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El chino gobierna el mundo y Putin es su dóberman
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Rubén Amón

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El chino gobierna el mundo y Putin es su dóberman

El congreso del PCCh sacraliza la personalidad de Xi Jinping, tirano de la aldea global y paradigma de una expansión económica, cultural, demográfica y militar que mira hacia 2049 como el año de la victoria planetaria

Foto: Xi Jinping, en la inauguración del congreso de PCCh. (EFE/Mark R. Cristino)
Xi Jinping, en la inauguración del congreso de PCCh. (EFE/Mark R. Cristino)
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Impresiona toparse en Pamplona con la bandera foral que abanica la plaza de los Fueros. No solo por el tamaño, sino por el color. El rojo que identifica al territorio navarro evoca la bandera de China. Y desconcierta a los foráneos, quizá pronosticando el momento en que sea costumbre —igual que en una novela de Philip K.Dick— la imagen de Xi Jinping en nuestra nevera y el estandarte carmesí en todos los municipios occidentales.

Podría ocurrir en 2049. No es una fecha cualquiera, sino la referencia centenaria de la fundación de la República Popular China. La tiene en la cabeza y en el horizonte Xi Jinping. Será entonces cuando podría formalizarse la soberanía del planeta. Y cuando el jefe del Estado habría cumplido 96 años. No es sencillo que los alcance, pero el congreso del Partido Comunista inaugurado este domingo ha alentado su expectativa vitalicia y lo ha proclamado timonel de la patria y tirano de la aldea global.

"Ha radicalizado Xi el culto a la personalidad, la sumisión del populacho, la propaganda providencialista"

"El chino", lo llamaba Mariano Rajoy en la entrevista campechana del campechano Osborne. Y no en sentido despectivo, pero tampoco demasiado consciente del temblor geopolítico que implica la hegemonía de una potencia económica, demográfica, tecnológica y militar cuyas ambiciones expansionistas son tan evidentes como la incertidumbre de la desaceleración y la degradación de las libertades. El propio Xi Jinping tiene acordonado y secuestrado al país con las medidas radicales del covid. No está claro si por razones sanitarias o por motivos estrictamente autoritarios. Ha radicalizado Xi el culto a la personalidad, la sumisión del populacho, la propaganda providencialista. Y ha puesto un precio elevadísimo a la prosperidad, de tal manera que el híbrido perfecto del capitalcomunismo inquieta a la creciente clase media, irrita a los compatriotas mejor informados y justifica el malestar que las purgas sucesivas han originado en la jerarquía del partido único.

Lo preside Xi Jinping más allá de la edad permitida (68 años) y más allá de los plazos obligatorios (dos mandatos de cinco años). Y lo seguirá haciendo hasta que logre convertirse en el atlante que sujeta el planeta. El discurso del domingo aludía a "la misión" universal. Y a la propia megalomanía.

Foto: Un combatiente del Batallón Azov carga un lanzacohetes RPG. (EFE/Orlando Barría) Opinión

Capitalcomunismo, decíamos. Un neologismo y una aberración que identifica las peores características del capitalismo —la ferocidad competitiva, la ausencia de derechos laborales, el estajanovismo— y las peores condiciones del comunismo, tanto por la restricción de libertades como por la brutalidad del Código Penal y la profanación orgullosa de la separación de poderes.

La criatura geopolítica y geoeconómica resultante no conoce límites ni cortapisas. China ha colonizado los países africanos y Latinoamérica en una campaña gigantesca de inversiones y explotaciones de recursos naturales. Acapara la deuda pública estadounidense. Es el primer socio comercial de la UE. Y ha convertido a Vladímir Putin en el dóberman con el que asusta el estado de bienestar occidental. Alivia o aprieta la correa del zar según le conviene. Lo utiliza como espantajo de su poder, pero no abusa de la sintonía porque la proliferación de nuevos territorios —Crimea, las repúblicas del Donbás, Abjasia, Osetia del Sur...— contradice la firmeza con que China vigila su unidad territorial, intimida el Tíbet y Taiwán o ejecuta el genocidio de la minoría uigur en la zona 'rebelde' del noroeste de la nación.

Foto: Un soldado japonés arría la bandera con la llegada del atardecer. (Reuters/Issei Kato)

Ha degenerado en un sarcasmo el adjetivo del océano Pacífico. Y se ha convertido en un problema irresoluble la mentalidad expansionista con que la potencia militar de Xi Jinping dirime sus conflictos con Japón —históricos y simbólicos— o se impone categóricamente en las rutas comerciales.

Necesita crecer China a un ritmo que empieza a griparse. Lo demuestran las diferencias entre las cifras de 2021 —8,1%— y las expectativas de 2022 —3,2%—, aunque el modelo presidencialista también se resiente del descontento del sector privado, de la crisis del sector inmobiliario, del descontento de la clase media y de los recelos crecientes hacia la gestión represiva de la sociedad.

Xi Jinping es el caudillo del planeta. Y también es el tío Xi, pues ya ha alcanzado ese rango de cariño obligatorio, de candor familiar y de fervor propagandístico que las tiranías imponen en el culto a la personalidad de sus patriarcas. El tío Xi, de hecho, ya fue proclamado "luminaria del pensamiento" hace un lustro en el congreso del partido. Alcanzó el mismo rango institucional y simbólico que habían adquirido Mao Zedong y Deng Xiaoping, pero la santísima trinidad que abanica la bandera roja del comunismo se le ha quedado pequeña al patriarca de Beijing.

También es el tío Xi, pues ya ha alcanzado ese rango de cariño obligatorio, de candor familiar y de fervor propagandístico

Tenemos que convivir con él, aceptar sus reglas y sus condiciones. E ir admitiendo que nuestras democracias languidecen como parques temáticos. Y que Atenas capitula sin armas ante la ferocidad de los persas.

Oriente somete a Occidente con el martillo y la hoz del tío Xi. 2049. Cien años después de la fundación de la República Popular y también de haberse publicado 'El héroe de las mil caras', un ensayo canónico de Joseph Campbell que define los rasgos inequívocos del camino de perfección que convierte a los humanos en mitos. Y que puede aplicarse al caso de Jinping, porque destaca sus orígenes humildes, sus momentos de sufrimiento y abnegación agrícola, las ordalías que sobrepasa para acceder al poder —vivió en una cueva, durmió en un lecho de ladrillos, hizo voto de silencio…— y la noción del pueblo que lo idolatra, porque el presidente chino fue también el pueblo. Y por eso sabe mejor que nadie cómo instrumentalizarlo y gobernarlo desde el magnetismo, desde el aforismo —los cuchillos se afilan con la piedra— y desde… el confucionismo, pues no hay religión más propicia al engranaje de una dictadura que aquella que sacraliza la casta a la que perteneces, el peldaño en la pirámide que ocupas y el principio de la subordinación al Estado.

Impresiona toparse en Pamplona con la bandera foral que abanica la plaza de los Fueros. No solo por el tamaño, sino por el color. El rojo que identifica al territorio navarro evoca la bandera de China. Y desconcierta a los foráneos, quizá pronosticando el momento en que sea costumbre —igual que en una novela de Philip K.Dick— la imagen de Xi Jinping en nuestra nevera y el estandarte carmesí en todos los municipios occidentales.

Xi Jinping Vladimir Putin Estado del bienestar
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