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El 8-O y los españoles en Euskadi y Cataluña "como alemanes en Mallorca"
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El 8-O y los españoles en Euskadi y Cataluña "como alemanes en Mallorca"

En ambas comunidades se ha impuesto la 'docencia del desprecio' hacia los no nacionalistas. El último episodio ha sido la vandalización con heces y pintura de la tumba del asesinado Fernando Buesa que Bildu no condenó

Foto: Banderas españolas en los balcones. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
Banderas españolas en los balcones. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
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"Los catalanes del siglo XIX y XX fueron animados a ver su pasado como la historia de un intento pernicioso por parte de sus vecinos castellanos […] de socavar sus instituciones y modo de vida para destruir finalmente su identidad distintiva como pueblo". (Haciendo historia. John H. Elliott. Editorial Taurus. 2012)

Una de las frases, aunque no la única, más ominosa de Xabier Arzalluz (1932-2019), expresidente del EBB del PNV, fue aquella según la cual, en caso de inverosímil secesión del País Vasco, los españoles serían tratados allí como "alemanes en Mallorca". Ocurre que no ha hecho falta que se declare la independencia de Euskadi —ni la de Cataluña— para que los vascos y catalanes de identidad compartida y manifestada sean considerados como ajenos a su propia tierra. Durante décadas, en ambas comunidades, por pulsiones diferentes, pero en todo caso supremacistas y victimistas, se ha practicado por las autoridades nacionalistas la llamada docencia del desprecio hacia los no nacionalistas, docencia a la que se refirió un autor francés para tratar de analizar el antisemitismo de sus compatriotas.

Foto: Isabel Díaz Ayuso, en el pleno de la Asamblea de Madrid. (EP)

La máxima y penosa expresión del menosprecio bárbaro acaba de producirse: el pasado jueves apareció vandalizado en Vitoria el monumento —muy discreto— de recuerdo de los asesinatos del socialista Fernando Buesa y de su escolta, Jorge Fernández Elorza (22 de febrero de 2000). Horas después, se profanaba con heces y pintura la tumba del que fuera vicelehendakari. Bildu no suscribió la declaración de condena del Ayuntamiento de Vitoria. Kepa Aulestia tituló ayer el análisis de esta canallada en El Correo así La falta de un suelo ético.

Las dos comunidades, Euskadi y Cataluña, son, de hecho, institucionalmente extrañas por completo a la dinámica nacional española. El Estado es el opresor; sus símbolos inaceptables por forasteros (cuando no, por franquistas), el idioma propio no es en ningún caso el castellano, aunque en Euskadi la situación lingüística sea de diglosia y en Cataluña de bilingüismo imperfecto; la cultura se jerarquiza en valiosa o residual-marginal en función de su sesgo ideológico, cierto o presunto, y la idiosincrasia de las dos sociedades solo es explicable en el nacionalismo. En ambos casos la secesión se ha logrado por omisión.

Foráneos en su propia tierra

En el vasco, no interesa ir más allá porque las cañas se le vuelven lanzas: Euskadi no tiene la entidad superficial, demográfica, económica y cultural que desearían los nacionalistas, así que es mejor seguir en la ficción mitológica. Pocos recuerdan que en 2018 el PNV y Bildu en el prólogo de lo que sería un nuevo Estatuto de autonomía se distinguía a ciudadanos (con DNI español) y a los nacionalizados (con DNI vasco). Esta dicotomía, poco publicitada por obvias razones de obscenidad política, era coherente con la consigna de Arzalluz: los españoles, como alemanes, en Mallorca. La diáspora vasca —entre 80.000 y 150.000 ciudadanos— es una historia por escribir todavía por completo y atribuible a la banda terrorista ETA, pero también a un nacionalismo silente, a veces complaciente con la violencia y siempre sometido a su hipnosis.

La realidad es muy molesta para los dos nacionalismos porque la pluralidad interna es, además de irreductible, imposible de eliminar

En Cataluña los términos de la cuestión son diferentes, pero no antagónicos. El nacionalismo tiene allí revestimientos más presentables porque, a diferencia del aranismo peneuvista que es ágrafo, la excitación identitaria ha tenido buenos narradores y relatores hasta componer un cierto cuerpo de doctrina apoyado en un idioma culto y con patrimonio científico y humanístico. Pero el supremacismo está presente en los autores radicales del romanticismo de la Renaixença catalanista y toda la medida de lo catalán está referenciada a una concepción nacionalista y excluyente de lo español. Lean la entrevista aquí de Héctor García Barnés con Javier Polavieja, sociólogo del Centro Superior de Investigaciones Científicas, publicada el 14 de septiembre pasado, que tiene comprobada la discriminación laboral de los castellanohablantes en Cataluña y la otra, no menor, en función de los apellidos. A estos efectos, Quim Torra es el correlato catalán de los peores discípulos del fundador del PNV.

La realidad es muy molesta para los dos nacionalismos porque la pluralidad interna de Euskadi y Cataluña es, además de irreductible, imposible de eliminar, aunque sí de ocultar. La forma en la que se expresan los dirigentes secesionistas parte de un presupuesto de estricta observancia: ha de tomarse la parte por el todo. De modo que los "catalanes en el Congreso" son de ERC y de Junts (antes, también de la CUP) y los "vascos en Madrid" son los del PNV o los de Bildu. No hay otra.

