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Rubén Amón

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Una despedida miserable

La insensibilidad de Sánchez y el tibio aplauso de los camaradas que lo apuñalaron precipitan un adiós desangelado y turbador de Casado

Foto: El líder del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE/Mariscal)
El líder del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE/Mariscal)
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La despedida de Pablo Casado se resolvió como un trámite administrativo. Desangelada, cuando no gélida. Ni su elegía tuvo enjundia ni la réplica de Sánchez adquirió la menor expresión de grandeza política.

No hubiera sido difícil despedir al adversario con un discurso entrañable, pero el presidente del Gobierno tanto carece de principios como de sentimientos. De otro modo, no hubiera aprovechado el trance de la despedida para descartar la oportunidad de las elecciones anticipadas.

Era la manera de contraprogramar los 'adioses'. Y de atribuirse la notoriedad informativa del velatorio ajeno. Nadie esperaba que prorrumpiera la extravagancia de un adelanto electoral, pero Pedro Sánchez necesitaba malograr el último paseíllo del diputado Casado Blanco.

Ni siquiera le perdonó las antiguas discrepancias. Hizo memoria del bloqueo, del obstruccionismo. Implacable es Sánchez, jactancioso, más todavía cuando se han extinguido del hemiciclo los jóvenes líderes que aspiraron a derrocarlo: ni Iglesias, ni Rivera ni Casado sobreviven en el hemiciclo.

Lo abandonó este miércoles el 'líder' de los populares en una escena dolorosa. No ya porque le aplaudían con tibieza los mismos diputados que lo apuñalaron, sino porque también proliferaron los asientos vacíos en la bancada popular. Una despedida miserable a la altura de un oportunismo indecoroso.

Me refiero a la indescriptible desbandada de sus allegados. Toda la euforia que disimulaban hasta hace una semana se ha transformado en una deserción colectiva y en un entusiasmo sospechoso hacia la candidatura de Feijóo. Haría bien el presidente gallego en recelar de los nuevos costaleros. Tanto lo yerguen hoy como devotos del Gran Poder, tanto mañana lo arrojan por el barranco como si fuera material radiactivo.

La euforia que disimulaban hasta hace una semana se ha transformado en una deserción colectiva y en un entusiasmo sospechoso hacia Feijóo

Lo demuestra el escarmiento a Pablo Casado, cuya salida del hemiciclo parecía el contratiempo de toro un devuelto a los corrales. La ferocidad de la política no se concede el menor momento de sosiego ni de duelo. Quizá porque el propio Casado fue el primero en deslucirse.

El sarcasmo del 23-F predispuso la extemporaneidad de la sesión de control. Y maldijo un discurso de despedida tan breve como incongruente: “Entiendo la política desde la defensa de los más nobles principios y valores, el respeto a los adversarios y la entrega a los compañeros”.

No era la investidura de Casado, sino el responso de su funeral. Y no una declaración de principios, sino un epílogo prosaico cuyo estéril voluntarismo contradecía la sanguinolencia de las últimas jornadas. Cuesta hacer inventario de “nobles principios” y de “valores” en la implosión traumática del PP. No hay rastro de “entrega a los compañeros” en los episodios de espionaje y de negligencia que han reventado el partido.

No dudaría Pedro Sánchez un minuto en convocar las elecciones si pudiera. Pero no dentro de tres meses, sino el próximo domingo, o mañana, cuando podría darle ventaja el incendio que ha provocado Isabel Díaz Ayuso.

Foto: Ilustración: Learte

La crueldad y la frialdad con que Sánchez aceptó la dimisión de Casado no le protege de los peligros que conlleva la candidatura alternativa y providencialista de Alberto Núñez Feijóo. Porque es mucho más peligrosa en la captación del voto centrista. Y porque no va a resultarle sencillo reprocharle al líder gallego sus afinidades ideológicas ni orgánicas con la ultraderecha de Vox. El problema para Feijóo, en cambio, consiste en trasladar o extrapolar a la política nacional la fertilidad y la placidez de su realidad territorial. No ya por la anomalía de las mayorías absolutas, sino porque el presidente de la Xunta tiene que domeñar los grandes obstáculos que nada le perturban en el trono de Santiago: ni el nacionalismo ni la presión de Abascal.

Se entiende así la importancia que reviste la gran primera decisión estratégica de su ejecutoria en Génova 13. ¿Debe aceptarse un pacto con Vox en Castilla y León? ¿Empezará Feijóo su gestión pepera renunciando a uno de sus grandes principios y condescendiendo con Abascal?

Han adquirido un aire capcioso esta clase de interrogantes en una época de la política no ya fluida sino gaseosa. Y expuesta a una provisionalidad en la que impresiona el manual de supervivencia de Pedro Sánchez. Despidió a Casado como quien pide la cuenta al camarero.

La despedida de Pablo Casado se resolvió como un trámite administrativo. Desangelada, cuando no gélida. Ni su elegía tuvo enjundia ni la réplica de Sánchez adquirió la menor expresión de grandeza política.

Pablo Casado Partido Popular (PP)