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No es no
Por
Razones y sinrazones para amar a Pedro Sánchez
Sus partidarios le reconocen haber salvado el PSOE, haber resuelto el problema catalán, haber neutralizado la ultraderecha y haber fomentado la prosperidad del empleo y de la economía (aunque sea al precio de haber desfigurado el Estado de derecho)
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Pedro Sánchez es el más guapo y habla inglés, pero no resulta necesario acudir a la idolatría ni a la caricatura para explicar y explicarse la credibilidad que ha adquirido entre sus partidarios. Y no me refiero a los costaleros del partido ni a las ovejas de su red clientelar, sino a quienes realmente lo defienden desde la convicción, el entusiasmo y el miedo a "lo otro".
Y como "lo otro" es el monstruo del PP, con los satélites de Vox y de Alvise, resulta que el sanchismo predispone un régimen de identificación cuya adhesión sobrepasa las contradicciones, las mentiras y las aberraciones en que incurre el timonel socialista como mecanismos de supervivencia.
Cuestión de amnesia, de conformismo y de indulgencia. La propia vorágine veraniega ha relativizado la humillante fuga de Puigdemont y la naturalidad con que Illa ha cumplimentado la hoja de ruta del soberanismo a propósito del régimen de financiación. Queda menos para que se consuma el referéndum en el juego de las matrioskas. Nos hemos tragado el reptil de la amnistía como si fuera un caramelo de miel. Y el sanchismo se consolida como un régimen de conveniencia. Por la buena salud de los pensionistas. Por la sumisión de la prensa afecta. Por la gloria de los funcionarios. Por la tonicidad de la economía y del empleo. Por la brecha electoral que distancia las mujeres y la derechona. Y por la precariedad de las alternativas.
El sanchismo tiene, incluso, adeptos totalmente convencidos. Excluyo a los partidarios que lo defienden desde el cinismo, el salario y la obligación. Y aludo, en cambio, a quienes votan a Sánchez desde el convencimiento.
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Los he conocido en el contexto de un laboratorio político al que asistí por razones accidentales. Y no participaban propagandistas, ministros ni defensores de oficio, sino personalidades que atribuyen a Sánchez el mérito de haber salvado el Partido Socialista en flagrante contraste con las inercias continentales. Nuestro presidente, por ejemplo, habría neutralizado el ímpetu de la extrema izquierda y descuartizado a Podemos, aunque fuera al precio de mistificarse y mixtificarse con un lenguaje libertario parecido.
Habría que reconocerle a Sánchez el mérito que jalonan los cinco años en la Moncloa. Incluso habría que canonizarlo por haber "resuelto" el problema catalán, como si la investidura de Salvador Illa simbolizara la victoria sobre el independentismo y como si las concesiones extremas a ERC pudieran disimular que el PSC lleva a efectos las grandes reivindicaciones del soberanismo. Y no es que los sanchistas convencidos simpaticen con la amnistía ni condesciendan con la profanación de la separación de poderes. Tampoco se explican la espantá de aquellos cinco días de aislamiento monclovense, ni justifican los vaivenes ideológicos. Sánchez ha transitado del liberalismo al estatalismo, igual que ha condenado la política migratoria de Feijóo para luego asumirla como solución propia.
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Se trata de cabalgar contradicciones, como diría Pablo Iglesias. Y de justificar las acrobacias políticas en el contexto del pragmatismo o del cinismo. Sánchez gobierna no como quiere sino como puede, de tal manera que sus partidarios también anteponen la adhesión al sanchismo frente al peligro de las alternativas, subestimando la ferocidad con que Pedro desfigura el PSOE y desmantela a su antojo el Estado de derecho.
Tiene sentido hablar no ya de complicidad, sino de connivencia. Existe una relación enfermiza entre Sánchez y sus votantes, pero también un pacto leal y constante cuya fertilidad se ha sobrepuesto a toda suerte de amenazas, más todavía cuando la aversión a Ayuso funciona como argumento aglutinador y eterniza la espera de Núñez Feijóo en su despacho de Génova.
Es Sánchez quien se hace la oposición a sí mismo con la excentricidad del caso Begoña y con sus delirios cesaristas, pero sus partidarios le han otorgado la indulgencia plenaria. Lo demuestra la improvisación misma del programa electoral. Sánchez lo va creando a medida de sus intereses específicos. La amnistía, los pactos con la ultraderecha soberanista (Junts) y el modelo de financiación catalán deberían formar parte del compromiso con los electores antes de acudir a las urnas, pero el líder socialista concibe la política con la tinta china del manual de resistencia.
Pedro Sánchez es el más guapo y habla inglés, pero no resulta necesario acudir a la idolatría ni a la caricatura para explicar y explicarse la credibilidad que ha adquirido entre sus partidarios. Y no me refiero a los costaleros del partido ni a las ovejas de su red clientelar, sino a quienes realmente lo defienden desde la convicción, el entusiasmo y el miedo a "lo otro".