El no nacionalismo

Ese terreno dialéctico se ha perdido definitivamente hasta tal punto de que bien puede decirse que la española es una identidad proscrita en las dos comunidades. El no nacionalismo —también el de millones de españoles— es una militancia paria por mucho que Juan Pablo Fusi, el mejor historiador a la hora de abordar esta cuestión (Identidades proscritas. El no nacionalismo en las sociedades nacionalistas. Seix Barral. 2006), lo haya identificado como "un hecho social e histórico, al menos tan sustantivo como el nacionalismo" y definido como "el conjunto de manifestaciones, sentimientos, ideas, doctrinas, movimientos y partidos, que nacidos y operativos en las mismas sociedades en las que el nacionalismo fue, o terminó por ser, esencial, no compartirían la tesis del nacionalismo, ni vivirían su identidad como nación, ni harían de la idea de nación el fundamento de la política". Y añade: "El no nacionalismo es ante todo un hecho sociológico con o sin dimensión política y plasmado, además, en ideologías diferentes: liberales, comunistas…".

Ante la virulencia de esos nacionalismos excluyentes, la aportación del historiador José Álvarez Junco es cada vez más sustancial. En Dioses útiles (Galaxia Gutenberg, 2016) pone las cosas en su sitio, con validez también para el nacionalismo español que, activo o reactivo, participa de las peores contraindicaciones para la convivencia. Hemos de asumir que, como escribe el historiador, "las naciones son construcciones históricas, de naturaleza contingente; y son sistemas de creencias y de adhesión emocional que surten efectos políticos de los que se benefician ciertas elites". Es cierto, no solo porque lo exprese así este académico, sino porque la historia avala esa interpretación, al tiempo que absuelve de toda "rareza" a la identidad española, aunque su nacionalismo tenga el mismo sustrato historicista y contingente. De modo que la impugnación de los nacionalismos vasco y catalán debe hacerse, para ser coherente, desde una perspectiva ciudadana, igualitaria y de libertad y no desde otra atalaya igualmente nacionalista.

En Barcelona, seis años después

Hoy se celebra en Barcelona otra concentración que rememora la del ocho de octubre de 2017 y se convoca en protesta contra una eventual amnistía a los responsables del proceso soberanista bajo el lema No en mi nombre. Se trata, en la desdeñosa jerga del separatismo, de una manifestación unionista (y catalanofóbica) tratando de evocar torticeramente la situación del Ulster. Va a ser un encuentro nutrido, pero, de nuevo, llama a la reflexión la ausencia de la izquierda —alineada ahora con los que dijo combatir— y que hace seis años estuvo presente en las calles de la ciudad Condal de manera muy notoria: Josep Borrell —autor de ese ensayo-panfleto de eficacia probada, Las cuentas y los cuentos de la independencia (Editorial Catarata 2015)—, fue un protagonista que representó a la izquierda más consciente del anacronismo separatista; le acompañó Iceta y el hoy primer secretario del PSC, Salvador Illa. Entonces se barajaban ya los indultos y se aseguraba que no se concederían. La comparación con lo que ocurre ahora hiere la mirada y remite a una política española degradada por el ayuntamiento de la izquierda con los reaccionarios secesionistas por simples y desnudas razones de poder.

Foto: Foto: Getty/Carlos Álvarez.
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El PSC y el PSOE deben estar atentos: en la Europa de hoy pelean fuerzas contradictorias en las que destaca el nacionalismo acérrimo. Ese al que Mitterrand asimiló a la guerra. En su ensayo La tribalización de Europa, escrito en 2019, Marlene Wind, politóloga danesa, deja evidente la preocupación internacional por el secesionismo en Cataluña al que dedica dos capítulos: La tribu de la independencia catalana y también El fantasma catalán. Y afirma, basándose en otros colegas notables, que "nunca podría asumirse como política comunitaria que se fomente el tipo de política identitaria que se ha venido ejerciendo desde el movimiento independentista en Cataluña".

La idolatría de las patrias —regreso a Álvarez Junco— ha sido la perdición de Europa porque alentó los instintos más primarios y desencadenó las dos tragedias mundiales. Estos movimientos emocionales —por cierto, el Brexit también lo es, lo mismo que los populismos de toda laya— explotan por simpatía, se contagian y se retroalimentan. Así que hay que manifestarse por la libertad, la igualdad y la solidaridad, entendiendo la patria y la nación como los espacios para el desarrollo integral de la ciudadanía. Esa será la mejor consigna de este nuevo ocho de octubre. El no a la amnistía, en fin, es una negativa a la conculcación del principio de igualdad, de la separación de poderes, de la competencia irrenunciable de los tribunales de justicia, de la legitimidad del Gobierno y del Senado en 2017 y del criterio institucional de la jefatura del Estado. El no a la amnistía es el sí a la integridad de la Constitución de 1978 y al Estado de derecho.

"Los catalanes del siglo XIX y XX fueron animados a ver su pasado como la historia de un intento pernicioso por parte de sus vecinos castellanos […] de socavar sus instituciones y modo de vida para destruir finalmente su identidad distintiva como pueblo". (Haciendo historia. John H. Elliott. Editorial Taurus. 2012)

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