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Las tres claves del éxito chino (y qué significan para España y Europa)
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Esteban Hernández

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Las tres claves del éxito chino (y qué significan para España y Europa)

Las elecciones europeas marcarán los cambios internos, pero la UE tiene retos mucho mayores: EEUU y China han trazado un nuevo rumbo y nos obligan a tomar decisiones

Foto: Donald Trump y Xi Jinping, en Pekín. (Reuters)
Donald Trump y Xi Jinping, en Pekín. (Reuters)

Las diversas elecciones de la semana próxima están siendo encaradas como una segunda vuelta de las generales y serán interpretadas en esos términos. Las preguntas más habituales giran alrededor de si el PP resistirá a Cs, de cómo acabará la pugna entre Errejón/Carmena y Podemos, si se confirma la caída de Vox, de qué ocurrirá con los independentistas catalanes, de si ha llegado definitivamente el ‘momento PSOE’ o si será frenado. Más allá de los puestos que están en juego, es decir, de la subsistencia material de muchos políticos durante los próximos cuatro años, y del poder territorial que se consiga, la lectura principal va a ser la de cómo se recompone el mapa de poder en España, qué opciones quedarán a los partidos y qué consecuencias internas tendrá toda esta agitación.

Las elecciones europeas son la parte menor de ese juego, una suerte de encuesta para saber cómo quedarían las cosas si en España el sistema electoral fuera el de una persona, un voto, además de un destino para los dirigentes a los que van retirando de la política nacional. Esa predisposición negativa lleva a pensar justificadamente que Europa importa poco a los partidos nacionales, lo cual es lógico dado ese ‘Gobierno del vacío’, por citar la expresión de Peter Mair, que es 'de facto' Bruselas.

Borrell y los demás

El debate electoral europeo del pasado domingo en La Sexta fue una buena muestra de toda esta desidia. Salvo Borrell, que conoce muy bien el terreno y que es un dirigente con oficio, el resto estuvo por debajo de lo esperable, con propuestas escasas, genéricas o absurdas, con mención especial a Luis Garicano. Y el debate del miércoles noche de los candidatos europeos fue de lo más gris y sorprendió por la banalidad de sus propuestas, muchas de las cuales son repetidas año tras año sin llegar a aplicarse, pero también por la ceguera estratégica que demostraban: si esto es todo lo que pueden ofrecer, qué malos tiempos nos esperan, máxime cuando la importancia de la UE para nuestra vida cotidiana es mucho mayor de lo que parece.

Cada vez que oigamos mencionar la guerra comercial entre EEUU y China, deberíamos traducirlo como “Europa está perdiendo”

Borrell fue el único que mencionó, aunque fuera muy de pasada, el asunto que está trastocando el orden internacional creado en la era de la globalización, y que afecta muy directamente a la UE, la pugna entre EEUU y China. Cada vez que oigamos mencionar la guerra comercial y el incremento de tensiones entre ambos países, lo deberíamos traducir como “Europa está perdiendo”. El poder no es necesariamente un juego de suma cero, pero a menudo acaba siéndolo. Y así ocurre en este instante de la historia. En ese nuevo choque entre potencias, la UE tiene menos de todo: armas, legitimidad interna, cohesión, músculo financiero y tecnología relacionada con los datos y la inteligencia artificial, la última gran pelea.

Si hubiera que señalar una clave del éxito chino, es que ha dado una respuesta particular y pragmática a los dos grandes desafíos de esta época. En realidad, ambos problemas, el aumento de la desigualdad fruto del capitalismo financiarizado y el giro desde la globalización hacia la geopolítica, se remiten a la misma pregunta, cómo se reparten el poder y los recursos: el primero tiene como escenario el interior de los países; el segundo alude a la lucha entre Estados en el contexto internacional.

