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Abascal, Olona y los melones de Giorgia

El líder de Vox y la opción cismática se disputan la victoria de Meloni para reanimar sus respectivas trayectorias, pero amenazados por el peligro del fratricidio

Foto: Santiago Abascal y Macarena Olona, en la noche electoral de las andaluzas. (EFE/Raúl Caro)
Santiago Abascal y Macarena Olona, en la noche electoral de las andaluzas. (EFE/Raúl Caro)
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Resulta atractiva la imagen de Macarena Olona y Santiago Abascal disputándose las mamas de Giorgia Meloni, como si fuera ella la reencarnación de Luperca, la loba capitolina que amamantó a Rómulo y Remo. Gobierna Meloni en Roma, la misma ciudad donde prosperaron los gemelos hasta que se enfrentaron. Y pujan Olona y Abascal por atribuirse los laureles que lleva sobre la cabeza la lideresa 'tricolore', más o menos como si necesitaran la euforia de Giorgia para reanimar sus trayectorias.

Es la razón por la que el patrón de Vox y la alternativa cismática rivalizan por acceder al favor de la 'mamma'. Santi y Macarena escenifican su cariño y admiración por la diva italiana. Le trasladan el entusiasmo. Y se ungen a sí mismos como los herederos genuinos de la matrona de Hermanos de Italia.

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Razones y motivos tienen. Abascal ha encontrado en el ejemplo transalpino la demostración de que sería posible extrapolar a España la victoria de la extrema derecha o intervenir con su peso determinante. El petardo de las andaluzas, la rebeldía de Olona, la depresión de los sondeos y la reputación de Núñez Feijóo como candidato transversal han desdibujado la credibilidad de Vox en el umbral mismo de los procesos electorales.

Fue el propio Abascal quien invitó a Meloni al famoso mitin de Marbella. Se destapó entonces —el pasado junio— toda la ferocidad e intolerancia de la futura primera ministra italiana. Y quedaron en evidencia sus posiciones oscurantistas, regresivas, xenófobas y hasta creacionistas.

De hecho, la irrupción de Meloni produjo un efecto contraproducente respecto a los intereses de Vox y de Olona. Trasladó Giorgia, en la forma y en el fondo, una imagen desmedida de populismo y fanatismo.

Foto: Giorgia Meloni. (Reuters/Yara Nardi) Opinión
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Semejante extremismo no ha sido un inconveniente para convertirse en jefa de Gobierno —todavía está pendiente la unción oficial—, pero los límites que cruzó Meloni en su verborrea y vehemencia perjudicaron la candidatura de Olona. Y beneficiaron la alternativa sensata del presidente Moreno, hasta el extremo de conseguir la mayoría absoluta gracias al favor de los votantes socialistas y al estupor que les produjo el radicalismo de la ultraderecha.

Es el momento de cobrarse la factura. Meloni perjudicó a Olona tanto como ahora pueda beneficiarla. Y no le hace falta un reconocimiento explícito de la líder de Fratelli d’Italia. Le resulta suficiente insistir en el discurso confesional —Dios, patria y familia y exponer la equivalencia femenina. Olona sería la Meloni española en el género, en el victimismo y en el descaro verbal.

Semejante experimento político se halla expuesto a toda suerte de incertidumbres. El calendario electoral está demasiado encima. Olona carece de implantación territorial, de estructura orgánica. Y depende de su popularidad y de su proyección. Por eso no tiene sentido participar en unas autonómicas, ni el sistema electoral le concede demasiadas posibilidades en los comicios legislativos. Más le convendría el modelo presidencial francés, porque la relevancia del partido está subordinada a la envergadura de la personalidad. Olona sería una especie de Marine Le Pen celtibérica.

Vox está experimentando una crisis demasiado prematura y de enjundia elocuente

La cuestión, por tanto, consiste en dirimir cuánto daño puede hacerle el cisma a Vox. Y cuánto puede fracturarse la ultraderecha. El partido de Abascal está experimentando una crisis demasiado prematura y de enjundia elocuente. Nada puede perjudicarle más que la disgregación de los votos. Y la pérdida de escaños que implica elegir entre Rómulo y Remo.

Los alimenta Meloni con sus 'melones'. No se me solivianten. Fue la propia Giorgia quien recurrió a la procaz alegoría en la recta final de la campaña. Divulgó un vídeo en el que exhibía un par de melones a la altura de sus senos. “Con esto lo digo todo”, añadía la lideresa, por si hubiera dudas.

La imagen de la fertilidad es la correspondencia femenina a la que Berlusconi ejercía con su ridícula testosterona. Hemos pasado de la política de los dos cojones a la política de los dos melones. O sea, la política del calentón, del instinto, cuando no de la víscera y la bilis.

Foto: Giorgia Meloni, en la sede de su partido, Fratelli d'Italia, durante la noche electoral en Roma. (EFE/Ettore Ferrari)

El gran problema que tiene delante Giorgia Meloni consiste en ponerse a gobernar y trasladar a la realidad los principios genéricos e ideológicos de un programa impracticable. Los populismos se aprovechan de la congoja y del miedo, se nutren del providencialismo y de la antipolítica, pero se desmoronan en cuanto los milagros anunciados nunca se verifican.

Por eso a Abascal no le interesa gobernar. El suyo es un partido vocinglero y agitador, una bancada ruidosa e influyente que se propaga en la crítica agresiva y que se malogra en la gestión. Lo que no puede permitirse Vox es desmayarse ahora en las urnas ni resentirse de la ruptura con Olona. De hacerlo, incurriría en el mecanismo endogámico y autodestructivo que caracteriza a los fantasmas de la nueva política (Podemos, Cs).

El fratricidio es el escenario final y letal que se describe en el mito de Rómulo y Remo. Ya conocen la historia. El primero asesinó al segundo porque traspasó los límites territoriales que le estaban prohibidos y que definían la ciudad en la que ahora gobierna Giorgia Meloni con sus dos melones.

Resulta atractiva la imagen de Macarena Olona y Santiago Abascal disputándose las mamas de Giorgia Meloni, como si fuera ella la reencarnación de Luperca, la loba capitolina que amamantó a Rómulo y Remo. Gobierna Meloni en Roma, la misma ciudad donde prosperaron los gemelos hasta que se enfrentaron. Y pujan Olona y Abascal por atribuirse los laureles que lleva sobre la cabeza la lideresa 'tricolore', más o menos como si necesitaran la euforia de Giorgia para reanimar sus trayectorias.

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