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Otegi y Sánchez ganan las elecciones
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Rubén Amón

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Otegi y Sánchez ganan las elecciones

El soberanismo coloniza las urnas y las sensibilidades, el Gobierno y la oposición, en unas elecciones que no cambian nada y lo cambian todo, y que alivian el porvenir de Pedro en Moncloa

Foto: Celebración electoral de Bildu. (EFE/Miguel Toña)
Celebración electoral de Bildu. (EFE/Miguel Toña)
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Algo tenía que cambiar para que todo fuera… diferente. Tiene sentido alterar el sentido al aforismo más célebre de Lampedusa en El gatopardo. Los comicios dominicales consolidan el escenario que ya existía —gobierno PNV-PSE—, pero el ascenso descomunal de Bildu incorpora al independentismo una pujanza política que no había adquirido nunca.

Tanto es así que el arreón del partido de Otegi y la victoria del PNV otorgan al Parlamento vasco el mayor sesgo soberanista que ha tenido nunca (72%).

El nacionalismo ocupa el Gobierno y la oposición a la vez. Se extiende de la extrema izquierda a la derechona. Y satisface la sensibilidad de la inmensa mayoría del electorado. Serán las últimas elecciones que gana el PNV y la última vez que un candidato peneuvista accede al puesto de lehendakari, entre otras razones porque casi toda la credibilidad del viejo nacionalismo se aloja —o se consume— en Vizcaya. Y porque la progresión de Bildu, sin haber renunciado a la ambigüedad respecto a ETA, lo caracteriza en la plena homologación. Mérito (o demérito) de Pedro Sánchez. Igual que sucedió en Galicia con el BNG, el presidente del Gobierno demuestra que es el mayor lanzador y valedor de los partidos indepes. PNV y Bildu son rivales en el País Vasco, tal como se ha demostrado en la campaña, pero sensibles a los objetivos comunes del autogobierno y de la autodeterminación.

Las afinidades conceden peso al trance decisivo de la legislatura. Que no consiste precisamente en la investidura de Imanol Pradales, ni el objetivo del nuevo estatuto de autonomía del País Vasco, sino en la expresión empírica, sociológica, del independentismo sin necesidad de reivindicarlo. Menos presente están en la campaña la ruptura y la desconexión, más crece la expectativa de la diferencia y de la excepción a través del consenso social.

Foto: La plana mayor del PNV comparece tras los resultados electorales. (EFE) Opinión

La fuerza de los sufragios y la posición de chantaje en el palacio La Moncloa conceden al soberanismo unas condiciones inmejorables para conseguir prerrogativas territoriales extraordinarias, camino de las expectativas maximalistas a las que no han renunciado. Menos aún cuando los compadres catalanes prosperan y avanzan en la extravagancia del referéndum de autodeterminación. El ruido del soberanismo catalán impresiona menos que la sutileza del fenómeno vasco.

Ha conseguido Bildu normalizar su partido. Transformarse en la primera fuerza de… Vitoria. Y asearlo en las urnas con una insolencia política que tanto implica la tergiversación de la memoria y de la historia recientes como le permite convertirse en la fuerza progre, social y ambientalista que más ha percutido y repercutido en el criterio del nuevo electorado.

Foto: Eneko Andueza celebra los resultados electorales. (Europa Press/Iñaki Berasaluce)
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Se entiende así el fracaso de Podemos y de Sumar. No solo por haber insistido en la fragmentación de la izquierda, sino porque el proceso degenerativo que los identifica tanto liquida el horizonte de los morados como pone en situación de ridículo la plataforma de Yolanda Díaz.

Tiene sentido reprocharle a la izquierda de la izquierda la incapacidad de haber contenido el crecimiento de Bildu, como se le debe reprochar al constitucionalismo su impresionante y angustiosa decadencia. Es malo el resultado del PP, pese al incremento de un escaño. Como es mediocre la marca del Partido Socialista de Euskadi, pese a la relevancia que implica favorecer, como se pretendía, la investidura de Imanol Pradales.

Otra cuestión es la placidez que las urnas proponen a Sánchez. No estamos hablando de la salud del PSE, ni del PSOE, ni de España. Estamos hablando del cinismo y el pragmatismo con que el patrón de la Moncloa concibe su manual de resistencia. Por eso le resulta tan idóneo el balance del 21M.

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El entusiasmo de sus socios —PNV y BIldu— conforta la estabilidad de la legislatura. Y no tiene siquiera que plantearse la hipótesis de urdir un acuerdo con Otegi para entregarle la lehendekaritza a Otxandiano.

Sánchez hubiera diseñado los resultados como han salido. El PNV los necesita. Y a Bildu lo conserva como un aliado necesario. Fuerte, pero no insolente. Ya se ha olvidado la minicrisis que alteró la campaña a propósito de ETA. Volverán a abrazarse como llevan haciendo cinco años.

Es una buena noticia para Pedro, pero ya hace mucho tiempo que cuando las cosas le van bien al presidente, nos van mal a los demás españoles.

Algo tenía que cambiar para que todo fuera… diferente. Tiene sentido alterar el sentido al aforismo más célebre de Lampedusa en El gatopardo. Los comicios dominicales consolidan el escenario que ya existía —gobierno PNV-PSE—, pero el ascenso descomunal de Bildu incorpora al independentismo una pujanza política que no había adquirido nunca.

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