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Por qué Putin da más miedo que el covid
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Marta García Aller

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Por qué Putin da más miedo que el covid

Una guerra mundial da más miedo que el covid porque, a diferencia de lo que pasó con la pandemia, los riesgos que conlleva los entendemos bien

Foto: Foto: Reuters/Lisi Niesner.
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La OMS confirmaba esta semana la existencia de una nueva variante del coronavirus y no le hemos hecho ni caso. Lo hizo el día en que Rusia bombardeaba una base ucraniana pegando a Polonia. El mundo, tendrán que entenderlo los epidemiólogos, está más ocupado atendiendo al riesgo de que comience la Tercera Guerra Mundial que en los pormenores de esta nueva cepa del covid. La deltacron, que por lo visto combina las cepas delta y ómicron, inquieta menos que 30 misiles rusos cayendo al ladito de territorio de la OTAN. Los apocalipsis también son cuestión de prioridades.

Deltacron tendrá que esperar. Ni siquiera está aún claro que esta variante sea más grave que las anteriores y a estas alturas de la década ya no nos asustamos con cualquier cosa. Sobre todo cuando tenemos a Putin amenazando con escalar el conflicto con armamento nuclear. Tenemos también la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, con tres millones de personas huyendo de Ucrania, mientras hay bombas matando miles de personas y destrozando ciudades enteras al lado de la UE. Y tenemos una crisis energética y económica de dimensiones aún desconocidas. Vale que la pandemia no ha terminado, pero estamos demasiado ocupados para hacerle caso.

En estos últimos dos años, hemos ido desarrollando suficiente experiencia en escenarios distópicos como para apreciar las distintas tonalidades del 'pantone' emocional en cada nuevo fin del mundo. El de ahora es un miedo diferente. Uno que hace más fácil entender por qué la gripe del 18, aunque mató más gente, quedó eclipsada en los libros de historia por la Primera Guerra Mundial. El presidente de EEUU reconocía el lunes que en cualquier momento puede empezar la tercera. ¿Cómo íbamos a atender ese mismo día a la deltacron esa?

Una guerra mundial da más miedo que el covid porque, a diferencia de lo que pasó con la pandemia, los riesgos que conlleva los entendemos bien. Si comparamos el inicio de la pandemia con los primeros días de la invasión de Ucrania, hay diferencias interesantes en cómo reaccionamos. La pandemia no nos imaginábamos que nos afectaría globalmente ni cuando la teníamos a las puertas; sin embargo, si la invasión de Ucrania sigue siendo un conflicto localizado, es precisamente porque no paramos de imaginar qué consecuencias tendría de hacerse global.

Hace dos años no sabíamos ni cómo ni cuánto mataba el covid-19. Pero incluso en los momentos más inciertos de la pandemia, cuando aún creíamos que limpiar la fruta con lejía al volver del súper servía de algo, manteníamos una pequeña sensación de control. Sentíamos que había algo que podíamos hacer, ya fuera quedarnos en casa, mantener la distancia social o tejer batas para los médicos con bolsas de basura. Casa era un lugar en el que nos creíamos a salvo. Con las guerras, no pasa eso.

Antes de que llegaran las vacunas, el mayor temor era contagiarse del virus y enfermar gravemente o que lo hiciera algún ser querido. Más de seis millones de personas han fallecido por covid en el mundo en este tiempo y, sin embargo, pese a la terrible dimensión de la tragedia, la esperanza de que el mundo volvería a la normalidad se ha mantenido ola tras ola.

Cuando se decretó el estado de alarma, justo ahora hace dos años, aún pensábamos que el lío del virus iba para 15 días. Un mes a lo sumo. Incluso estando confinados, con los hospitales colapsados, tardamos en entender que no podíamos hacer planes para esa Semana Santa. Si es que los Sanfermines de 2020 no se cancelaron hasta finales de abril. A lo largo de la pandemia, nos ha acompañado todo el rato la sensación de que esto del covid estaba a punto de terminarse. Era nuestra salud la que sentíamos en peligro, no que el mundo siguiera funcionando más o menos donde lo dejamos cuando el virus pasara. Esta guerra, cuyas consecuencias son aún imprevisibles, inquieta tanto porque es eso precisamente lo que pone en duda.

Hasta el lenguaje da pistas de que nos asusta más una guerra que una pandemia. Al fin y al cabo, para explicar lo trágico de esta, se popularizó el uso del lenguaje bélico. La metáfora no funciona al revés. Al ver los horrores que están viviendo los ucranianos bajo las bombas, no se nos ocurriría compararlos con el covid.

Nada más empezar la pandemia no sabíamos de qué era capaz el virus, tal vez por eso tardamos tanto en temerlo. A las guerras, sin embargo, les tenemos miedo nada más empezar, porque ya sabemos de lo que somos capaces los humanos. Con el virus no se podía razonar, con Putin, parece que tampoco.

La OMS confirmaba esta semana la existencia de una nueva variante del coronavirus y no le hemos hecho ni caso. Lo hizo el día en que Rusia bombardeaba una base ucraniana pegando a Polonia. El mundo, tendrán que entenderlo los epidemiólogos, está más ocupado atendiendo al riesgo de que comience la Tercera Guerra Mundial que en los pormenores de esta nueva cepa del covid. La deltacron, que por lo visto combina las cepas delta y ómicron, inquieta menos que 30 misiles rusos cayendo al ladito de territorio de la OTAN. Los apocalipsis también son cuestión de prioridades.

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