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Curso 2022-2023: el punto final del decenio soberanista
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Josep Martí Blanch

Pesca de arrastre

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Curso 2022-2023: el punto final del decenio soberanista

Para lo único que ha servido realmente lo de la ONU es para que JxCAT y ERC se tiren nuevamente los platos a la cabeza

Foto: Reunión de la Junta de Portavoces del Parlament. (EFE/Quique García)
Reunión de la Junta de Portavoces del Parlament. (EFE/Quique García)
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El inicio del curso político en Cataluña esta semana ha venido marcado por la resolución del Comité de Derechos Humanos de la ONU que, sin ambigüedad alguna, ha dejado por escrito —otra cosa son las críticas que pueda merecer tal organismo por composición y trayectoria— que los derechos políticos de Oriol Junqueras, Raül Romeva, Jordi Turull y Josep Rull fueron violados por el juez Pablo Llarena. Anticipa este posicionamiento nuevas resoluciones en la misma dirección sobre otros casos que aún ha de resolver el comité, incluyendo el de Carles Puigdemont. Sin valor jurídico práctico, la noticia sí tiene un valor político notable. Y no cabe duda de que en otro momento hubiese significado para los independentistas lo que las espinacas eran para Popeye, una oportunidad de muscularse por la vía rápida. Pero el soberanismo está tan desnutrido que cualquier alimento se le indigesta. De tal forma que para lo único que ha servido realmente lo de la ONU es para que JxCAT y ERC se tiren nuevamente los platos a la cabeza. Los independentistas ya no necesitan que nadie les combata, lo hacen ellos mismos con mucha más pericia y eficacia.

JxCAT quería aprovechar el comunicado del comité de la ONU para que la Mesa del Parlament rectificase la decisión tomada antes de las vacaciones de suspender de sus funciones a Laura Borràs como presidenta de la Cámara. El razonamiento era el que sigue: si la ONU ha dicho que la Justicia española se excedió con los líderes del proceso por suspender sus derechos políticos antes de que hubiese una sentencia condenatoria, el mismo argumento debiera servir para que Borràs recuperase la presidencia del Parlament, puesto que tampoco sobre ella pesa todavía sentencia condenatoria alguna. A ERC y la CUP —y por supuesto a los socialistas—, el argumento de JxCAT les ha entrado por una oreja y salido por la otra a la velocidad de la luz. El ataúd político de Laura Borràs, en su faceta institucional y como estaba escrito, está cerrado y bien cerrado. Le queda, eso sí, el altavoz de presidenta de JxCAT, desde donde seguirá poniéndole difíciles las cosas a Jordi Turull, el secretario general, en el pulso que ambos mantienen por el control orgánico y político de la organización.

Foto: La expresidenta del Parlament Laura Borràs. (EFE/Alejandro García)

Un nuevo curso político, las mismas miserias y el mismo hastío de la temporada anterior. Solo que, como el pacto de gobierno alcanzado 'in extremis' entre ERC y JxCAT para poner en marcha la legislatura era por dos años, cada vez va quedando menos para que Pere Aragonès acabe por perder el lastre de JxCAT. Jordi Turull, el secretario general, lleva unos días haciendo esfuerzos mediáticos para que la amenaza de dejar el Gobierno más pronto que tarde resulte creíble. Después del debate de política general en el Parlamento catalán, a finales de septiembre, JxCAT someterá a votación entre su militancia si deben abandonar o no el Gobierno tras haber llegado a la conclusión de que Pere Aragonès no trabaja por la independencia. Las gentes de Laura Borràs ya andan paseándose por Cataluña para que la opción escogida sea salir del Ejecutivo, mientras que Jordi Turull se limita de momento a que la amenaza no suene a un chiste malo mil veces contado, apuntalando la idea de que en realidad estar en el Ejecutivo no les aporta rendimiento alguno porque la formación se está desdibujando.

La coalición resistirá, a trancas y barrancas, hasta las municipales del 28 de mayo. Al menos, eso aconseja el manual. Y no sería hasta después de esa fecha cuando un escenario de ruptura y elecciones anticipadas resultaría más plausible. Aunque bien podría ser que si la militancia apuesta mayoritariamente por partir peras con ERC en la consulta interna de JxCAT, resulte incluso complicado llegar a esa fecha. Sea como sea, Cataluña se adentra en el curso 2022-2023 con todos los números para un cambio de rasante ya definitivo del escenario político, con el abandono definitivo del eje soberanista como único motor de las alianzas políticas para gobernar la Generalitat.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Enric Fontcuberta)

Un último ejemplo de lo rápido que van cambiando las cosas. Es muy posible que Pere Aragonès no acuda a la manifestación del 11 de septiembre. Desde 2016, el presidente de la Generalitat asiste puntualmente a la cita para demostrar la perfecta sincronía entre instituciones y sociedad a la hora de reivindicar la independencia. También esto está por acabarse. La manifestación de la Diada se convoca este año contra el Gobierno de la Generalitat que, aunque formalmente independentista, es acusado de traidor por la Asamblea Nacional Catalana, la entidad convocante.

Partidos y entidades en un todos contra todos que anticipa el punto final del decenio soberanista iniciado en 2012. 'Game over'. Nos queda por ver, eso sí, alguna precuela y algún que otro 'spin off'. Pero la serie original va llegando a su final. Y con unos guiones, a decir verdad, cada vez más aburridos. Nos queda una temporada y no será la mejor.

El inicio del curso político en Cataluña esta semana ha venido marcado por la resolución del Comité de Derechos Humanos de la ONU que, sin ambigüedad alguna, ha dejado por escrito —otra cosa son las críticas que pueda merecer tal organismo por composición y trayectoria— que los derechos políticos de Oriol Junqueras, Raül Romeva, Jordi Turull y Josep Rull fueron violados por el juez Pablo Llarena. Anticipa este posicionamiento nuevas resoluciones en la misma dirección sobre otros casos que aún ha de resolver el comité, incluyendo el de Carles Puigdemont. Sin valor jurídico práctico, la noticia sí tiene un valor político notable. Y no cabe duda de que en otro momento hubiese significado para los independentistas lo que las espinacas eran para Popeye, una oportunidad de muscularse por la vía rápida. Pero el soberanismo está tan desnutrido que cualquier alimento se le indigesta. De tal forma que para lo único que ha servido realmente lo de la ONU es para que JxCAT y ERC se tiren nuevamente los platos a la cabeza. Los independentistas ya no necesitan que nadie les combata, lo hacen ellos mismos con mucha más pericia y eficacia.

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