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Una lección política: la maniobra de Errejón para acabar con Podemos y su complicación
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Esteban Hernández

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Una lección política: la maniobra de Errejón para acabar con Podemos y su complicación

El líder de Más Madrid está desarrollando un partido de ámbito nacional y su objetivo es jubilar a Iglesias y convertirse en el dueño de la izquierda. Como sea

Foto: Íñigo Errejón. (EFE)
Íñigo Errejón. (EFE)

Esta es una historia sobre la política, sobre lo que discurre por debajo de los discursos, de las apariciones públicas y de lo que se cuenta en las redes. Va sobre la vida dividida en amigos y enemigos y sirve para constatar que las 'turf wars', las luchas desnudas por el poder y las armas y las tácticas que se utilizan en ellas forman parte inevitable de la política. En este sentido, hay que ser poco moralistas y reconocer que las peleas por el espacio y por el poder son ineludibles, y que hay que estar dispuesto a participar en ellas si se quiere hacer política, en un partido o en una empresa o en cualquier colectivo. Pero también debe servir para constatar que también hay ideas, visiones del mundo y relaciones entre medios y fines que deben hacerse valer, porque de otro modo se convierte todo en instrumentalizable y en pura pelea descarnada, lo cual es bastante feo.

El telón de fondo es conocido, el de la lucha entre Unidas Podemos y Errejón por hacerse con el espacio a la izquierda del PSOE. Hasta ahora, hemos sabido que Más Madrid tiene la intención expresa de convertirse en un partido de ámbito nacional, reconstruido a partir de la apuesta por el ecologismo y el feminismo como fuerzas esenciales de nuestro tiempo, y con un perfil más moderado y pactista. Esa opción ha sido saludada por algunos medios y por mucha gente centrista como sana, ya que daría otro aire a la política española. Sería una suerte de Ciudadanos de izquierdas que se opondría a la Izquierda Unida de toda la vida. Sin embargo, esta lectura es falsa, en el sentido de que, como hemos visto en Madrid, no son opciones que puedan convivir. A medio plazo será una u otra.

Debilitar al rival

Errejón es consciente de que esta es una pelea de la que solo se sale como vencedor o vencido y se ha empleado a fondo en debilitar a su rival. Lo sucedido en la capital es buen ejemplo, con la alianza con Carmena y la creación de Más Madrid, y más tarde con las luchas internas por tomar el poder en el ayuntamiento una vez que la exalcaldesa decidió apartarse de la política, ya que la visibilidad que otorga ser la principal fuerza de oposición es importante para el lanzamiento de su opción nacional. En segundo lugar, está el asunto de la negociación entre el PSOE e Iglesias y el riesgo de la repetición de elecciones. No son solo los datos del CIS, muy buenos para los socialistas, sino que parte de la amenaza reside en un fantasma que sobrevuela los comicios: si Errejón pone en marcha su partido nacional rápidamente y concurre a ellos, Podemos saldría dañado. Como bien describió Pedro Vallín en ‘La Vanguardia’, en este escenario los errejonistas estaban acelerando las alianzas por si fuera necesario.

Las alianzas nacionales para desarrollar el partido de Errejón son complejas, porque tienen que salir del mismo campo en el que se mueve Podemos

Pero sea cual sea el momento en el que se lance Más País o Más España, o como finalmente se llame el partido de Íñigo, no puede sustentarse solo en la debilidad del competidor. Necesita estructura y organización, cierta solidez en la que asentarse más allá de la figura del líder. Ese movimiento es complejo, porque los socios de inicio que puede recabar son o han sido aliados de Podemos. Los guiños de Compromís a Errejón han sido evidentes, con las Mareas lo tiene más complicado por la escasa relevancia de estas, y con los comunes hay cada vez más afinidad. Además, Equo tiene muchas dificultades internas, y es probable que haya un gran fuga de la formación hacia el partido de Errejón, que hará de lo verde una de sus banderas.

Dos formaciones relevantes

En este recorrido, hay dos grupos importantes. Uno son los anticapitalistas, que tienen su plaza fuerte en Andalucía y que constituirán un partido propio, en principio bajo el amparo de Unidas Podemos. Pero los anticapis siempre van por libre y se subirán al caballo ganador: esperarán el resultado de la guerra y se aliarán con quien esté más fuerte. El otro es Izquierda Unida, que es donde Iglesias se ha apoyado últimamente gracias a su alianza con Alberto Garzón y con Enrique Santiago. Ha habido rumores insistentes de una confluencia de organizaciones después de que el proceso de investidura acabe (cuando sea) y es probable que así ocurra.

