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Iglesias y Montero arden en la hoguera, la hoguera, la hoguera
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Rubén Amón

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Iglesias y Montero arden en la hoguera, la hoguera, la hoguera

Yolanda Díaz líquida a la extraña pareja, al tiempo que Podemos se caricaturiza en su cesarismo, instrumentalización de las bases y la conservación de la poltrona parlamentaria: quienes rodearon el Congreso ya no quieren abandonarlo

Foto: Pablo Iglesias e Irene Montero, en la clausura de la Universidad de Otoño de Podemos. (EFE/Mariscal)
Pablo Iglesias e Irene Montero, en la clausura de la Universidad de Otoño de Podemos. (EFE/Mariscal)
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Es un asunto muy delicado el de la pena capital, pues, además del condenado, juega el gusto de cada cual. Y Pablo Iglesias ha elegido la hoguera, la hoguera, la hoguera, evocando la canción de Javier Krahe que el jibarizado líder morado canturreaba antes de prometernos el cielo.

Se ha descoyuntado el mesianismo de Iglesias entre el seppuku y el ridículo. Y ha sobrevenido un proceso de agonía que caricaturiza todas las pretensiones de la nueva política. El cesarismo ha ridiculizado el dogma asambleario. Y la consigna libertaria que implicaba rodear el Congreso ha degenerado en un obsceno procedimiento chantajista de resistencia a la poltrona. Se trataba de conservarla como sea. Y de convertir la masacre del 23-J en un salvoconducto a los lugartenientes de Iglesias. Por eso se ha extremado la batalla a Yolanda Díaz. No ya emancipada del macho alfa que la ungió a dedo, sino reacia a transigir con la imposición de Montero en las listas. Ha perdido la ministra. Y se han extinguido en la hoguera los últimos estertores del 15-M. Quienes vinieron a acabar con el sistema se resistían a abandonarlo. Quienes rodearon el Congreso no querían salir de él.

El insólito ultimátum a las bases —se las convocó 24 horas antes del límite— consistía en autorizar y homologar el criterio de la dirigencia

Impresiona el proceso autodestructivo de Podemos. Y la indecencia con que se ha instrumentalizado la sensibilidad colectiva. Iglesias convocó un referéndum para indultar su chalé, del mismo modo que Belarra trivializó el peso de la militancia sometiéndola a una consulta inducida.

El insólito ultimátum a las bases —se las convocó 24 horas antes del límite— consistía en autorizar y homologar el criterio de la dirigencia. Un paripé asambleario cuyo desenlace traumático —romper o no con el yolandismo— pretendía evacuar la responsabilidad de los líderes morados.

Convenía a Ione Belarra estimular el incienso plebiscitario de las bases para encubrir la negligencia con que Pablo Iglesias y sus costaleros han llevado Podemos a la hoguera: él creó el partido, él lo ha destruido, hasta dejarlo irreconocible y exponerlo a un proceso de putrefacción cuya última víctima es precisamente Irene Montero. Yolanda Díaz la ha humillado. Y la ha convertido en el cataplasma de una batalla interna cuyos matices políticos y personales predisponen un campo de minas camino del 23-J.

Foto: La secretaria general de Podemos, Ione Belarra. (EFE/Sergio Pérez)

El debate no concierne a las expectativas de supervivencia, sino al método de defunción que tiene delante Podemos. Javier Krahe proponía en su canción toda suerte de modalidades, incluidos el castizo garrote vil y la funcionalidad de la silla eléctrica, pero Iglesias, qué sé yo, ha elegido la hoguera, la hoguera, la hoguera, regando de queroseno el proyecto de Yolanda Díaz y balcanizando las opciones de la izquierda.

Lo definía muy bien mi colega Kiko Llaneras en El País del viernes a partir de unos cálculos estadísticos. La conjunción de Sumar y Podemos podría sumar 41 diputados, mientras que la iniciativa de competir por separado restringiría la representación parlamentaria a 26 señorías.

Foto: La secretaria de Igualdad del PSOE, Andrea Fernández. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)

El escarmiento preventivo tendría mayor influencia si no fuera porque Iglesias apuesta, en realidad, por el triunfo de la derechona. Se distanciaría del fracaso de Podemos porque carece de un cargo orgánico. Celebraría el hundimiento de Yolanda Díaz. Y convertiría la irrupción de la ola reaccionaria en el mejor estímulo de su porvenir en los medios informativos que le patrocina Jaume Roures. Iglesias sería el gran predicador que nos previene del Apocalipsis. Y el antagonista perfecto de Feijóo y de Abascal en el abrevadero de TikTok, aunque el fracaso político de estos nueve años incita un ejercicio de credulidad que ya solo pueden compartir los fanáticos.

La poltrona, pues, el paraíso perdido. Más que un asiento es un concepto que alude al privilegio y que inmortalizó José María García en alusión al talento acomodaticio de los dirigentes deportivos. Ninguno más famoso que Pablo Porta. Ni más propicio a un estribillo radiofónico que encaja con el apellido de Iglesias: Pablo, Pablito, Pablete.

Es un asunto muy delicado el de la pena capital, pues, además del condenado, juega el gusto de cada cual. Y Pablo Iglesias ha elegido la hoguera, la hoguera, la hoguera, evocando la canción de Javier Krahe que el jibarizado líder morado canturreaba antes de prometernos el cielo.

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