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Esto no acaba aquí: cómo la derecha se ha vuelto más de derechas
La versión más frecuente tras la derrota del populismo de Wilders en Holanda es que el liberalismo está ganando la guerra. Quizá sí, pero con notables y graves consecuencias
Hay una sensación bastante extendida entre los partidos tradicionales, los medios más prestigiosos y el 'establishment' europeo de que, pasado el diluvio, todo comienza a estar controlado. En el sur de Europa es evidente, porque hay un Gobierno en Grecia que se pliega a lo que Bruselas impone a pesar de haber prometido justo lo contrario, en Portugal hay una alianza de izquierdas que sigue los dictados oficiales, en España Podemos está tercero y perdiendo fuelle, y solo Italia muestra algunos signos preocupantes, pero no en exceso.
La amenaza parecía venir en los últimos tiempos de la derecha populista, ya que el UKIP había impulsado fuera de la UE al Reino Unido, Austria podía tener un presidente de extrema derecha, en Holanda podía ganar Wilders, en Alemania los ultras eran una opción en auge. Pero todo parece estar volviendo al redil, porque aquel revuelo parece haberse quedado en poca cosa, y las elecciones del miércoles en los Países Bajos son la mejor muestra. Y además, Macron parece un contrincante sólido para cerrar a Le Pen las puertas del Elíseo. En fin, asunto cerrado: las cosas vuelven a la normalidad, los liberales (de derechas) conservan el poder y el riesgo populista parece estar desactivándose.
Adiós, socialdemocracia
Aunque no sin efectos importantes. Lo más significativo en apariencia es la caída de los viejos partidos socialdemócratas, que están sufriendo especialmente en esta deriva política, como las elecciones holandesas han venido a ratificar. En realidad, este hecho lleva años produciéndose, principalmente en el sur de Europa, y ahora está tocando también a los países del norte. Hay muchas tesis acerca de los motivos que han provocado esta caída, pero más allá de las explicaciones, lo cierto es que la socialdemocracia amparada bajo antiguas marcas políticas está dejando su espacio como partido de oposición a las opciones populistas, y al mismo tiempo sufre por su izquierda, donde pierde electores que van a parar a distintas opciones, ya sea a los partidos verdes o a los de nuevo cuño.
Los partidos tradicionales de derechas han asumido parte del programa de la derecha populista como forma de cortocircuitar sus opciones
La segunda consecuencia es más llamativa aún. Las lecturas típicas señalan cómo el liberalismo está venciendo al populismo y cómo los candidatos del sistema se están imponiendo a los antisistema, pero esto no es exactamente así. Allí donde han aparecido fuerzas a la derecha de los conservadores, como en el Reino Unido con el UKIP o en Holanda con Wilders, las formaciones de la derecha han asumido parte del programa de los actores emergentes como forma de cortocircuitar sus opciones, y es probable que lo mismo suceda en Alemania: si la AFD continúa fuerte, el partido de Merkel empezará a tomar en consideración algunas de sus ideas para restarle votantes. Y eso sin contar con que no se sabe muy bien cuáles son las diferencias entre el Gobierno de Theresa May y otro liderado por Nigel Farage, empezando porque May asumió el principal postulado de Farage, la salida de Europa; o con que, en EEUU, la extrema derecha ha fagocitado, de la mano de Trump, a buena parte del partido republicano.
Lo que de verdad ha provocado esta ola dextropopulista es la radicalización de los partidos conservadores tradicionales
De modo que si ponemos ambas cosas en relación, veremos cómo en Europa los partidos de la derecha se están haciendo aún más de derechas, cómo los socialdemócratas están perdiendo pie y cómo la izquierda no logra poner sobre la mesa opciones electorales que le permitan tener influencia real en la vida de sus países. Lo que estamos viviendo es una derechización social que intensifica los giros que ya dieron Thatcher y Bush o, por decirlo de otra manera, lo que el dextropopulismo esconde es la radicalización de los partidos conservadores tradicionales allí donde han aparecido nuevas fuerzas. El liberalismo no ha ganado al populismo de derechas, sino que ha tomado para sí parte de su programa.
