Es noticia
Sánchez encuentra en China el sueño del mandarinato
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

Sánchez encuentra en China el sueño del mandarinato

Ni separación de poderes, ni oposición, ni vida parlamentaria, ni prensa hostil: la patria de Xi Jinping es el camino de perfección que ha descubierto nuestro César celtibérico

Foto: Pedro Sánchez y Xi Jinping en Pekín. (Reuters/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)
Pedro Sánchez y Xi Jinping en Pekín. (Reuters/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Los rapsodas que abanican a Sánchez deberían suscribir una iniciativa cultural para convertir su viaje a China en una ópera o en un melodrama. Ya lo hizo John Adams trasladando al pentagrama la escena la visita de Nixon a Beijing, aunque no vamos a negar la relevancia geopolítica del acontecimiento en el contexto de la era de Mao y la Guerra Fría.

Nixon in China, se llama la ópera que concibió el compositor estadounidense. Y Sánchez in China, podría titularse por analogía el tributo al presidente español, aunque las glorias geoestratégicas que tanto exaltan los libretistas del patriarca socialista se resienten del peligro que implica considerar a Xi Jinping un modelo digno de imitarse.

Pensará Sánchez que el cesarismo y el autoritarismo que le reprochamos en territorio celtibérico representan una anécdota respecto a la conducta paternalista del tirano oriental. El tío Xi domina el Partido Comunista con las yemas de los dedos. El tío Xi clavaría la cabeza de Page en una pica. El tío Xi amordaza la prensa y aplasta la separación de poderes. El tío Xi se divierte con los hábitos de una democracia imitativa: elecciones fingidas, parlamento decorativo, oposición castrada y amaestrada.

Y no es que tengamos confianza para tratar al presidente chino con semejante familiaridad. Es él mismo quien ha adoptado la categoría de tío para mostrarse cercano y colocar su retrato en la nevera de los compatriotas. Tendría que jubilarse con 68 años, pero la resolución histórica del Partido Comunista le faculta para perpetuarse en el poder. Y darle continuidad a una presidencia carismática que comenzó en 2013 y que finalizará el día en que se muera el tío. Ni un minuto antes.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su reunión con Xi. (Reuters)

La idea de eternizarse en el poder también identifica el instinto político de Sánchez, hasta el extremo de prolongarlo y de prolongarse sin responder de los contrapesos ni de los contrapoderes. Lo demuestra el énfasis con que socava la credibilidad del sistema de justicia. Y lo acreditan igualmente sus declaraciones incendiarias sobre la inanidad del poder legislativo.

Sánchez se desenmascara en sus pulsiones autoritarias, en sus extremos despóticos. Y es verdad que las garantías democráticas y las obligaciones comunitarias relativizan sus pretensiones, pero el sanchismo ha supuesto un camino de profanación de las instituciones y una patología del Estado.

Al tío Xi se le adora en China por devoción y obligación, mientras que Sánchez no puede salir sin que el populacho le restriegue las mentiras

El tío Xi, qué tío, fue elevado a por sí mismo a la categoría de luminaria del pensamiento. Una distinción que hasta el momento únicamente habían disfrutado Mao Zedong y Deng Xiaoping y que formaliza la santísima trinidad del comunismo chino. Ya se ocupará Jinping de sobrepasar el podio de sus antecesores redundando en su estrategia de propaganda de autoglorificación y llevando al extremo la relación paterno filial.

Al tío Xi se le adora en China por devoción y por obligación, mientras que Sánchez no puede salir a la calle sin que el populacho le restriegue las mentiras y las aberraciones políticas. Ejerce el populismo sin el pueblo. Y debe considerar que los españoles son o somos unos ingratos.

Por eso reniega de los espacios de representación -el Parlamento- y por idénticos motivos ha descubierto en Beijing un camino de imitación y de perfección que redunda en la pasión por el decretazo, en la inclinación hacia el nepotismo y en el ensimismamiento afrodisiaco del poder.

Los rapsodas que abanican a Sánchez deberían suscribir una iniciativa cultural para convertir su viaje a China en una ópera o en un melodrama. Ya lo hizo John Adams trasladando al pentagrama la escena la visita de Nixon a Beijing, aunque no vamos a negar la relevancia geopolítica del acontecimiento en el contexto de la era de Mao y la Guerra Fría.

Pedro Sánchez
El redactor recomienda