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¡Viva El Salvador! (y la rutina del esperpento)
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Rubén Amón

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¡Viva El Salvador! (y la rutina del esperpento)

La vergüenza de la mesa de Ginebra redunda en una situación de insalubridad democrática que cultiva el presidente con arreglo a un régimen sadomasoquista

Foto: El mediador entre el PSOE y Junts, el salvadoreño Francisco Galindo Vélez. (ESAP)
El mediador entre el PSOE y Junts, el salvadoreño Francisco Galindo Vélez. (ESAP)
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¿Qué grado de imaginación y de enajenación mental hubiera requerido sostener hace un par de meses que el porvenir de la legislatura española se decidiría en un despacho de Ginebra con el arbitraje de un mediador salvadoreño? ¿Cómo íbamos a creernos que el secretario de Organización de un partido y la representante de la quinta fuerza política de Cataluña recurrirían al hermetismo de un enclave extracomunitario para velar por la amnistía y el proceso de autodeterminación en presencia de un experto en conflictos armados, crisis terroristas, guerras de narcotráfico?

¿Pensamos alguna vez —o lo pensó él mismo— que Francisco Galindo Vélez, el mediador salvadoreño, formaría parte de nuestras vidas, elevando el miserable historial delincuente de Puigdemont a la categoría de una disputa entre dos Estados, expuesta a su vez en lugares clandestinos, fuera de la Unión Europea y sin el derecho a la cobertura periodística?

Las exageraciones con que la prensa reaccionaria cataloga a Sánchez —de líder bolivariano a Hitler— suscitan un ingenuo sentimiento de solidaridad y de condescendencia hacia el presidente del Gobierno. Dan ganas de creerse sus mentiras. Y de otorgarle un margen de credibilidad a la legislatura que se avecina, por mucho que nos hayan escarmentado las aberraciones de la anterior y que hayamos aceptado el régimen sadomasoquista.

Se relame Sánchez en el castigo y se regocijan los ciudadanos en el dolor. Ha venido a convenirse que el patrón socialista aprieta la soga explorando la transigencia de los gobernados. Y que las parafilias han adquirido una dimensión rutinaria. Un escándalo encubre el siguiente a semejanza de un juego de matrioskas. Y puede que la criatura resultante termine convirtiéndose en Godzilla, pero Sánchez dispone de cuatro años para amortiguar la escandalera. Porque cultiva el dolor con la misma eficacia que la amnesia. Y porque el desapego hacia la política favorece la impunidad e inmunidad en que se desenvuelve el líder monclovense.

Foto: Francisco Galindo Vélez. (ESAP)

Tiene sentido evocar aquella viñeta de El Roto donde aparecía una pareja de ricachones enfatizando la resistencia de los pobres: "Dicen que no llegan a fin de mes, pero al final sí llegan". Podría decirse lo mismo de los compatriotas de Sánchez en el régimen alimenticio de los sapos. Cada vez son más grandes e indigeribles, pero nos los terminamos tragando.

"España no va a romperse… hasta que se rompa" es el reflejo de un eslogan incendiario cuya ejecución pone a prueba el sadismo del presidente y el masoquismo de sus votantes. Y no es cuestión de eludir la negligencia del PP en la gestión del caudal electoral, pero estremece al mismo tiempo la degradación del sistema que cultiva y fomenta el presidente del Gobierno.

Se normaliza el disparate de la amnistía en el contexto de un escándalo todavía mayor: los encuentros furtivos en Ginebra

Se amontonan los episodios que profanan la separación de poderes. Proliferan las agresiones al equilibrio institucional. Se recrudecen las crisis diplomáticas. Y se normaliza el disparate de la amnistía en el contexto de un escándalo todavía mayor: los encuentros furtivos en Ginebra.

Se han inaugurado este fin de semana con todos los síntomas de un Estado bananero. Poco sentido tiene inaugurar solemnemente una legislatura —así se hizo el 29 de noviembre— cuando buena parte de su porvenir se decide entre las paredes de un despacho extracomunitario. Es allí donde Pedro Sánchez ha humillado la dignidad de la nación. Y donde ha condescendido con la mediación de un interventor al que se denomina eufemísticamente "acompañante". La nobleza del término encubre un despropósito político que habilita el protagonismo perverso de Puigdemont. Y que enfatiza unas condiciones inaceptables de hermetismo y clandestinidad, como si España no fuera una democracia responsable ni digna de sus instituciones. O como si la mesa de Suiza dirimiera un problema bilateral entre dos Estados.

El mediador salvadoreño que se ha incorporado a nuestras vidas, don Francisco Galindo Vélez, ofrece sus servicios a conflictos armados, crisis terroristas y disputas territoriales. Es el siniestro terreno de juego que ha elegido el expresident fugado para ejecutar el chantaje y cobrarse el rescate, entre otras razones, porque si viniera a España, habría que arrestarlo.

La proliferación de anomalías relativiza su propio efecto, como si las dosis de veneno funcionaran como el antídoto

Sánchez ha conseguido convertir en norma la excepción. La proliferación de anomalías relativiza su propio efecto, como si las dosis de veneno funcionaran como el antídoto… hasta que sobrevenga el colapso.

Y dan ganas de reconocerse equivocado. Pedirle perdón a Sánchez. Reconocerle que tiene en la cabeza un modelo de país, un proyecto clarividente de Estado cuyo porvenir requiere sobrepasar ciertos obstáculos e incomodidades. Dan ganas de confiar en el presidente del Gobierno y en atribuirle el liderazgo de la batalla del bien contra el mal, pero es imposible hacerlo desde la fe o desde la ingenuidad porque sus emergencias personales y decisiones estratégicas socavan metro a metro la salubridad de la democracia. Gritemos pues “¡Viva El Salvador!”, ya que de grandes democracias hablamos. “¡Viva El Salvador!”, proclama Sánchez en la Moncloa con la misma impostura que lo hizo el ministro de Defensa Trillo después de haberse confundido con Honduras.

¿Qué grado de imaginación y de enajenación mental hubiera requerido sostener hace un par de meses que el porvenir de la legislatura española se decidiría en un despacho de Ginebra con el arbitraje de un mediador salvadoreño? ¿Cómo íbamos a creernos que el secretario de Organización de un partido y la representante de la quinta fuerza política de Cataluña recurrirían al hermetismo de un enclave extracomunitario para velar por la amnistía y el proceso de autodeterminación en presencia de un experto en conflictos armados, crisis terroristas, guerras de narcotráfico?

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