La excepción
Pero, como suele ocurrir, este escenario encuentra también una excepción, el Frente Nacional de Marine Le Pen. Es una formación que cuenta con opciones de triunfo en los comicios franceses, porque se ha alejado de los estereotipos fascistas del FN de Le Pen padre, ejerciendo de partido transversal, y porque ha entendido un par de aspectos esenciales en el combate político actual. El primero, y determinante, es que ofrece una esperanza a los olvidados, aquellos que han salido perdiendo en las notables transformaciones productivas que estamos viviendo, y lo hace a través de un programa económico que la patronal francesa calificó de socialdemócrata antiguo.
No es un fenómeno radicado en las grandes urbes, como ocurrió con Wilders o con Podemos, sino que la Francia vacía también está apostando por Le Pen
El segundo es que su combate contra la inmigración es importante, pero no ocupa el centro de su discurso (como sí ocupaba el de Wilders o el del UKIP de Farage). Es mucho más determinante su idea de la recuperación de la soberanía, de los valores de la República y, sobre todo, del trabajo para los franceses. En tercera instancia, no es un fenómeno radicado en las grandes urbes (como ocurrió con Wilders o con Podemos), sino que la Francia vacía también está apostando por ella. Y además cuenta con gran apoyo entre las capas sociales que poseen menos opciones. Le Pen no es Wilders, y puede ganar, con las consecuencias obvias que eso tiene para la UE. En Francia, pues, estará el centro de la política europea, y allí sabremos si la anomalía queda o no sofocada.
La fuerza de los olvidados
De modo que esa tranquilidad que han exhibido las élites europeas ayer bien puede ser producto de una ilusión. Y no solo porque la amenaza de ruptura siga existiendo en forma de una Le Pen que puede llevar a Francia fuera de Europa, sino porque el contexto económico seguirá siendo el mismo, lo cual conducirá a fricciones inevitables. Los olvidados de Francia son una parte sustancial de la población, como lo son en buena parte de los países europeos, y las previsiones de futuro apuntan a que su número seguirá aumentando. En ese contexto, la deriva hacia opciones políticas diferentes es inevitable.
Quizás estén cantando victoria antes de tiempo, porque mientras que la economía vaya mal para la mayoría de la gente, esto no se detiene
Lo que han demostrado las elecciones británicas y holandesas es que la extrema derecha cuya principal baza es la xenofobia no es de momento una opción de mayorías, sino más bien una fuerza que influye en el mundo conservador, mientras que el populismo de derechas de Le Pen o Trump, que mezcla mensajes muy amplios y ambiguos, es otra cosa. Por entendernos, el Frente Nacional no es Vox, y esas opciones más transversales que mezclan elementos xenófobos con proteccionismo y propuestas de redistribución sí pueden encontrar electores bien dispuestos. Al mismo tiempo, la izquierda está comenzando a tocar suelo, con lo que es probable que veamos nuevos actores en ese terreno que la reactiven, al menos en parte. De modo que quienes celebran la desactivación de las opciones extrasistémicas con las elecciones holandesas quizás estén cantando victoria antes de tiempo, porque mientras que la economía vaya mal para la mayoría de la gente, esto no se detiene.
Hay una sensación bastante extendida entre los partidos tradicionales, los medios más prestigiosos y el 'establishment' europeo de que, pasado el diluvio, todo comienza a estar controlado. En el sur de Europa es evidente, porque hay un Gobierno en Grecia que se pliega a lo que Bruselas impone a pesar de haber prometido justo lo contrario, en Portugal hay una alianza de izquierdas que sigue los dictados oficiales, en España Podemos está tercero y perdiendo fuelle, y solo Italia muestra algunos signos preocupantes, pero no en exceso.