Convencer a muchos descontentos de IU de que se pasen a la formación de Errejón fortalecería a este, pero sobre todo debilitaría a Iglesias

Pero ni siquiera IU es un ámbito seguro para Iglesias. Hay sectores de esa formación que no son favorables a la alianza con Unidas Podemos, bien porque reivindiquen completa autonomía, bien porque entienden que Iglesias ha sido poco generoso en el reparto de listas o bien porque creen que se debería apostar por un posicionamiento ideológico diferente y con más fuerza. Este es un terreno de juego esencial, ya que convencer a muchos descontentos de que se pasen a la formación de Errejón supone fortalecer su partido en un momento que lo necesita, pero sobre todo debilitar a Iglesias en un instante muy complicado. Y es ahí donde Errejón está empleándose con insistencia.

Los fontaneros

La formación de Íñigo cuenta en esta tarea con fontaneros relevantes, como Pedro María de Palacio, quien fuera secretario general del PCE de Castilla y León y uno de los artífices de la salida en masa de militantes de varias provincias hacia Podemos cuando nació la formación, y que ahora se ha convertido en uno de los hombres fuertes de Errejón, a quien acompaña públicamente en muchas negociaciones. También están en la fontanería David Campo, quien perteneció a la dirección de IUCM y se marchó a Podemos con Tania Sánchez, su actual pareja, y Miguel Ángel Gómez Cortines, secretario general de las Juventudes Comunistas en los noventa y más tarde responsable de organización de IUCM, a quien Garzón defenestró. Tres perfiles idóneos para el objetivo: conocen bien las interioridades de lo político, han hecho esa tarea desde hace tiempo, han pasado de IU a Podemos y de ahí a Más Madrid, cuentan con bagaje comunista y pueden entablar buenas conexiones con personas que conocen desde hace tiempo.

De modo que así están las cosas: un Podemos débil, al que la falta de acuerdo en la investidura puede pasar factura, con una situación interna que no es fácil y que depende en gran medida de que se logre el acuerdo y de los términos de este, y con un partido nuevo que está llamando a sus filas a muchos de los que todavía están en Podemos.

Un asunto extraño

O, al menos, así estaban las cosas hasta que sucedió algo en apariencia menor, la publicación de una entrevista en El Confidencial a un filósofo italiano, Diego Fusaro. Es un personaje difícilmente encuadrable porque su ideología es marxista y al mismo tiempo reivindica los lazos sólidos, en la pareja, en la familia o en la comunidad; su postura frente a la inmigración, y lo hemos visto con el caso Carola Rackete, es la misma que la de la extrema derecha de Salvini; es antiseparatista y no es nada complaciente con casos como el de Cataluña; y además apuesta por una Europa fuerte (distinta de la UE) que se apoye en socios como Rusia. Un personaje polémico, por tanto, que puede generar simpatías y odios en distintas partes del espectro político.

La polémica no es más que otro instante en la lucha de Errejón por acabar con Pablo Iglesias y Alberto Garzón, aunque sea a través de figuras interpuestas

La entrevista levantó una enorme polémica en la izquierda, aunque la sociedad española tampoco se enterase demasiado. Cierto es que en estos tiempos en que las redes arden, por citar el libro de Soto Ivars, arden por cualquier cosa, pero este enconamiento no era previsible. No hace tanto, ‘ctxt.es’ había publicado una interesante entrevista con un filósofo al que acusaban de estar directamente relacionado con Fusaro, Alain de Benoist, cuyo origen ideológico era la extrema derecha, firmada por un autor cercano al errejonismo como Guillermo Fernández y por Enric Bonet, y ningún incendio se había producido. La revista ‘Política Exterior’ publicó, firmada por una persona afín al errejonismo Jorge Tamames y la diputada de Mäs Madrid Clara Ramas, una extensa conversación con Alexandr Dugin, un pensador que fue asesor de Putin y es cercano a Fusaro y Benoist, y el texto cosechó muchas alabanzas. Y en El Confidencial aparecieron dos entrevistas con Christophe Guilluy, otro heterodoxo polémico para la izquierda, a quien también entrevistó ‘El País’ o ‘El Mundo’, y no hubo ningún incendio, todo lo contrario. E incluso el mismo Errejón llegó a decir que había un hilo entre Marine Le Pen y Podemos cuando él pertenecía a la formación y nadie prendió fuego a nada.

Había una diferencia

En esta ocasión, paradójicamente, los intelectuales errejonistas fueron los primeros que disciplinada y ordenadamente fueron creando una enorme polémica en las redes, que no ha cesado en días posteriores. Entraron otras personas en la discusión, entre ellos algunos anticapitalistas o gente cercana a los comunes, pero el liderazgo correspondió a los partidarios de Errejón. ¿Cuál era la diferencia? ¿Por qué en este caso había tanto problema y en otros no ocurrió nada? ¿Se trataba de los firmantes? En parte desde luego, porque yo no soy de los suyos y disciplinar a los críticos es una actitud que les sale de dentro. Pero lo esencial aquí no es lo personal, que resulta en el fondo irrelevante, sino el momento político y la pelea por quedarse con el espacio político a la izquierda del PSOE: esto no es más que otro instante en la lucha de Errejón por acabar con Pablo Iglesias y Alberto Garzón.

