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Santi Abascal no engaña a nadie
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Rubén Amón

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Santi Abascal no engaña a nadie

El líder de Vox expone su coherencia política con una campaña rotunda y extremista que tanto pone de manifiesto el cinismo del PP como consolida la xenofobia, la homofobia, el euroescepticismo, el antifemisnismo y el negacionismo del cambio climático

Foto: Santiago Abascal, en una rueda de prensa de Vox. (EFE/Fernando Villar)
Santiago Abascal, en una rueda de prensa de Vox. (EFE/Fernando Villar)
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El escaso valor que se concede a la palabra y el atajo del cambio de opinión como alternativa a la mentira enfatizan la coherencia y sinceridad con que Santiago Abascal expone sus ideas y su campaña. Podía haber aprovechado el acercamiento estratégico y orgánico al PP para moderar el discurso incendiario, pero el líder de Vox se identifica orgullosamente en su piromanía. Y en la elocuencia con que divulga la xenofobia, la homofobia, el negacionismo climático, la violencia de género y el euroescepticismo.

Los mítines de los últimos días y de las últimas horas exageran incluso la iracundia contra las convenciones, destapando la dimensión friqui y conspiranoica de la ultraderecha. Fue el contexto en que García-Gallardo, vicepresidente del Gobierno de Castilla y León, aludió a la bandera arcoíris como el trapo que marida la plutocracia con la izquierda más sectaria.

Foto: Feijóo, en un acto del PP en Gimenells. (EFE/David Mudarra) Opinión

Ha decidido Abascal movilizar a sus costaleros más radicales. Ha convertido al ultra-ultra Jorge Buxadé en el agente negociador de los acuerdos autonómicos. Y ha situado en las presidencias de los parlamentos a los sujetos que mejor definen el dogmatismo confesional, el machismo, el patrioterismo y el populismo. Y no es que Vox diga la verdad, pero no miente: es un partido radical y nauseabundo que corroe la convivencia.

Lo demuestran los desahogos sectarios de Santiago Abascal, cuya campaña de captación de votos transforma el conflicto del feminismo en la izquierda en el pretexto para negar la evidencia de la violencia machista.

Vox es un partido de hombres cuya sensibilidad no persigue tanto el voto masculino como el sufragio de los machotes, aunque la manipulación de los humores sociales incentiva la adhesión de otros ámbitos y sectores sugestionables. Abascal los seduce con el discurso de la españolía y de sus derivadas xenófobas, llegando a proclamar en un mitin que a Sánchez iban a votarlo los txapotes y los mohameds. Apuntala Vox el principio de la islamofobia. Y utiliza al extranjero como el origen de todos los males.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, interviene durante un acto sectorial del Partido Popular en Cataluña el pasado 26 de junio. (Europa Press/David Zorrakino)
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No solo cuando demoniza la comunidad magrebí, cuando Ortega Smith organiza la persecución de los manteros subsaharianos o cuando se miente con el privilegio de los inmigrantes a expensas de los derechos de los españolazos. Extranjero para Abascal es el otro, el distinto, el maricón, el transexual, el independentista, el euroburócrata, el socialista, el ecologista.

Vox no es un partido de ejecución ni de praxis política, sino de ideología y demagogia. Por eso ha reivindicado para sí las consejerías y las concejalías donde mejor puede desenvolverse su catecismo: la seguridad, la familia, la cultura, incluso la agricultura como plataforma de negación del cambio climático. Y como ventanilla de atención a la gente del campo.

Extranjero para Abascal es el otro, el distinto, el maricón, el transexual, el independentista, el euroburócrata, el socialista, el ecologista

He aquí el aliado del PP, el socio inequívoco al que ha recurrido Feijóo para asegurarse los principales gobiernos autonómicos. Abascal restriega los acuerdos. Y enfatiza la línea más dura, hasta el extremo de haberse postergado el sector más amable del partido. Lo prueba la posición silenciosa de Espinosa de los Monteros durante la campaña del 23-J.

Y no puede decirse que las encuestas agradezcan el extremismo. Puede que Abascal arraigue un electorado leal, militante, fervoroso, pero el populismo, el providencialismo y el friquismo también describen un escenario disuasorio. No se le pueden entregar a Abascal tareas de gobierno, por mucho que Feijóo lo necesite en sus emergencias aritméticas. Ni debería contribuir el PP a dulcificar las relaciones con la ultra-ultraderecha. Por dignidad. Por convicciones. Y porque resulta completamente anómalo que Feijóo reclame hacia sí una gran mayoría electoral para evitar a Vox… al mismo tiempo que se abraza con Abascal cada vez que le resulta necesario.

Foto: El candidato de VOX a las elecciones generales del 23-J, Santiago Abascal, posa para El Confidencial. (D. G.)
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La excepción se perfila en Murcia. Y en la resistencia con que López Miras se opone a transigir con la idea del cogobierno. Ha alcanzado allí Vox un resultado muy superior (18%) al obtenido en Extremadura (8%) y Valencia (12%), pero las vicisitudes de estas horas pueden convertirlo en el laboratorio experimental, bien sea para llevar al extremo la oportunidad de unas nuevas elecciones o bien para demostrar que Núñez Feijóo no cede siempre al chantaje de la extrema derecha extrema.

Es la baza que el presidente del PP aspira a manejar en el debate televisivo de este lunes. No ya recordarle a Sánchez que los populares han facilitado la alcaldía socialista de Vitoria y de Barcelona, sino demostrar que a Vox se le puede y debe sacrificar cuando radicaliza sus postulados.

El escaso valor que se concede a la palabra y el atajo del cambio de opinión como alternativa a la mentira enfatizan la coherencia y sinceridad con que Santiago Abascal expone sus ideas y su campaña. Podía haber aprovechado el acercamiento estratégico y orgánico al PP para moderar el discurso incendiario, pero el líder de Vox se identifica orgullosamente en su piromanía. Y en la elocuencia con que divulga la xenofobia, la homofobia, el negacionismo climático, la violencia de género y el euroescepticismo.

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