Los tres factores chinos

El ascenso de la China de Xi, como bien explica Andreas Møller Mulvad, de la Copenhagen Business School, en su artículo "Xiism as a hegemonic project in the making: Sino-communist ideology and the political economy of China’s rise", se debe a tres factores que ofrecen una salida a estos problemas.

El mensaje de Xi a su población es claro: mientras en Occidente la desigualdad aumenta, ellos están viviendo mucho mejor

En lo interno, Xi Jinping construyó el ‘nuevo sueño chino’, ya alejado del igualitarismo de Mao, que difunde y prioriza una prosperidad común y compartida. Xi se ha focalizado en elevar el nivel de vida de sus ciudadanos, combatir la pobreza y el desempleo, y crear una suerte de clase media. Con las grandes cantidades de recursos y medios de los que Occidente dotó a China, en tanto espacio de producción barata, el gigante asiático vivió un gran auge económico que sus dirigentes aprovecharon estratégicamente. El mensaje de Xi es claro en este sentido: mientras en Occidente la desigualdad aumenta y el nivel de vida para buena parte de su población disminuye, sus nacionales viven mucho mejor que antes. O, como afirman sus dirigentes, China es una comunidad con un futuro compartido.

Crecer en la sombra

En segunda instancia, China ha promovido de manera insistente, y durante mucho tiempo callada, un realineamiento del orden internacional. En lugar de confrontar directamente con el orden dominante, China ha actuado estratégicamente, buscando las brechas existentes en ese orden, y estableciendo nuevas líneas de cooperación, primero con países marginados que precisaban de nuevos socios, después con otros BRIC, y más tarde con países occidentales, como Italia, sin ir más lejos. Al mismo tiempo que China se declaraba plenamente comprometida con las instituciones existentes abría otros canales, a veces de cooperación, en otras ocasiones complementarios y en otras competitivos, que le permitieron conformar un tipo de estructura internacional en la que pudiera ocupar un papel principal. La nueva ruta de la seda es un paso adelante más en esa dirección. Y la justificación es muy similar a la que utiliza en el plano interno, pero aplicada ahora al poder internacional: en lugar de que las brechas se amplíen a través de un reparto injusto es mucho mejor que se reduzcan; el mundo no puede ser gobernado por una única potencia y es preciso que China ocupe el lugar que le pertenece.

La cohesión interior, la expansión exterior y el tipo de liderazgo ejercido por Xi Jinping explicarían las razones del 'momento chino'

En tercer lugar, Xi Jinping emergió como un nuevo tipo de líder, el garante moral de la benevolencia del partido comunista chino hacia la gente común, según explica Møller Mulvad. Xi es la cabeza visible de un proyecto cuya finalidad es que el progreso sea amplio y para todos, y su persona resulta clave para creer en la viabilidad del proyecto estatal, en el ascenso geopolítico de China, en el crecimiento económico e incluso en un futuro más ecológico.

Más prosperidad, menos política

Los tres elementos, la cohesión interior, la expansión exterior y el tipo de liderazgo ejercido por Xi Jinping, explicarían las razones del ‘momento chino’. Su enorme crecimiento en conocimiento tecnológico, así como la fortaleza de su ejército y las grandes cantidades de capital que afloraron al país son su cuerpo, y el proyecto hegemónico, su cabeza.

Sin embargo, todos estos factores pueden reconducirse a una explicación más sencilla: su legitimidad emana de la oferta de una mejora en lo material, con un nivel de vida más elevado y un aumento del bienestar para sus ciudadanos provisto por el Estado, de la reafirmación del orgullo nacional y el refuerzo de sus elementos culturales, y a cambio el partido se ha quedado con el poder político, que no es compartido por sus ciudadanos.

