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Rubén Amón

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Por qué la tregua olímpica congela la guerra

China exige el cumplimiento del armisticio de Beijing 2022, precisamente para que el zar no malogre la gran operación propagandística y presupuestaria que encubre la nieve y que se prolonga hasta los Paralímpicos

Foto: Guardias de seguridad chinos, durante la preparación de los JJOO de Invierno. (EFE/Roman Pilipey)
Guardias de seguridad chinos, durante la preparación de los JJOO de Invierno. (EFE/Roman Pilipey)
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¿Podría llegar a ocurrir que la llama olímpica de la paz refulja en el cielo de Beijing mientras prorrumpe la guerra de Ucrania? No se lo perdonaría Xi Jinping al compadre Putin, pero no está claro si al zar le preocupa demasiado respetar la remota tradición de la tregua. La observaban a conciencia las polis griegas en Olimpia. Y la interpretaban como un periodo sagrado de 'no agresión' que dirimía la rivalidad de los atletas en los términos incruentos de las competiciones deportivas.

Se ha preservado la costumbre en la edad contemporánea. La I Guerra Mundial y la Segunda malograron los JJOO de 1916, 1940 y 1944, pero no se tiene noticia de un gran conflicto internacional —ni de verano ni de invierno— mientras llameaba el pebetero. ¿Será capaz Putin de inaugurar una transgresión? ¿Le consentirá Xi Jinping que lo haga?

El tirano chino ejerce suficiente peso en Moscú como para garantizarse una Olimpiada serena. Le resultaría imperdonable que el esfuerzo propagandístico y presupuestario de esta gran farsa geopolítico-deportiva se resintiera de la competencia irresistible de un conflicto militar.

Foto: Planeador hipersónico con cabeza nuclear (US Navy)

Xi Jinping culmina en el invierno de 2022 la gran operación de blanqueo que Hu Jintao había logrado en 2008 con ocasión de los JJOO de verano. Se celebraron también en Beijing. Y sirvieron de gran pretexto escénico y 'obscénico' para entronizar a China como una potencia respetable. Cuesta trabajo olvidar aquella escena en que los militares del Ejército rojo paseaban la bandera de los cinco anillos. La manoseaban para esconder todas las vergüenzas del régimen en un lema nauseabundo: 'Un mundo, un sueño'.

La buena reputación del deporte encubre las atrocidades. Acabamos de comprobarlo con la mascarada de la Supercopa en la satrapía feudal de Arabia Saudí. Y va a suceder de nuevo durante la cobertura de los Juegos invernales. Es verdad que unos cuantos países han decidido boicotearlos a título diplomático como respuesta al genocidio uigur, pero el desplante en cuestión —EEUU, Canadá, Reino Unido…— únicamente concierne a la ausencia de las delegaciones diplomáticas. Nadie se ha atrevido a sabotear de verdad a China retirando los atletas. Nadie ha querido exponerse al boicot invertido de la potencia asiática, de tal manera que el periodo de gracia del acontecimiento —del 4 al 20 de febrero— predispone el 'enfrentamiento' incruento de los deportistas ucranianos, rusos, estadounidenses y chinos.

Foto: Peng Shuai. (REUTERS)

Quiere decirse que la primera batalla de la propaganda internacional concierne a la hegemonía del medallero. Xi Jinping no solo ha organizado la kermés olímpica para edulcorar la imagen de su feroz patente capital-comunista y para proyectar la imagen de un país moderno, seguro y sofisticado, sino para colocarse en la cima de los ganadores. El deporte es una manera cualquiera de hacer política, un recurso sistemático que los Estados más turbios utilizan en sus operaciones de prestigio. Más todavía si sobreviene el acontecimiento extraordinario como una Olimpiada.

Puede explicarse así mejor el perfil bajo de Xi Jinping, la posición moderada que ha adquirido en el escenario prebélico. Joe Biden lo ha invitado a significarse. Y lo ha incitado a desempeñar un papel de mediador para disuadir la beligerancia del compadre Putin. No es que sean en absoluto propicias las relaciones de Beijing y Washington —lo demuestra el boicot diplomático a los Juegos—, pero el tamaño geopolítico de China y sus intereses estratégicos en las pistas de esquí predisponen un periodo más o menos obligatorio de distensión. Y no solo en el periodo natural de los JJOO 'convencionales', sino hasta que concluyan los Paralímpicos el 13 de marzo.

Es el periodo 'inviolable' que han establecido las autoridades chinas. No concierne la tregua al genocidio uigur ni al aplastamiento de los derechos y libertades que Xi Jinping fomenta entre los demás compatriotas, pero el armisticio coyuntural tanto condiciona los planes belicistas de Putin —y modera las bravuconadas— como prorroga o retrasa el posicionamiento de China respecto al conflicto ucraniano, sabiendo, como sabemos, que la potencia asiática forma parte de la cobertura geoestratégica a la que pueda aspirar el presidente ruso, siempre y cuando no le joda el juguetito de la Olimpiada.

¿Podría llegar a ocurrir que la llama olímpica de la paz refulja en el cielo de Beijing mientras prorrumpe la guerra de Ucrania? No se lo perdonaría Xi Jinping al compadre Putin, pero no está claro si al zar le preocupa demasiado respetar la remota tradición de la tregua. La observaban a conciencia las polis griegas en Olimpia. Y la interpretaban como un periodo sagrado de 'no agresión' que dirimía la rivalidad de los atletas en los términos incruentos de las competiciones deportivas.

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