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Empieza San Isidro… bajo la tiranía del 7
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Empieza San Isidro… bajo la tiranía del 7

El sector beligerante de Las Ventas ha adquirido una influencia que condiciona los humores de la feria, en contraste con la atmósfera expectante y lúdica de Sevilla

Foto: El diestro Álvaro Lorenzo con su segundo toro en el primer festejo taurino de la Feria de San Isidro, en Las Ventas (Madrid). (EFE/Fernando Alvarado)
El diestro Álvaro Lorenzo con su segundo toro en el primer festejo taurino de la Feria de San Isidro, en Las Ventas (Madrid). (EFE/Fernando Alvarado)
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Uno de los mayores hitos de mi carrera profesional consiste en haber provocado la iracundia del tendido 7 de Las Ventas, hasta el extremo de que los ultras esgrimieron una pancarta que exigía mi expulsión de la plaza: “Fuera de Las Ventas, Rubén Amón”, se leía en la distancia.

Era la manera de represaliarme públicamente. Y de reprocharme en caliente unas declaraciones que compartí en el Canal Toros (Movistar) después de haber disfrutado de una tarde de gloria en el Domingo de Resurrección: “Cuanto más vengo a La Maestranza, menos me gusta Las Ventas”, dije.

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Me pareció entrañable la pancarta. Me conmovió que unos aficionados se tomaran el tiempo y la atención de planificar la campaña de denuncia a un periodista que siempre ha sido hostil al 7. Y que lo seguirá siendo mientras los abonados radicales del tendido —también los hay cabales y moderados— no rectifiquen los peores modales, la falta de respeto al torero, los dogmas extemporáneos y la extorsión que ejercen sobre el resto de la plaza.

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Cuando más vengo a Sevilla menos me gusta Madrid, porque La Maestranza me parece la plaza perfecta. No solo en su estética, en el privilegio del Guadalquivir, en su arraigo territorial y cultural, sino porque representa el mejor equilibrio entre la seriedad y el respeto, entre el conocimiento y la prudencia, entre el entusiasmo y la “versatilidad” del silencio.

Foto: Foto: EFE/Raúl Caro.

El silencio de la expectación que solo transgreden los pajarillos. Y el silencio del castigo y de la indiferencia, muy preferible al jaleo vocinglero con que los predicadores del 7 —se les conoce hasta por el nombre y por el apodo— revientan el pathos e intimidan a los toreros de oro y de plata.

La presión de Las Ventas ahoga a los artistas. Los deja sin aire ni saliva. Saca lo peor de ellos. La presión de Sevilla, en cambio, obtiene lo mejor de los toreros. Los estimula y los eleva, de tal manera que el acontecimiento de la corrida de toros conserva toda su ortodoxia y liturgia sin discriminar la dimensión lúdica y sin reprochar al aficionado su derecho al hedonismo.

placeholder El diestro Antonio Ferrera durante la tradicional corrida Goyesca del 2 de mayo, con toros de la ganadería de El Cortijillo. (EFE/Chema Moya)
El diestro Antonio Ferrera durante la tradicional corrida Goyesca del 2 de mayo, con toros de la ganadería de El Cortijillo. (EFE/Chema Moya)

Estas reflexiones vienen a cuento porque acaba de terminar la feria de Sevilla —allí estuvimos— y acaba de comenzar la de San Isidro —aquí estamos— en una suerte de correlación que estimula la rivalidad de La Maestranza y Las Ventas. Y que sería más civilizada si no fuera porque la intransigencia de Madrid se ha radicalizado sobremanera en la última década.

No se explica la hostilidad atmosférica sin la beligerancia del tendido 7. Los llamamos el 7 porque es el tendido que ocupan los aficionados más dogmáticos y explícitos, pero hay muchos aficionados respetables en el 7 y muchos otros que emulan a los menos cabales desde otros tendidos del coso madrileño. Por eso el 7 es una abstracción, o una categoría que identifica al aficionado cabreado y fundamentalista. Lenguaraz. Faltón. Y provisto de una extraordinaria resistencia, al límite del síndrome de Estocolmo.

Foto: El diestro Daniel Luque sale por la Puerta del Príncipe . (EFE/Raúl Caro)

No falta nunca a los toros. Y se vale de semejante lealtad para imponer su criterio a voces. Recela del espectáculo. Sospecha de las figuras. Constituye la turba inquisitorial. Y acude a la plaza provisto de un pañuelo verde. Para protestar a los toros sin fuerza. Y para airear la indignación. Dicen a los toreros donde tienen que ponerse. Y se sublevan a la autoridad presidencial.

De hecho, una de ellas, Gonzalo de Villa, comisario de policía, decidió enviar a un grupo de agentes al tendido 7 en la conflictiva edición de 2019 para requisar las pancartas que exigían su dimisión.

placeholder Escultura del torero Luis Miguel Dominguín de Ramón Aymerich, en la Plaza de Las Ventas. (EFE/Mariscal)
Escultura del torero Luis Miguel Dominguín de Ramón Aymerich, en la Plaza de Las Ventas. (EFE/Mariscal)

Obsérvese el talante de la feria. Y la beligerancia de estos aficionados no sé si a los toros, pero sí al masoquismo, pues el criterio predominante consiste en sabotear el espectáculo. Cuanto peor, mejor, es el lema del sector ultra.

Es el tendido en-tendidos. Custodian el dogma. Hunden la figura y encumbran al humilde. Y pagan. Y como pagan, pues gritan, como si el dinero les doliera. O quisieran recuperarlo con el estruendo vociferante.

El 7 se describe a sí mismo como la última trinchera de la pureza, la madrasa donde se fija la doctrina y donde se garantizan los tabúes. Implícitamente, están prohibidos en Madrid los rabos y los indultos, igual que prosperan las consignas en contra de los matadores prohibidos. Nadie como El Juli ha pagado y paga la aversión del 7, más que nada porque los espectadores del "sector" recelan de sus triunfos en Sevilla e interpretan con suspicacia a los toreros ricos y superdotados.

Los aficionados del 7 tiene una misión. Y la ejecutan tiranizando la atmósfera de la plaza. Por eso he recomendado cambiar el nombre de la estación de Las Ventas. Y sustituirla por Tribunal.

Uno de los mayores hitos de mi carrera profesional consiste en haber provocado la iracundia del tendido 7 de Las Ventas, hasta el extremo de que los ultras esgrimieron una pancarta que exigía mi expulsión de la plaza: “Fuera de Las Ventas, Rubén Amón”, se leía en la distancia.

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