Es noticia
Putin espera a Trump para derrotar a Ucrania
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

Putin espera a Trump para derrotar a Ucrania

Dos años después de iniciarse el conflicto, el zar refuerza su imagen interna, desgasta el campo de batalla y aguarda el cambio de guardia en el despacho oval como garantía de su victoria

Foto: Trump y Putin, en una imagen de archivo. (Reuters/Grigory Dukor)
Trump y Putin, en una imagen de archivo. (Reuters/Grigory Dukor)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Debe sentirse orgulloso Putin de las circunstancias en que se conmemoran los dos años de la guerra de Ucrania, aunque el zar todavía elude el sustantivo bélico —la guerra— y aunque los cadáveres se le amontonen en las puertas del Kremlin como si fueran trincheras de sacos de arena. Orgulloso, decíamos, porque el conflicto se ha cronificado. Porque ha estimulado el fervor de sus compatriotas. Porque va a arrasar en las elecciones de marzo. Porque se ha repuesto del amotinamiento de los mercenarios de Wagner. Porque acaba de anotarse el territorio de Avdíivka después de tantos meses de disputa. Porque la ejecución de Navalni aniquila cualquier atisbo de oposición. Y porque la eventual victoria de Trump en las elecciones de noviembre decide la suerte a su favor.

El regreso del magnate a la Casa Blanca replantea el escenario geopolítico a expensas de la angustia de Zelenski. No solo porque Trump considera amortizada la ayuda al colega ucraniano, sino porque las buenas relaciones del presidente republicano y Putin relativizan la capacidad y la operatividad de la OTAN para oponerse a los planes de expansionismo de Rusia.

Putin no tiene inconvenientes en llevar al matadero a sus soldados ni en dilatar la guerra el tiempo que sea necesario mientras se resquebraja la cohesión comunitaria y se demuestran ineficaces las presuntas sanciones. El presupuesto de Defensa ruso representa el 7,5% del PIB. Las bajas superan las 300.000. Y las expectativas electorales del 15 de marzo sitúan a Putin en el mejor resultado de su ejecutoria. El patriarca va a concederse tres décadas en el poder como referencia de las democracias imitativas. Una tiranía encubierta —no tan encubierta— que se jacta de la protección de China, que presume del consenso internacional —Brasil, India, las repúblicas bolivarianas, Irán…— y que abusa de las ambigüedades comunitarias.

Pongamos el caso de España. No ya por las conexiones entre el Kremlin y Puigdemont, sino porque la ejecución impune de un disidente en Alicante se añade a la vergüenza de las dependencias energéticas. Hemos aumentado un 30% las importaciones de gas líquido en el ejercicio de 2023.

Foto: El presidente ruso Vladímir Putin durante una reunión en Kazán (Tatarstan). (Reuters/Sputnik Sergei Bobylev)

Produce embarazo el sensacionalismo con que Sánchez visitó Ucrania hace un año. Y el compungimiento en su comparecencia en el Parlamento de Kiev. España ofrece sus maltrechos Leopard —¿han llegado ya?— mientras otros países se han comprometido al despliegue de los cazas —Dinamarca, Países Bajos, Polonia…— y mientras los Estados fronterizos de Rusia —los bálticos, en primer lugar, además Suecia y Noruega— insisten en la repercusión catastrófica que implicaría abandonar el destino de Ucrania.

Es mayor la popularidad de Vladímir Putin en Moscú que la de Zelenski en Kiev. La desmoralización del frente ucraniano se explica en la opulencia del enemigo. Y en los problemas derivados del abastecimiento militar, más allá de que Putin carezca de escrúpulos para martirizar a su pueblo y le atribuya un papel sacrificial en la misión de recuperar el territorio sagrado.

"Turquía es a la vez una potencia militar de la OTAN y un interlocutor privilegiado del zar en el tablero de ajedrez inclinado"

El tiempo favorece al invasor y expande su influencia, entre otras razones, porque los requisitos armamentísticos de una guerra esclerotizada han encontrado el refuerzo de Corea del Norte y de Irán. No esconde Putin sus vinculaciones con el eje del mal, ni desaprovecha tampoco la posición ambigua de Erdoğan. Turquía es a la vez una potencia militar de la OTAN y un interlocutor privilegiado del zar en el tablero de ajedrez inclinado.

Que la guerra de Ucrania se desenvuelva en territorio ucraniano no significa que sea un problema ucraniano, sino el punto de colisión nuclear de la democracia occidental frente a los modelos iliberales y tiránicos. Semejante congoja debería movilizar con recursos económicos y militares a la Unión Europea y a las sociedades abiertas homologables. Por esa razón —más que ninguna otra—, revisten tanta importancia las elecciones estadounidenses de noviembre. Y por idénticos motivos, el regreso de Trump al despacho oval representa el sueño húmedo de Vladímir en la corte de los chacales.

Debe sentirse orgulloso Putin de las circunstancias en que se conmemoran los dos años de la guerra de Ucrania, aunque el zar todavía elude el sustantivo bélico —la guerra— y aunque los cadáveres se le amontonen en las puertas del Kremlin como si fueran trincheras de sacos de arena. Orgulloso, decíamos, porque el conflicto se ha cronificado. Porque ha estimulado el fervor de sus compatriotas. Porque va a arrasar en las elecciones de marzo. Porque se ha repuesto del amotinamiento de los mercenarios de Wagner. Porque acaba de anotarse el territorio de Avdíivka después de tantos meses de disputa. Porque la ejecución de Navalni aniquila cualquier atisbo de oposición. Y porque la eventual victoria de Trump en las elecciones de noviembre decide la suerte a su favor.

Vladimir Putin Donald Trump
El redactor recomienda