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¿A qué juega Núñez Feijóo?
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Rubén Amón

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¿A qué juega Núñez Feijóo?

Resulta temerario y enternecedor que el líder del PP, amparado en el 'mandato' de Zarzuela, finja sus opciones de investidura y se distancie de Vox, mientras le regala tiempo a Sánchez

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Impresiona y enternece la naturalidad con que Núñez Feijóo se ha creado a sí mismo la expectativa de una investidura. Se trata de fingir la posibilidad de un gran acuerdo parlamentario. Y de suscribir un estado de ilusionismo que aspira a neutralizar las evidencias, quizá porque el solemne (y estéril) encargo del Rey predispuso el equívoco sueño de la Moncloa.

El pacto es inverosímil, ni siquiera cuando el patrón de Génova 13 pretenda demostrar a las fuerzas políticas más hostiles —Junts incluida— que el PP dispone de muchos caminos de interlocución y que Vox es un partido secundario y hasta irrelevante en la trama extravagante de la investidura.

Foto: El líder popular, Alberto Núñez Feijóo (2i), conversa con el responsable de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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Las cosas son exactamente al revés. La ultraderecha es el único punto de apoyo que permite a Feijóo jugar a "yo quiero ser presidente", aunque los esfuerzos de la moderación y de la pluralidad que escenifica la estrategia del PP en estas partidas de ajedrez simultáneas se resienten de las relaciones orgánicas con Vox en las comunidades y los ayuntamientos.

Ni el ardid de bloquear el partido de Abascal en la Mesa del Congreso ni el amago de la repetición electoral en Murcia rectifican la pésima reputación de un acuerdo parlamentario que otorgaría a la extrema derecha excesiva influencia y que, por idénticas razones, justifica la elocuencia con que el PNV recela de llegar a un consenso activo o pasivo con Feijóo.

Hubiera sido más honesto aceptar el resultado de las elecciones. Las perdió el ganador y las ganó el perdedor. El éxito de Feijóo es la medida de su fracaso. Y puede entenderse la frustración que implica resignarse al poder absoluto de Puigdemont como chantajista y extorsionador de la próxima legislatura, pero la desvergüenza del sanchismo y las realidades aritméticas desdibujan la embarazosa ingenuidad con que Feijóo esparce su voluntarismo y se niega a aceptar el liderazgo… de la oposición.

Foto: Carles Puigdemont y Pere Aragonès en Francia en un acto en homenaje a Pau Casals. (EFE/David Borrat)

Bien podría haberse detenido en la Zarzuela el viaje a ningún sitio del presidente del PP. Han convenido los rapsodas de la izquierda que la decisión de encomendar la investidura a Feijóo implicaba que Felipe VI suscribía su plena adhesión al proyecto popular. Más bien parece que el jefe del Estado concedía la oportunidad de explorar la aventura de la primera fuerza parlamentaria en el umbral milimétrico de cuatro diputados, pero se diría que Feijóo ha interpretado la unción del monarca como un derecho o como un salvoconducto para rendir a los interlocutores menos afines.

Y no es que el aspirante al vacío se haya propuesto perder el tiempo en este ejercicio de ilusionismo, sino que se lo está regalando a Pedro Sánchez. Primero, porque las puertas cerradas con que se encuentra el líder del PP exponen la medida de su aislamiento político y de su dependencia de Vox. Y en segundo término, porque la dilatación de las horas, de los días y de las semanas permite al líder socialista perfeccionar las relaciones con Junts e ir familiarizando a la opinión pública con la oportunidad de la amnistía.

Feijóo ha llegado a proponer a Pedro Sánchez que le apoye una legislatura breve. Que le conceda acaso dos años para llevar a cabo todas las reformas que requieren… la derogación del sanchismo. Y no podrá sorprenderle la incredulidad del presidente del Gobierno, pero más estupefacción genera la desesperación con que el timonel del PP se malogra en su desierto.

¿Está poniendo Feijóo en peligro la idiosincrasia antinacionalista del PP?

Y puede que tenga razón cuando presumía este fin de semana de haber conseguido el mayor poder territorial del PP en las últimas décadas, pero Feijóo preferiría un trimestre en la Moncloa antes que jactarse de su fuerza en el Senado o de la corpulencia que han adquirido las baronías.

Algunas de ellas, por ejemplo la que regenta Ayuso, recelan de la naturalidad con que Feijóo se inscribe en los discursos de la plurinacionalidad y corteja el nacionalismo. No solo en la sumisión al PNV, sino en el descaro con que se considera a Junts un partido digno de aprecio y de tratamiento. ¿Está poniendo Feijóo en peligro la idiosincrasia antinacionalista del PP? ¿Está cultivando una crisis de identidad en su propio partido?

La paradoja de la situación política consiste en que los partidos nacionalistas van a ejercer su mayor fuerza y su más alta capacidad de soborno cuando menos impulso les han otorgado las urnas. Han votado los españoles en clave moderada. Han debilitado a la ultraderecha. Y han reanimado el bipartidismo, pero el enconamiento de Feijóo y Sánchez deriva el escenario de las urnas a la impotencia del primero y a la ferocidad del segundo, de tal manera que Felipe VI terminará indicando al patrón socialista que formalice la investidura con los partidos que pretenden decapitarlo.

Impresiona y enternece la naturalidad con que Núñez Feijóo se ha creado a sí mismo la expectativa de una investidura. Se trata de fingir la posibilidad de un gran acuerdo parlamentario. Y de suscribir un estado de ilusionismo que aspira a neutralizar las evidencias, quizá porque el solemne (y estéril) encargo del Rey predispuso el equívoco sueño de la Moncloa.

Alberto Núñez Feijóo
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