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Pesca de arrastre
Por
No hay Ejército eficaz y creíble sin patriotismo
La defensa no es solo presupuesto y tecnología. Ser creíble en la amenaza exige una mentalidad que no tenemos
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Un Ejército no es sólo inversión y tecnología. Eso es muy poca cosa sin soldados dispuestos o forzados a arriesgar su vida o quitársela a otros. Añadamos que las políticas de defensa no son sólo construcciones teóricas, pues anticipan escenarios de lo más práctico. Y lo práctico en este asunto no es otra cosa que hacer creíble la amenaza de sembrar de fuego el cielo y la tierra y contar bajas propias y ajenas si en el futuro conviene hacerlo.
Esta reflexión de partida resulta oportuna ahora que muchas voces europeas se abrazan de nuevo -¡a la fuerza ahorcan!- al clásico principio de que si quieres la paz has de prepararte para la guerra. ¿O no es una preparación para la guerra la idea de contar con un Ejército europeo que pueda plantarle cara en un futuro a Putin u otras amenazas? ¿O no son exactamente lo mismo las autoexigencias europeas para incrementar el gasto militar? ¡Estábamos tan bien acostumbrados con los americanos pagando la factura que hasta nos hemos dado el gusto de criticarlos durante décadas por militaristas!
Demos por hecho que no queda otra. Hagamos nuestro el discurso de los líderes que abanderan ahora la necesidad del mensaje militarista. Asumamos que el giro de EEUU no ofrece otra alternativa. Demos por bueno que el mundo ha regresado a la lógica imperial y al reparto de las áreas de influencia en base a la capacidad de ser creíbles en el uso de la fuerza y la amenaza exige de los europeos un paso adelante en política de defensa para seguir participando del juego.
Pero, llegados aquí, una de las preguntas clave es esta: ¿son compatibles nuestros valores del presente con este giro en el discurso? Como quiera que la realidad europea es de lo más diversa, abandonemos la tentación de dar una respuesta global para centrarnos en España, una de las sociedades menos comprensivas con todo aquello que pueda listarse bajo el epígrafe militar de toda la UE.
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En España la política ha hecho lo posible por invisibilizar al Ejército durante décadas. Para hacer justificable su existencia los Gobiernos han trabajado intensamente la idea de que en realidad, más que un ejército, de lo que se dispone es de una ONG armada que participa regularmente en operaciones de mantenimiento y aseguramiento de la paz en el mundo. Hubo un paréntesis a este modo de hacer con la segunda presidencia de José María Aznar, cuando España se embarcó en la segunda guerra del Golfo. El resultado, para quien tenga memoria, fue el contrario del pretendido. Redundó en un mayor desprestigio de lo militar, por haberse acreditado que la participación en esa guerra “preventiva” se basó en una mentira. Volvimos después de aquel desgraciado episodio todavía con más intensidad a la narrativa del Ejército como una ONG militarizada y a un discurso institucional de corte pacifista infantiloide.
Habría que añadir elementos de carácter histórico (una dictadura ya lejana en el tiempo pero permanentemente resucitada por algunas formaciones políticas o el haber vivido al margen de las dos guerras mundiales) y geográfico (inexistencia de un potencial enemigo a las puertas de nuestras fronteras) para entender por qué España es una de las sociedades europeas que se siente menos interpelada por la necesidad de contar con unas fuerzas armadas bien dotadas y solventes. Y no sólo eso. También está olvidado el primer motivo por el cual es necesario mantener un ejército. Asumir que las fuerzas armadas existen para, llegado el caso, participar en guerras. Y que su cometido principal no es desinfectar residencias de ancianos durante una pandemia o acudir al auxilio de la sociedad cuando una desgracia natural se ceba con ella, aunque puedan y deban hacer estas y otras cosas. Parece como si tras el discurso de J.D. Vance en Múnich tuviéramos que recordarnos estas cuestiones básicas a toda prisa.
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Más allá del plano político, la mirada negativa sobre lo militar se advierte en detalles de lo más variado. Los juguetes bélicos se desaconsejan desde hace tiempo para no introducir el virus del militarismo en los niños. ¡Que no se le ocurra ser militar! Y no son pocos los sitios -en Cataluña donde más- en los que el ejército no es bien recibido en festivales de la infancia o salones de la educación en los que intenta hacer proselitismo de sus valores entre los más pequeños u ofrecerse como una salida profesional para los más jóvenes.
Y más allá de estas cuestiones, todas menores, lo fundamental. El Ejército, en su expresión más primigenia, no funciona sin una idea patriótica fuerte que lo ampare. Y huelga decir que el patriotismo de esta índole vinculado a la idea de Europa simplemente no existe. Sí es real y compartido el sentido de pertenencia europeísta, de saberse miembro de una comunidad histórica, cultural, geográfica y económica que trasciende las propias fronteras. Pero jamás ha existido algo que pueda identificarse como un patriotismo europeo que incluyera la dimensión militar.
Pues bien, esa es la España que ahora escucha, sin prestar mucha atención, que hay que multiplicar el gasto en defensa y que avanzar en la creación de un Ejército europeo es imprescindible. Bien es cierto que las opiniones públicas cambian a la velocidad del rayo. Siempre tendremos la pandemia como ejemplo de lo que una sociedad está dispuesta a aceptar si la amenaza que se percibe genera el miedo suficiente.
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Pero en lo tocante a lo militar, si de verdad creemos que el paradigma ha cambiado definitivamente, no estaría de más que el discurso institucional no se limitara a la idea economicista del incremento del gasto y empezara a trabajar ideas de fondo que permitieran cambiar el modo en el que la sociedad española se relaciona con lo militar y bélico.
Y en eso las instituciones tienen una responsabilidad principal. Pueden esconder o enseñar a los militares, trabajar la pedagogía de lo bélico o seguir tratando como niños a los ciudadanos, impulsar un programa de patriotismo europeo o fiarlo todo a que siempre habrá alguien que busque en el vestir uniforme una nómina con la que subsistir.
Estas cuestiones no son trabajo de un día, ni de dos, porque lo que se aborda es un cambio de mentalidad. Una transformación sin la que no hay manera de resultar creíble. Y eso no es posible únicamente aumentando el presupuesto de defensa o con declaraciones meramente desiderativas sobre lo importantes que son los valores europeos.
Un Ejército no es sólo inversión y tecnología. Eso es muy poca cosa sin soldados dispuestos o forzados a arriesgar su vida o quitársela a otros. Añadamos que las políticas de defensa no son sólo construcciones teóricas, pues anticipan escenarios de lo más práctico. Y lo práctico en este asunto no es otra cosa que hacer creíble la amenaza de sembrar de fuego el cielo y la tierra y contar bajas propias y ajenas si en el futuro conviene hacerlo.