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El expediente X de Feijóo es… Fernández Díaz
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Rubén Amón

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El expediente X de Feijóo es… Fernández Díaz

Si cree en la regeneración, el líder del PP no puede encubrir en el caso Mediador la gravedad de la Kitchen ni la condescendencia con el ministro que urdió la trama de extorsión y espionaje

Foto: El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz. (EFE/Archivo J.J. Guillén)
El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz. (EFE/Archivo J.J. Guillén)
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Estaba claro que los voceros del bipartidismo iban a prodigar la modalidad política del lanzamiento de basura. El PSOE encubre el escándalo del Tito Beni denunciando las corruptelas de Fernández Díaz. Y el PP aprovecha el folclore y las cañerías de la bacanal canaria para sustraerse a la vergüenza de la Kitchen. El espectáculo resulta penoso. No ya por la imagen de reyerta verbal que trasladan a la opinión pública el reparto de estopa y las aguas fecales, sino por la regresión temeraria a la cultura de la corrupción.

Le ha resultado providencial al PP la aparición por capítulos del folletón insular, tanto por la dimensión pintoresca de los detalles como por la inminencia de las elecciones, pero resulta indecoroso que el caso Mediador pretenda utilizarse para distraer el hedor de la Kitchen: 15 años de cárcel reclama la Fiscalía Anticorrupción al ministro que utilizó con fines partidistas los recursos del Estado y la reputación de la seguridad nacional para investigar a los rivales políticos y descubrir si el tesorero Bárcenas disponía de información que pudiera comprometer a Mariano Rajoy.

La corrupción tiene grados y responde de una jerarquía. Claro que debe observarse con atención la evolución del escándalo canario. Y no tanto por las derivadas más pintorescas de la España negra —la sordidez, el puterío, la cocaína— como por la forma en que se sustanciaron las relaciones políticas y empresariales en el abismo del comisionismo y del conflicto de intereses.

Foto: El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, en una foto de archivo de 2016. (EFE/Chema Moya)

Es la razón por la que Feijóo ha emprendido la llamada de la ejemplaridad y de la transparencia. Y el motivo por el que Ayuso se ha propuesto explorar la derivada hiperbólica —"el Tito Berni acabará con el Gobierno"—, pero la actualidad del caso Mediador no puede utilizarse con fines disuasorios.

El gran escándalo contemporáneo es el artefacto de la policía patriótica. Y no porque la trama y tramoya del exministro Fernández se hayan concebido en estos momentos, sino porque es ahora cuando ha progresado la investigación judicial y cuando han trascendido todos los detalles de la gravísima conspiración del Estado: malversación, extorsión, abuso de la policía, acoso a la oposición, operaciones siniestras a las órdenes de Villarejo.

El comisario torrentiano homologa las tramas de corrupción dignas de llamarse así en Celtiberia. Y destapa la ferocidad con que Fernández Díaz, su número dos, Francisco Martínez, y el jefe de la Policía Nacional, Eugenio Pino, convirtieron el Ministerio del Interior en una terminal política.

Foto: Sánchez, en un acto en La Palma. (EFE/Luis G. Morera) Opinión

Estaba al tanto Pablo Casado de los peligros que revestía involucrar a Jorge Fernández en sus listas. Le presionaron e intimidaron para colocarlo como eurodiputado y protegerlo con el escudo de la inmunidad parlamentaria, pero el expresidente del PP consiguió sacudirse el asedio y abrió un expediente de suspensión de militancia que languidece desde hace… 29 meses.

Lo tiene delante Núñez Feijóo, con la obligación de resolverlo. Y con el problema de credibilidad que implica cebarse con el Tito Berni mientras trata de ocultarse a sí mismo el aliento del Leviatán. Fernández Díaz es un cuerpo extraño que el presidente del PP tendría que escarmentar. No ya por la dimensión nauseabunda que expone la trama Kitchen, sino porque toda indulgencia con las cañerías de la era Mariano Rajoy intoxica la estrategia de la tabula rasa y desluce el mensaje voluntarista de la regeneración.

De hecho, la velocidad electoralista con que ha reaccionado el PSOE a la expulsión del diputado Fuentes Curbelo ni acusación, ni imputación, ni juicio— pretende cauterizar una crisis intempestiva y trasladar al PP las relaciones infectas con la Kitchen. Feijóo no puede contemporizar con la sombra de Fernández Díaz, ni condescender con una trama cuya incógnita por despejarse —la totémica X— apunta precisamente a Mariano Rajoy.

¿Podía urdirse la Kitchen sin conocimiento del presidente? ¿Se le ocultó una abyecta operación de Estado que pretendía favorecer sus intereses?

¿Podía urdirse la Kitchen sin conocimiento del presidente del Gobierno? ¿Se le ocultó al líder del PP una abyecta operación de Estado que pretendía favorecer sus intereses? ¿Por qué se instigó contra Luis Bárcenas? ¿Qué informaciones suculentas tenía bajo su poder el tesorero?

Las preguntas se añaden a otras derivadas estremecedoras de la Kitchen. Empezando por la inercia de un esquema parapolicial entre cuyas prioridades destacaba el espionaje a Podemos y a los partidos nacionalistas. Es donde adquiere su plena naturaleza el sintagma de la policía patriótica. Y donde se demuestra hasta qué punto resulta frívolo establecer comparaciones entre el Tito Berni y el ministro Fernández.

Núñez Feijóo no puede incurrir en semejante mistificación. Y sí debe reaccionar con elocuencia al expediente-pestilente que Pablo Casado le ha dejado en un cajón. Huele muy mal en la cocina. Y puede que Fernández Díaz haya guardado para sí los secretos más inquietantes, pero el gesto de la inmolación no implica que Núñez Feijóo pueda emprender la travesía de la nueva época con el lastre de los viejos espectros.

Estaba claro que los voceros del bipartidismo iban a prodigar la modalidad política del lanzamiento de basura. El PSOE encubre el escándalo del Tito Beni denunciando las corruptelas de Fernández Díaz. Y el PP aprovecha el folclore y las cañerías de la bacanal canaria para sustraerse a la vergüenza de la Kitchen. El espectáculo resulta penoso. No ya por la imagen de reyerta verbal que trasladan a la opinión pública el reparto de estopa y las aguas fecales, sino por la regresión temeraria a la cultura de la corrupción.

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