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Las dos almas que dividen al PP no son las que parecen
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Las dos almas que dividen al PP no son las que parecen

La más evidente de todas las fracturas del PP puede ser, pese a las apariencias, la más resistente de todas

Foto: El líder del PP, Pablo Casado, conversa con la presidenta madrileña en funciones, Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
El líder del PP, Pablo Casado, conversa con la presidenta madrileña en funciones, Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
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Igual que cuando mi abuelo pegaba el asa de las tazas de café con Supergén, a ver si con suerte mi abuela no notaba que se le hubieran caído, basta con acercarse un poco para reconocer las mal disimuladas marcas que delatan las divisiones del PP. El principal partido de la oposición lleva ya mucho tiempo rompiéndose, y no por uno, sino por varios sitios. Desde que Ayuso arrasó el 4-M, algunos de esos trocitos dan la sensación de recomponerse, porque ganar elecciones es el mejor pegamento. Sin embargo, pueden quebrarse en cualquier momento.

La más evidente de todas las fracturas del PP puede ser, pese a las apariencias, la más resistente de todas. Hay un PP más moderado y centrista, que no quiere saber nada de Vox y que se asocia con Feijóo. Casado se acercó más a este modelo tras la mayoría absoluta del PP en Galicia. En otoño, le dijo a Abascal, en su moción de censura fallida, que no quería parecerse a él, ni a su “política cainita”, y reivindicó “la política sin complejos, pero con cabeza”. También hay otro PP, el que está ahora de moda, que abraza un neoliberalismo más desacomplejado, el antisanchismo ‘on fire’ encumbrado por Ayuso. También ella desprecia a Vox a su manera, que es la de negarle el protagonismo de la confrontación.

Como esas neveras que se van llenando de imanes con los viajes de otra gente, Casado luce victorias ajenas con la ilusión de que se le pegue

Casado presumía en la campaña del 4-M de ser la media entre ambos modelos, el madrileño y el gallego, dando a entender que no tiene por qué elegir. Al fin y al cabo, esas dos almas siempre han estado dentro del partido y su posición respecto a Vox parece inquietar más a los votantes de izquierda que a los de derechas. Feijóo y Ayuso no tienen por qué ser incompatibles mientras arrasen en las urnas. Ya tienen con eso más en común entre sí que con Casado.

Mientras tanto, el líder del PP aspira a reunificar el centro derecha ayudado por la desintegración de Ciudadanos, y sin tener que quedarse solo con un modelo de PP. Como esas neveras que se van llenando de imanes con los viajes de otra gente, Casado luce victorias ajenas con la ilusión de que algo se le pegue. De momento, en vez de elegir, prefiere arrimarse a la opción que mejor funcione en cada momento. Esta ambigüedad es de un equilibrismo arriesgado, pero puede salirle bien, carambolas más difíciles ha demostrado posibles la política española de los últimos años.

Sin embargo, hay otra fractura mucho más honda del PP que la batalla ideológica. Mucho más importante también. Es la que contrapone la apuesta por la confrontación a quienes reclaman desde dentro del partido buscar un entendimiento más pragmático que facilite la gestión de grandes reformas de país. Hay barones en el PP, también en el PSOE, que defienden algo que puede sonar revolucionario en tiempos de polarización: apostar por el consenso para salir de la pandemia y la crisis económica.

Además de Mañueco, también Juanma Moreno y Feijóo han abogado últimamente por un mayor entendimiento entre administraciones

Algunos barones están incluso impulsando acuerdos conjuntos. Esta semana, los presidentes de Aragón, Castilla y León y Castilla-La Mancha, un popular y dos socialistas, se han unido para exigir a los líderes de sus partidos ese consenso y pedirle al Gobierno de Sánchez más fondos para sus provincias más despobladas. Los tres barones han escenificado con un selfi en Albarracín la urgencia de una política de “grandes acuerdos” y de que la política nacional mire más allá de Madrid. Además de Mañueco, también Juanma Moreno y Feijóo han abogado últimamente por un mayor entendimiento entre administraciones.

La necesidad de impulsar el turismo, coordinar las medidas sanitarias y mejorar las ayudas a la España rural, así como la reforma de la Justicia y la fiscalidad, son las claves que están llevando a estos barones populares a reclamarle a Casado un cambio de rumbo. Más que una batalla de las ideas, quieren ganar una batalla de la gestión. Esa puesta en marcha de una política más pragmática busca aprovechar las reformas de los fondos europeos, que al fin y al cabo son en buena medida un cometido autonómico. Más que definirse con su posición frente a un partido minoritario como Vox, creen que como el PP puede diferenciarse es demostrando que la oposición también puede impulsar acuerdos importantes.

Tanto la UE como el FMI y el Banco de España están pidiendo esas grandes reformas a España. Eso no parece posible mientras el Gobierno de Sánchez no desgrane en el Parlamento, y con mayor transparencia de la demostrada hasta ahora, la letra pequeña de las reformas que promete a Bruselas, pero tampoco será posible con una oposición que se limite a llevar la contraria sistemáticamente a todas las propuestas socialistas, aunque algunas de ellas ya las tratara de impulsar el PP cuando gobernaba. Buscar el consenso frente a la confrontación consigue menos 'trending topics', pero puede sacar más reformas necesarias adelante que las batallas ideológicas.

Igual que cuando mi abuelo pegaba el asa de las tazas de café con Supergén, a ver si con suerte mi abuela no notaba que se le hubieran caído, basta con acercarse un poco para reconocer las mal disimuladas marcas que delatan las divisiones del PP. El principal partido de la oposición lleva ya mucho tiempo rompiéndose, y no por uno, sino por varios sitios. Desde que Ayuso arrasó el 4-M, algunos de esos trocitos dan la sensación de recomponerse, porque ganar elecciones es el mejor pegamento. Sin embargo, pueden quebrarse en cualquier momento.

Pablo Casado Alberto Núñez Feijóo Isabel Díaz Ayuso