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Viva Leonor, larga vida… a Sánchez
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Rubén Amón

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Viva Leonor, larga vida… a Sánchez

La continuidad del sanchismo y el porvenir de la monarquía se sobreponen en una jornada que remarca el desafío de los soberanistas a quien el presidente del Gobierno ha encomendado la legislatura

Foto: La princesa Leonor sentada junto a su hermana, la infanta Sofía, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)
La princesa Leonor sentada junto a su hermana, la infanta Sofía, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)
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Tanto ha cambiado la sociedad entre el juramento de Felipe VI y el de su hija que el hemiciclo de 1986 alojaba un 5% de mujeres frente al 45% que ahora lo identifica, incluido el escaño de la presidenta Francina Armengol.

Le ha correspondido a ella ejercer de anfitriona, controla sus pulsiones republicanas y resignarse a la fertilidad de la Corona, por mucho que los socios de la coalición en el poder y los ministros ausentes de Sumar urdieran un sabotaje que retrata la falta de decoro institucional, la dejación de funciones (las obligaciones con sus votantes) y la ignorancia.

Ignorancia porque la princesa Leonor no acudió este martes a coronarse ni a sacudirnos con el cetro, sino a someterse a la Constitución que tanto vilipendian los parlamentarios regicidas. Y cuya letra define e identifica las limitaciones de su poder en el contexto de la democracia representativa.

El ceremonial de este martes, por muy solemne que fuera, no se definía en su proyección política ni en su dimensión social. Era un acto jurídico y parlamentario cuyos 12 segundos de más enjundia enfatizaban precisamente la jerarquía de la soberanía nacional por encima de la futura soberana. Se pone la princesa Leonor al servicio de la Constitución. No al revés.

Foto: Guardias reales en las verjas del Congreso. (EFE/Kiko Huesca)

Era de esperar que Bildu, Esquerra y el BNG reaccionaran al exorcismo con los clichés de un documento incendiario y que renegaran de la carta magna con el mismo énfasis que abjuran del “régimen del 78”. El problema no son ellos, sino la influencia que les ha concedido Sánchez en las necesidades particulares y en la degradación del hábitat político e institucional.

Puede ocurrir que España tenga antes una jefa de Estado que una presidenta del Gobierno. Y no solo por las expectativas sucesorias de Leonor, sino porque Pedro Sánchez va camino de eternizarse.

La ignominia de la foto de Santos Cerdán a la vera de Puigdemont en Bruselas escenifica el banderazo de una nueva legislatura cuyo altísimo precio —la amnistía— tanto califica la falta de principios como predispone la década en el poder que ya tiene al alcance Pedro Sánchez.

Foto: La princesa Leonor durante la jura de la Constitución en el Congreso de los Diputados. (Reuters/Pool/Ballesteros)

Por los años que lleva (cinco). Por los que jalonan su inmediato futuro (cuatro). Y por la naturalidad con que ha puesto la gobernabilidad de España en manos de Puigdemont y a expensas de la humillación del Estado.

Resulta vergonzoso que se le reconozca al prófugo con los honores y los galones de president. Y que se conmemore la fechoría de su fuga —seis años exactos— proporcionándole una amnistía a medida que lo identifica como un preso político, que lo convierte en un mártir y que transforma la naturaleza del Estado de víctima a victimario. Los indultos —muy discutibles— ejemplifican una prueba de magnificencia. La amnistía presupone una prueba de culpabilidad. No es lo mismo perdonar que pedir perdón.

Y Sánchez se ha humillado para hacerlo. Ha doblado el espinazo de la decencia y de la responsabilidad. Por eso resulta tan inquietante la constelación soberanista y regicida que le chantajea. Y por la misma razón necesita Sánchez encubrirse en el progreso, la reconciliación.

placeholder La princesa Leonor saludando a los congregados. (Reuters/Susana Vera)
La princesa Leonor saludando a los congregados. (Reuters/Susana Vera)

Puede que el acuerdo de Bruselas se haya concebido en la vigilia del juramento de Leonor para amortiguar el impacto mediático, aunque la sospechosa coincidencia sobrepone milimétricamente la imagen del porvenir del sanchismo con la idea del futuro de la monarquía.

Le hubiera convenido a la princesa Leonor un dispositivo de seguridad y de aislamiento menos extremo del que acordonó la carrera de San Jerónimo. No podían los ciudadanos acercarse al Congreso ni trasladar el fervor con que se identifica la leonormanía. Resultaba gélido y aséptico el ceremonial, como si hubiera una distancia (ficticia) entre la soberanía y el pueblo.

Foto: Francina Armengol durante su discurso ante la princesa Leonor. (EFE/Chema Moya)

Era día de labor este martes. Y no se produjeron grandes aglomeraciones en las calles de Madrid, aunque el alcalde Almeida y la presidenta Ayuso se habían propuesto convertir la ocasión del juramento en una suerte de acto electoralista propio. No ya abusando del folclore patriotero, sino convirtiendo la causa monárquica en argumento diferencial frente a Pedro Sánchez.

Impecable iba la princesa en la sobriedad de la indumentaria blanca. Como las novias en el altar y los toreros que toman la alternativa. La arropaban su familia, el Ejército y el incienso parlamentario. También lo hizo el discurso de bienvenida de Francina Armengol “una mujer joven en la España de hoy”—, aunque nadie pudo acompañarla cuando le pusieron delante la misma Constitución que juró su padre y cuya invocación solo requirió 12 segundos.

Tanto ha cambiado la sociedad entre el juramento de Felipe VI y el de su hija que el hemiciclo de 1986 alojaba un 5% de mujeres frente al 45% que ahora lo identifica, incluido el escaño de la presidenta Francina Armengol.

Princesa Leonor Rey Felipe VI
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