Es noticia
¿Y usted, daría la vida por España?
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

¿Y usted, daría la vida por España?

La resistencia de los ucranianos y la situación de los varones obligados a luchar abren un debate que nos sorprende aquí, lejos del fervor castrense

Foto: Entrenamiento militar de civiles ucranianos en Lviv. (EFE/George Vitsaras)
Entrenamiento militar de civiles ucranianos en Lviv. (EFE/George Vitsaras)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Las caravanas de refugiados ucranianos llaman la atención por la ausencia de los varones adultos. Y por la congoja de los menores respecto al paradero de sus padres. No saben de ellos. Si están heridos o si han muerto. O si los han sepultado los escombros de las ciudades martirizadas.

El éxodo ha normalizado una discriminación de género que se deriva de la ley marcial impuesta por Zelenski. Están obligados a permanecer en Ucrania los hombres mayores de 16 años y los menores de 60. Quedan excluidos los enfermos. O quienes tienen bajo su custodia la responsabilidad de una prole cuantiosa.

Y es verdad que la agresión rusa ha suscitado un extraordinario fervor patriótico en defensa de la nación bajo la convocatoria de la resistencia y de la épica, pero la idea romántica de entregar la vida por tu país, por tu tierra, tanto reanima los modelos antropológicos —los hombres, a las armas; las mujeres, con los niños— como tortura el ánimo de los refugiados. Se han quedado sin patria, sin casa y sin padre, o hermano, o nieto.

Foto: Un voluntario de las Fuerzas de Defensa Territorial ucranianas, durante sus primeros entrenamientos. (Reuters/Gleb Garanich)

¿Daría usted la vida por España? Imagino a Santiago Abascal respondiendo la pregunta con énfasis afirmativo, hinchando los pulmones como si pudiera levitar gracias a ellos. Y vanagloriándose de un patrioterismo teatrero que forma parte de la dramaturgia de Vox y de la retórica de los votantes más aguerridos. Todo por España, incluida la propia vida.

Y no es difícil conmoverse por la devoción y entrega de los patriotas ucranianos en la llamada a un acto extremo de resistencia, más todavía cuando interviene la desproporción del Ejército de Putin y cuando los reservistas cogen voluntariamente el Kaláshnikov, pero cuesta bastante más trabajo comprometerse a emularlos si fuéramos llamados a filas por obligación, independientemente de nuestra instrucción militar.

¿Lucharía por España? No es cuestión de convertirse en protagonista de la encuesta, pero tampoco eludirla. Y mi respuesta es negativa

Las encuestas recientes colocan a los españoles en posición poco beligerante. Hacia el 25% estaría dispuesto a luchar por la nación, en consonancia con los Estados europeos y en flagrante contradicción con el ardor guerrero de los marroquíes, los vietnamitas o los indios.

¿Lucharía usted por España? No es cuestión de convertirse uno en protagonista de la encuesta, pero tampoco tiene sentido eludirla. Y mi respuesta es negativa. No daría la vida por España ni cogería un arma para defenderla. El motivo no consiste en el pacifismo ni en la insumisión ni en la apología de la deserción, sino más bien en la definición 'liberal' de la existencia. No hablo de economía, sino de reivindicación del individuo en su relación asimétrica con el Estado. Entregar la vida por la nación significaría —significa— un acto extremo de expropiación, al menos cuando la llamada a filas no es voluntaria sino forzosa.

Los varones ucranianos no pueden elegir sustraerse so pena de cárcela la leva obligatoria, del mismo modo que tampoco han elegido dónde nacieron. El matiz es relevante, porque la propia accidentalidad de los orígenes —en Ucrania, en Rusia, en España— debería relativizar el entusiasmo castrense de la sociedad civil, más todavía cuando el proyecto transfronterizo de la UE y la globalización han desdibujado el nacionalismo centrífugo y centrípeto, sin olvidar la profesionalización de los ejércitos, de la sofisticación tecnológica que requieren las guerras modernas.

Foto: Soldado finlandés durante un ejercicio de preparación de los EU Battlegroups. (Getty/Andreas Rentz)

¿Podría obligarnos el Estado español a movilizarnos a las armas? La Constitución menciona inequívocamente la obligación a defender la patria, pero las leyes son menos precisas respecto a la manera de entender semejante implicación. Incluidos los recientes retoques a una normativa de seguridad nacional que se concibieron en la psicosis de la pandemia y que aluden con cierta vaguedad al principio de las movilizaciones. Se habla de la "participación activa de la ciudadanía y de las organizaciones de la sociedad civil" en situaciones de emergencia, pero no de una ley marcial al estilo de Ucrania que pondría en nuestras manos un fusil. Es más, la Constitución española reconoce el derecho a la objeción de conciencia, de tal manera que no podría obligársenos a tareas militares concretas ni podríamos terminar en la cárcel por eludirlas, a menos que prosperara una ley marcial.

No parece sencillo inducir entre los españoles un fervor castrense, independientemente de la enjundia militaresca de Ortega Smith. No ya por el escarmiento fundacional de la Guerra Civil, sino por la propia pujanza de los nacionalismos —Euskadi, Cataluña y otras fórmulas regionales—, por las circunstancias acomodaticias de nuestra sociedad, porque la izquierda ha matado a la patria —y la derecha a Dios, diría Víctor Lapuente— y porque la cesión de soberanía en el ámbito comunitario tanto ha propulsado la bandera de las estrellas con fondo azul como ha subordinado la enseña propia. No se trata de ser apátridas, sino de relativizar la identificación extrema entre la nación y la forma de defenderla. Morir por ella.

Foto: Foto: Reuters/Andreas Gebert.

No son mis argumentos de 'escapatoria'. Los míos tienen que ver con haber conocido en primera línea —o en segunda— los fratricidios de los Balcanes, y están relacionados con la definición misma del individuo. Que no consiste en el individualismo ni en la insolidaridad, sino en la posición refractaria hacia un Estado paternalista, arbitrario y capaz de exigir una prueba de sangre como remedio colectivo a las causas justas e injustas. Los soldados que mueren por Putin creen hacerlo por razones patriotas. Son 'carne de cañón', peones anónimos que se mueven a ciegas en el tablero del zar.

No pasa nada. Los cobardes siempre nos podemos refugiar en los valientes como Hermann Tertsch, artífice de un tuit que alude al asco que le produzco por animar a los españoles a abstenerse de defender la patria y su familia. Y añade: “Sabemos a Amón tan exquisito que dejaría que los invasores violaran a su mujer e hijos, cortaran dedos a sus madres exigiendo las joyas escondidas y quemaran la casa del padre, los paisanos y esclavizaran la nación. Nada es sagrado. A seguir. Total, para él es cambiar de amo”.

Las caravanas de refugiados ucranianos llaman la atención por la ausencia de los varones adultos. Y por la congoja de los menores respecto al paradero de sus padres. No saben de ellos. Si están heridos o si han muerto. O si los han sepultado los escombros de las ciudades martirizadas.

Conflicto de Ucrania Vladimir Putin Santiago Abascal Nacionalismo
El redactor recomienda