonable para nombrar esos publirreportajes que intentan convertir las soluciones a la precariedad en tendencia 'cool'. Al final, como suele ocurrir con tantas cosas, se ha convertido en un término vacío que cual 'boomerang' ha perdido de vista sus objetivos iniciales y vuelve para golpear en el colodrillo a todo aquel que, más o menos privilegiado, ha renunciado a su estilo de vida dentro de determinados cánones de precariedad.

¿Te vas a vivir al pueblo y descubres que eres más feliz que en la capital? Romantizas lo rural. ¿Tienes 50 años y compartes piso? Qué pena, llegar a tu edad así. ¿Vives en una autocaravana? No eres más que un sintecho y no lo sabes. ¿Te has unido a una comuna poliamorosa? Romantizas el romanticismo. ¿Estudias una oposición? Idealizas el sector público. El precario que no quiere serlo resulta sospechoso de traición. Estos severos juicios de valor confunden los condicionantes sociales con las decisiones individuales, y reducen a los seres humanos a peleles presos de sus circunstancias. Si intentan escapar de ellas, no pueden salvarse.

placeholder ¿Románticos y precarios? (Reuters)
¿Románticos y precarios? (Reuters)

La paradoja implícita en esta visión reduccionista es que crea una única manera de ser precario: la de encadenar trabajos mal pagados, vivir de alquiler en una ciudad más o menos grande y quejarse mucho en redes sociales hasta convertir la precariedad en un signo identitario. Plantear que otros estilos de vida son posibles, aunque impliquen la renuncia a las propias expectativas, parece un anatema para los críticos de la precariedad que así, sin pretenderlo, se convierten en sus mayores defensores. Si toda huida es una traición, la única salida posible es la de seguir tragando. Pero pensar que todas las decisiones vitales tomadas por las clases bajas y trabajadoras responden únicamente (e inconscientemente) a sus condiciones materiales es paternalista y condescendiente.

Se cumplen estos días también 40 años del primer concierto de Bruce Springsteen en Barcelona. El crítico musical Ignacio Julià, que lo entrevistó en aquella ocasión, recordaba que el rockero le contó que para él la música había sido una forma de huir de la vida de curros alienantes y la depresión clínica de su progenitor. Hoy, los críticos habrían aducido que Springsteen no era más que un pobre que, malviviendo en casas abandonadas y tocando en garitos playeros antes de pegar el pelotazo, romantizaba su propia pobreza antes de convertirse en un multimillonario más.

No siempre es posible lo colectivo, a veces se necesitan soluciones en el corto plazo

Pero el rock fue una excepción cultural que permitió a muchas personas sin estudios ni formación inventarse una vida totalmente nueva, diferente tanto de la existencia obrera como la de la convención burguesa, y tener acceso a determinadas ventajas que no les corresponderían por su clase social. Son excepciones estadísticas, pero que mostraban que había alternativas a una existencia gris, opresiva y limitada. Eran inspiradores de forma distinta que la meritocracia actual, porque ampliaban el horizonte de posibilidades para todos.

El solucionismo activista

Lo que los críticos de estas fugas vitales lamentan, al fin y al cabo, es que se busquen soluciones individuales a problemas colectivos. El ángulo muerto en este razonamiento es que la gente suele necesitar respuestas a corto plazo cuando se encuentra realmente mal. Lo irreal y dañino es aguantar hasta que uno revienta. Son los mismos que defienden que uno no necesita un psicólogo, sino un sindicato (cuando tal vez necesiten ambas cosas, o ninguna), y los que cuando se les pregunta qué hacer siempre responden vagamente "organizarse y pelear por tus derechos".

Foto: ¿Por qué nunca pensamos en una mujer joven cuando hablamos de pobreza? (Foto: iStock) Opinión

Un razonamiento que peca de un peligroso solucionismo activista. Pensar que si estás deprimido, agotado o al borde de la autodestrucción tu única alternativa es poner en marcha una rebelión que acabe en algún momento de los próximos dos siglos con el capitalismo es un buen camino para estar aún más deprimido, harto o hundido. Tan útil como decirle a alguien que está triste 'no estés triste'. A veces no queda más que salir corriendo, y que los demás piensen lo que quieran.

El problema de algunas iniciativas políticas bienintencionadas es la imposibilidad de dar respuestas a corto plazo a situaciones estructurales, y ello se ve agravado por discursos esencialistas que exigen más a quien peor está. En muchos casos, la lucha contra la precariedad ha caído en la trampa de censurar otros estilos de vida, ha dejado de soñar con que la vida podía ser otra cosa que no fuese trabajar, tener una familia y consumir ocio de masas. Es muy revelador que la queja habitual en estos discursos sea 'no puedo tener hijos por la precariedad', apelando a una idealizada institución familiar, cuando en realidad uno merece un buen sueldo aunque lo único que quiera es que le entierren con sus ahorros como si fuese un faraón de barrio. La contracultura buscaba otras formas de vida, pero hoy todo lo contracultural es acusado de pequeñoburgués, de privilegiado, cuando no siempre fue así.

Para escapar de la precariedad, lo importante es saber hacia dónde se huye

Quizá el problema de los críticos de la romantización de la precariedad es que les preocupa más el romance que la precariedad, más el discurso sobre las cosas que las cosas. Que si no es posible que no sufra nadie, que sufran todos. Pero para escapar de la precariedad, lo importante es saber hacia dónde se huye, pues se corre el peligro de dar vueltas sobre el mismo lugar. Y no hay nada más solidario que dejar que cada cual trace su plan de fuga. Nos vemos en Zihuatanejo.

He estado pensando últimamente en la precariedad y, como suele ocurrir cada vez que lo hago, he recordado despedidas. En todas las vidas precarias hay tarde o temprano un hasta luego o un adiós. Pequeños exilios. Del que se marcha a probar suerte a otra empresa, a otra ciudad, a otro país o a otra vida. Las despedidas tienen un componente de esperanza y de derrota, dos caras de la misma moneda. En ellas se citan el reconocimiento implícito de que el plan A (quedarse, perseverar, ‘meritocratear’) ha fracasado y el sueño de que en otro lugar las cosas serán distintas. A veces ni siquiera mejores. Distintas.

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