Los nuevos líderes ofrecen más bienestar material y restaurar la gloria nacional perdida a cambio de quedarse con todo el poder político

Dicho con otras palabras, lo que ha hecho Xi Jinping no es más que una vieja fórmula, control interno gracias a la ausencia de democracia, con la compensación de un mayor bienestar material. Y si en otra época China, un país en teoría comunista, tomó prestados elementos del capitalismo para fortalecerse, ahora Occidente está recogiendo aspectos del éxito chino como reacción. Podría decirse que el momento político global es del regreso del nacionalismo, del líder fuerte y los valores culturales, como ocurre en la Rusia de Putin, en la Filipinas de Duterte, la Hungría de Orbán o el Brasil de Bolsonaro, entre otros, que ofrecen restaurar la gloria nacional perdida a cambio de una democracia formal cada vez más iliberal. Esto es también el EEUU de Trump, con unas instituciones debilitadas por el peso de la personalidad del presidente, pero también es el modelo que propugnan los partidos de la nueva derecha europea, esos que pondrán palos en las ruedas de la UE una vez que las elecciones se celebren y que instigarán a muchos ciudadanos de sus países a alejarse de Bruselas. Un hombre duro al frente, recuperación del orgullo, más trabajo o mejor nivel de vida y una democracia débil o inexistente: esa es la fórmula que las tres grandes potencias, EEUU, China y Rusia están utilizando, en diferentes grados.

Adiós a la vieja globalización

Por si fuera poco, hay otro problema que no se puede solucionar desde el punto de vista europeo con las fórmulas del pasado. EEUU, ante esta globalización de la que China está sacando partido, ha decidido dar un frenazo y poner fin a las reglas del juego tal y como se habían desarrollado hasta ahora. Su apuesta no es solo el giro proteccionista, sino reescribir las normas en su beneficio. La pretensión de Trump no es acabar con los tratados comerciales, sino redactar otros nuevos con mejores términos para las empresas de su país. La UE sale dañada de este movimiento, porque lo que haría EEUU si pudiera sería establecer tratados bilaterales, como el que ha prometido al Reino Unido, ya que su capacidad de negociación sería mucho mayor con países pequeños que con una coalición de ellos, como es la UE. En este fin de la globalización tal y como la conocimos que el actual EEUU pretende, EEUU preferiría una UE fragmentada, y hacia ese camino también giran las nuevas derechas.

Ese cambio de rumbo obliga a la UE a tomar decisiones, en particular sobre qué papel quiere jugar, y a explorar nuevos caminos

De modo que estamos frente a una potencia emergente que es ya la segunda del mundo, y la hasta ahora hegemónica, EEUU, que quiere otro tipo de reglas. Ese cambio de rumbo obliga a la UE a tomar decisiones, en particular sobre qué papel quiere jugar. Y solo hay dos posibilidades: o crece, aumenta su presencia y su cohesión y se constituye como potencia real, o mengua, con cada vez menos relevancia en el plano internacional y menos legitimidad interna, lo cual conduce a la fragmentación y, a medio plazo, a su desaparición. Nada de esto aparecía en los debates. Mientras tanto, seguimos hablando de las 'fake news' rusas, de las poblaciones nostálgicas, del miedo al cambio. Y algo de esto hay, pero más bien por parte de nuestros dirigentes y de las élites europeas, que parecen haberse refugiado en la nostalgia del mundo que existía en lugar de afrontar que está desapareciendo, que hacen falta nuevas apuestas y nuevas opciones, tanto para la UE como para España.

Las diversas elecciones de la semana próxima están siendo encaradas como una segunda vuelta de las generales y serán interpretadas en esos términos. Las preguntas más habituales giran alrededor de si el PP resistirá a Cs, de cómo acabará la pugna entre Errejón/Carmena y Podemos, si se confirma la caída de Vox, de qué ocurrirá con los independentistas catalanes, de si ha llegado definitivamente el ‘momento PSOE’ o si será frenado. Más allá de los puestos que están en juego, es decir, de la subsistencia material de muchos políticos durante los próximos cuatro años, y del poder territorial que se consiga, la lectura principal va a ser la de cómo se recompone el mapa de poder en España, qué opciones quedarán a los partidos y qué consecuencias internas tendrá toda esta agitación.

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