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Sobre las manifestaciones: por qué no hay que respetar las opiniones ajenas
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Esteban Hernández

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Sobre las manifestaciones: por qué no hay que respetar las opiniones ajenas

No se avecinan buenos tiempos y la tensión social irá en aumento, como hemos visto durante y después de las manifestaciones. Hay que tomarla muy en serio

Foto: Manifestación convocada por Vox en Córdoba. (Rafa Alcaide/Efe)
Manifestación convocada por Vox en Córdoba. (Rafa Alcaide/Efe)

Es una afirmación que habrá pronunciado mucha gente, pero se la escuché a Fernando Savater, y dado que no suelo coincidir con muchas de sus ideas, me parece especialmente pertinente recogerla: “Las opiniones no se respetan”. Estoy de acuerdo. No tiene sentido mantener una posición neutra respecto de ideas que no son ciertas, o que promueven valores turbios o que generan perjuicio social.

Claro que es una afirmación ociosa, porque la falta de respeto a las opiniones ajenas es algo socialmente interiorizado: casi nadie las respeta ya. La esfera pública se ha convertido en un espacio de lucha cruenta entre posiciones enfrentadas, desde los debates televisivos hasta el Parlamento, pasando por los intercambios en Twitter, de modo que no parece tener mucho sentido insistir en este punto.

Las personas, no las ideas

Sólo que la frase de Savater tenía una segunda parte, que era muy importante: “lo respetable no son las opiniones, sino las personas”. Y esto sí debe resaltarse con insistencia, porque la pelea política y social se ha convertido en un cúmulo de fango en el que la traslación de lo ideológico a lo personal ocurre sin solución de continuidad. Lo hemos visto en la cantidad de calificativos que han circulado en los últimos tiempos, y que han hecho de Pedro Sánchez un felón, un mentiroso, un narcisista patológico o un payaso, cuando no el causante último de las muertes por covid-19. Obviamente, ocurre igual al otro lado del espectro político, y los retratos que se han hecho de Díaz Ayuso, Abascal, y cualquier otro que se nos ocurra, han sido personalmente cruentos.

Es este escenario bélico se ha olvidado se ha olvidado cualquier respeto a la persona, lo cual es bastante más trágico de lo que parece

Podría seguir, pero para qué, todos conocemos cuál es el contexto. La esfera pública se ha convertido en un espacio de reducción de lo político a lo personal, en una máquina de afear comportamientos, actitudes y afirmaciones, en un combate bélico entre trincheras en el que cualquier cosa parece valer, desde los insultos hasta la exposición pública de los adversarios, pasando por su ridiculización.

El camino natural

En esta maquinaria bélica se olvidó cualquier respeto a la persona, lo cual es bastante más trágico de lo que parece. En primera instancia, porque evita cualquier discusión política, y por tanto cualquier debate de fondo. La conversación puede resolverse sin entrar en argumentos mediante la simple descalificación del oponente: si es un bolivariano, un fascista, un rojo o un franquista, no merece tener la palabra y cualquier cosa que diga sólo será útil cuando pueda ser utilizada en su contra. El que chilla más, el más ingenioso en el desprecio, el que humilla al otro de una manera más explícita es el que termina ganando, lo cual borra toda razón del debate.

Si puedo menospreciarlos e insultarlos legítimamente a causa de sus ideas, también estoy legitimado para agredirlos

En segundo lugar, porque ese contexto se convierte en un espacio de fabricación de odio a través del cual se deshumaniza a los otros; si puedo menospreciarlos e insultarlos legítimamente a causa de sus ideas, también estoy legitimado para agredirlos. Es el paso siguiente, y probablemente sea el que se produzca: es el camino natural.

Las manifestaciones del fin de semana, como la interacción posterior en las redes, han sido un buen ejemplo de esa máquina del rencor. A veces ha ocurrido al revés, en manifestaciones de otros signos, y el resultado ha sido el mismo. Hay gente, además, que se ha especializado en este enfrentamiento y saca partido de ello, soldados en esta guerra que se cuelgan medallas. Y mientras este sea el contexto, seguirán triunfando.

El cortafuegos

Debería ser al contrario. Podemos ser muy insistentes en la defensa de una posición política, y no menospreciar, insultar, humillar ni agredir al oponente. Esas son las reglas de la convivencia, y así deberían operar. Hay personas que piensan de forma distinta a la mía, y no veo en qué sentido estoy autorizado a faltarlos al respeto simplemente porque tengan ideas diferentes. Además, conozco gente que piensa de manera parecida a la mía y no son buenas personas, porque lo han demostrado con hechos, y gente que piensa de un modo diferente al mío y sí lo son. Son mucho más importantes sus acciones que sus opiniones, y conviene no olvidarlo.

Es obvio que la esfera social no es una comunidad de seres alados, que está atravesada por interacciones hostiles en las que los argumentos racionales no serán los más habituales. Lo importante en este sentido no es evitar las discusiones, sino establecer un cortafuegos, y no entender que lo erróneo de las ideas ajenas, al menos desde nuestro punto de vista, nos autoriza a atacar a la persona que las emite.

Francamente, no me preocupa mucho que, por citar un elemento controvertido al azar, alguien sea monárquico o republicano, pero sí que acabe golpeándome con un bate porque no coincido con sus ideas. Así empieza todo, recordémoslo ahora.

Es una afirmación que habrá pronunciado mucha gente, pero se la escuché a Fernando Savater, y dado que no suelo coincidir con muchas de sus ideas, me parece especialmente pertinente recogerla: “Las opiniones no se respetan”. Estoy de acuerdo. No tiene sentido mantener una posición neutra respecto de ideas que no son ciertas, o que promueven valores turbios o que generan perjuicio social.

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