Les preocupa el problema estratégico: la idea de Monereo podría encontrar muchas afinidades en sectores críticos de IU y de la izquierda

El problema de fondo es que Manolo Monereo, exdiputado por Podemos, hoy jubilado, celebró la entrevista y la difundió por redes. Monereo ya había sufrido algunos encontronazos con los errejonistas por su apoyo a Pablo Iglesias, por sus desencuentros con José Luis Villacañas, y por haber firmado con Julio Anguita, el ex coordinador general de Izquierda Unida, y con Héctor Illueca, hoy diputado por Unidas Podemos, un artículo sobre el ‘Decreto dignidad’ italiano. Y la pieza a cazar con esta polémica, como bien explicó Daniel Bernabé, era Monereo.

El nacionalpopulismo

En este fuego artificialmente provocado se mezclan lo personal, lo político y lo estratégico. Además de las animadversiones de fondo, los de Errejón creen que Monereo está maniobrando para crear un partido o una corriente que apueste por el nacionalpopulismo español, y eso es un problema para ellos, en la medida que concede a significantes típicos del errejonismo un sentido muy distinto. Pero sobre todo les preocupa el problema estratégico: la idea de Monereo podría encontrar muchas afinidades en sectores críticos de IU y de la izquierda en general, con lo que se convertiría en un competidor para Más España en su ámbito de influencia, y especialmente a la hora de captar descontentos de Podemos y de IU. Monereo no ha afirmado ninguna voluntad de crear un partido, y aun cuando esa fuera su intención, carece de fuerzas internas para desarrollarla. Pero les daba igual.

Su objetivo no era discutir modelos de España: solo querían taponar a un supuesto competidor y evitar que les restase fuerzas en su pelea

Garzón es consciente, desde la polémica sobre la diversidad con Daniel Bernabé, de que una opción populista de izquierdas podría tener apoyo en sus filas, e hizo algo lógico y honesto: desvinculó las posiciones políticas de lo personal y publicó un hilo en Twitter rebatiendo las ideas de Fusaro y en general del nacionalpopulismo con argumentos, que gustarán más o menos (yo mismo contesté algo al respecto) pero que no se salían del terreno de lo ideológico. La facción errejonista no actuó de ese modo: lanzó a todos los suyos contra Monereo, y de paso contra cualquiera que se cruzara en su camino, incluido el firmante de la entrevista, y escribieron artículos y publicaron 'posts' y tuits, en los que se hablaba de fascismo, blanqueamiento, más fascismo y más blanqueamiento. No hubo refutación de las ideas, se contentaron con señalar como enormemente peligroso al entrevistado y a insultarle todo lo posible, pero no entraron a analizar sus argumentos. Es normal, porque no era su objetivo: solo querían taponar a un supuesto competidor y evitar que les restase fuerzas en su lucha contra Iglesias y Garzón. Y no vacilaron en llevarse verbalmente por delante lo que fuera, incluida la verdad. Lo raro de esto es que, cuando las polémicas estallan, el 'efecto Streisand' se produce a menudo, y se termina reforzando aquello que se quería combatir.

Una mala versión de Carl Schmitt

Este tipo de combates subterráneos son en cierto sentido esperables, porque el partido de Errejón ha heredado lo peor que se atribuyó a Podemos: combina el viejo aparato de la izquierda comunista, el aire de superioridad de sus dirigentes y la proscripción de la heterodoxia de la que tanto se quejaron cuando hablaban de acabar con la izquierda antigua.

No es un buen comienzo para una opción nacional. La lección que debería extraerse de todo esto es que, como bien avisaba Julien Freund, es imprescindible diferenciar lo político de la política, que la reducción de todo a la lucha descarnada por el poder es un error enorme, en lo ético y en lo pragmático. Es cierto que la obsesión con los significantes lleva a que todo se convierta en pura estrategia, en pura lucha por ganar, en cinismo. Significa haber adoptado una mala versión de Carl Schmitt y eso siempre acaba mal.

Esta es una historia sobre la política, sobre lo que discurre por debajo de los discursos, de las apariciones públicas y de lo que se cuenta en las redes. Va sobre la vida dividida en amigos y enemigos y sirve para constatar que las 'turf wars', las luchas desnudas por el poder y las armas y las tácticas que se utilizan en ellas forman parte inevitable de la política. En este sentido, hay que ser poco moralistas y reconocer que las peleas por el espacio y por el poder son ineludibles, y que hay que estar dispuesto a participar en ellas si se quiere hacer política, en un partido o en una empresa o en cualquier colectivo. Pero también debe servir para constatar que también hay ideas, visiones del mundo y relaciones entre medios y fines que deben hacerse valer, porque de otro modo se convierte todo en instrumentalizable y en pura pelea descarnada, lo cual es bastante feo.

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