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Contra la condena de la sequía, aprendamos de Israel
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José Antonio Zarzalejos

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Contra la condena de la sequía, aprendamos de Israel

En estos momentos críticos del cambio climático, la concepción israelí, extraordinariamente innovadora y que anticipa la solución a los problemas antes de que lleguen a serlo, envía una lección a países como España

Foto: Un trabajador de la planta desalinizadora de Hadera revisa la presión del agua de mar en Hadera, Israel. (EFE/Abir Sultan)
Un trabajador de la planta desalinizadora de Hadera revisa la presión del agua de mar en Hadera, Israel. (EFE/Abir Sultan)
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He regresado a Israel después de mi primera visita al país hace más de veinte años. Escribo este texto desde Jerusalén tras una estancia en Tel Aviv y Haifa y un recorrido por Galilea en donde el gran lago ofrece una visión increíble en estos tiempos de sequía. La suficiencia de agua en Israel, gracias a la tecnología para su utilización en los regadíos y en la industria, así como a la desalinización de las aguas del Mediterráneo permiten que el mar de Tiberiades no pierda nivel y mantenga el ecosistema porque el bombeo de agua desalinizada es tan constante como sea necesario para la integridad del lago y de su entorno. Las desalinizadoras, por una parte, y las infraestructuras de conducción, por otra, hacen que Israel, no solo sea autosuficiente en el suministro sino que, además, esté vendiendo cantidades ingentes de agua a su principal vecino, el reino de Jordania. En estos momentos, el Estado israelí ha llegado a duplicar el suministro hasta los cien millones de metros cúbicos a los jordanos. En los próximos meses está previsto el desembalse del lago para dar caudal al río Jordán hasta el mar Muerto.

El agua es una de las claves de la paz entre Jordania e Israel, países que acordaron en 1994 una diplomacia de intercambios comerciales. El gran reproche que puede hacerse al Gobierno israelí es el cumplimiento renuente, en ocasiones incumplimiento, de los acuerdos de Oslo de 1995 que establecieron los términos de la explotación de acuíferos en la franja de Gaza y Cisjordania, territorios palestinos en donde el consumo de agua por habitante es un tercio del que disfrutan los israelíes. La llamada "hidropolítica" es una palanca de control en esa zona estratégica que Israel utiliza de forma permanente. Atravesar Cisjordania por el Valle del Jordán revela que, antes del desierto de Judea, este territorio bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina, es yermo en tierras que podrían ser fértiles y padece un retraso enorme, no siempre imputable al Estado israelí sino también a la penuria y desfondamiento de los palestinos.

Foto: Un trabajador arqueológico israelí limpiando un hallazgo de un jarrón de monedas de oro (EFE/Heidi Levine)

En estos momentos críticos del cambio climático, la concepción israelí, extraordinariamente innovadora y que anticipa la solución a los problemas antes de que lleguen a serlo, envía una lección a países como España que en vez de planificar alternativas inmediatas y de futuro a la falta de agua parece preferir encomendarse a las supersticiones de la cultura popular. El Gobierno español y las comunidades autónomas semejan esperar a que se produzca un milagro en forma de lluvias improbables en vez de ponerse a la tarea imprescindible de elaborar, ahora, un plan de contingencia, y de inmediato, un programa nacional a medio y largo plazo a semejanza de lo que ha hecho Israel, un referente mundial en la política hídrica.

El sábado pasado tuve la oportunidad de acercarme a la última manifestación multitudinaria de protesta en Tel Aviv que arrancó en la plaza Habima y discurrió por la Avenida Kaplan, contra la reforma judicial que pretende el primer ministro Benjamín Netanyahu. A los miles de concentrados se dirigió nuestro presidente de Gobierno en un acto de injerencia que ha provocado una controversia en el país. España e Israel no mantienen relaciones fluidas e intervenciones como las de Sánchez o de Ada Colau suspendiendo la hermandad entre Barcelona y Tel Aviv, no ayudan a mejorarlas. Un amplio sector de la izquierda israelí ha quedado sorprendida por la intrusión de Sánchez en la política interior de su país, según se refleja en los medios próximos a ese ámbito ideológico, pero no así entre los manifestantes que celebraron sus palabras.

Foto: El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo. (EFE/Jesús Diges)

Ante el inmenso problema del cambio climático y los síntomas alarmantes de las consecuencias de la sequía, Israel tendría que ser un ejemplo para España. Lograr el impresionante verdor y feracidad de la mayor parte del país, de Jerusalén hasta el norte, es un logro, entre otros muchos, de este Israel que avanza no al trote sino al galope. El agua y la energía —dispone de yacimientos de gas que están en explotación, aunque necesita importar petróleo— son recursos incluso excedentarios. En Israel nuestro país es observado como un referente histórico y simbólico. Ese patrimonio de intangibles entre ambas naciones debiera vincular mucho más a España con Israel y desarmar los apriorismos tan extendidos en determinados sectores políticos, sociales y culturales y, sobre todo, tendría que advertir a este Gobierno sobre el error de deteriorar las relaciones bilaterales.

Israel podría y debería ser para España un socio estratégico porque, mientras nosotros podemos proporcionarle el know how en la política turística y en la economía de servicios, ambas por desarrollar aquí por un problema de prioridades pero con una potencialidad impresionante, el Estado Israelí dispone de una experiencia práctica que nos sería de enorme utilidad: la política hídrica. Contra el cambio climático, contra la sequía, para vencer ese horizonte de insuficiencia de agua que golpea ya a nuestra economía, nada estaría más indicado que algunos ministros, actuales y futuros, se pasen por aquí desarmados de prejuicios, pregunten y aprendan.

Contra la sequía, menos fetichismos y más aproximación al talento de los israelíes

Desde que a principios del siglo pasado el sionismo empezó a construir este Estado con comunidades reducidas pero esforzadas y perseverantes y que celebra ahora el 75 aniversario de su independencia (14 de mayo de 1948) proclamada por David Ben Gurion en Tel Aviv un día antes de que se retirasen los británicos, Israel se ha convertido en un país admirable por su emprendimiento, por su vanguardismo tecnológico y por su capacidad de anticipación. Contra la sequía y el cambio climático, menos fetichismos y más aproximación al talento de los israelíes. Nos unen a ellos tantos lazos históricos y culturales como intereses coincidentes.

He regresado a Israel después de mi primera visita al país hace más de veinte años. Escribo este texto desde Jerusalén tras una estancia en Tel Aviv y Haifa y un recorrido por Galilea en donde el gran lago ofrece una visión increíble en estos tiempos de sequía. La suficiencia de agua en Israel, gracias a la tecnología para su utilización en los regadíos y en la industria, así como a la desalinización de las aguas del Mediterráneo permiten que el mar de Tiberiades no pierda nivel y mantenga el ecosistema porque el bombeo de agua desalinizada es tan constante como sea necesario para la integridad del lago y de su entorno. Las desalinizadoras, por una parte, y las infraestructuras de conducción, por otra, hacen que Israel, no solo sea autosuficiente en el suministro sino que, además, esté vendiendo cantidades ingentes de agua a su principal vecino, el reino de Jordania. En estos momentos, el Estado israelí ha llegado a duplicar el suministro hasta los cien millones de metros cúbicos a los jordanos. En los próximos meses está previsto el desembalse del lago para dar caudal al río Jordán hasta el mar Muerto.

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