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Nada más humano que la que se está liando con la inteligencia artificial
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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Nada más humano que la que se está liando con la inteligencia artificial

Cómo no va a dar miedo algo que lo puede cambiar todo, que ya lo está cambiando y que no sabemos dónde puede llegar. A estas alturas de la película, es imposible saber si esta tecnología es lo mejor o lo peor que nos ha pasado jamás

Foto: Ilustración de Chat GPT en un teléfono móvil. (EFE/EPA/Etienne Lauren)
Ilustración de Chat GPT en un teléfono móvil. (EFE/EPA/Etienne Lauren)
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El futuro de la humanidad parece depender de un culebrón entre Sucession y Terminator II, entre el lío corporativo y la ciencia ficción. La semana pasada, la organización Open AI, la creadora de ChatGPT, despidió repentinamente a Sam Altman, máximo responsable de la inteligencia artificial que ha tomado la delantera en la industria tecnológica y tanto nos ha fascinado en el último año.

En Open AI había temores internos a que Altman estuviera construyendo algo peligroso y lo despidieron. Luego lo han vuelto a readmitir tras un jaleo corporativo que ha dejado claro que la rentabilidad gana a la cautela y, por supuesto, a los remilgos éticos. Como en Sucession.

La otra clave para entender lo que está pasando en OpenIA no es exactamente el Terminator, o no todavía, sino el Dr. Dyson, el personaje más fascinante y a menudo olvidado de esta película de James Cameron. El Dr. Dyson es el científico que en la película inventa la red neuronal Skynet, un buen hombre movido únicamente por su deseo de hacer avanzar la tecnología y convencido de que esos avances traerán mejoras para el futuro de la humanidad.

El Dr. Dyson no sabe que el invento que está desarrollando está detrás del cíborg que viene del futuro, precisamente para evitar el holocausto nuclear que su Skynet provocará en pocos años, cuando las máquinas tomen el poder. Hasta el final de la película, el pobre Dr. Dyson no entiende qué mal ha hecho al mundo para que lo quieran matar. En realidad, el daño no ha sucedido todavía.

Foto: Sam Altman, cofundador y CEO de OpenAI. (Getty/Justin Sullivan)

Varios de los más prestigiosos investigadores de OpenAI escribieron una carta que señalaba las proezas de la IA, pero también alertando de su peligro. Les inquietaba un gran avance en la búsqueda de la IAG (inteligencia artificial general), la superinteligencia que ya están desarrollando, la que puede llegar a generalizar, aprender y comprender, se volviera incontrolable. No quieren ser el Dr. Dyson.

Cómo no acordarse entonces de Terminator II al enterarnos de que varios empleados de OpenAI temen estar yendo demasiado lejos y demasiado rápido con el desarrollo de la inteligencia artificial generativa, hasta el punto de preferir dimitir que seguir con ello. Para otros, no son más que unos exagerados, más preocupados por la ciencia ficción que por la ciencia.

No podemos saber aún si la IAG se convertirá en el avance tecnológico más prometedor de la historia o en el más aterrador

Si lo que ha pasado con OpenAI esta semana es tan fascinante, es porque deja claro lo perdidos que estamos para entender lo que pasa realmente. No podemos saber aún si la IAG se convertirá en el avance tecnológico más prometedor de la historia o en el más aterrador. Cómo vamos a saberlo si ni los que la están desarrollando se ponen de acuerdo. Este guion se está escribiendo sobre la marcha y los espectadores no tenemos ni idea de quién tiene razón.

Si en vez de una de inteligencia artificial fuera una fábrica de explosivos, o incluso de automóviles, sería más fácil comprender el riesgo de seguir desarrollando una tecnología cuya seguridad no se puede garantizar. Como con la IA es todo tan nuevo, es imposible saber si los más temerosos exageran o están en lo cierto.

Cómo no va a dar miedo algo que lo puede cambiar todo, que ya lo está cambiando y que no sabemos dónde puede llegar. A estas alturas de la película, es imposible saber si esta tecnología es lo mejor o lo peor que nos ha pasado jamás. Los científicos más sensibles a estos riesgos, incluido el de la extinción humana, forzaron la despedida de Altman. Los convencidos de sus ventajas y, sobre todo, de su rentabilidad, han conseguido su readmisión.

Sin que Silicon Valley haya demostrado ningún indicio de ser capaz de autorregularse por el bien común, la IA va a crecer más deprisa todavía

Hay un tercer grupo de expertos a tener en cuenta que no se alinean ni con unos ni con otros, sino que son más escépticos con respecto al potencial de esta tecnología, que después de todo puede no ser tan inteligente como parece. Ni el fin del mundo ni la panacea. Aunque de lo que nadie duda a estas alturas es de su rentabilidad. Y eso también explica en buena parte la pelea de esta semana, que ha terminado con el reingreso de Altman en Open AI.

En el conflicto entre los que apuestan por el crecimiento rápido y los que quieren más cautela ante la inteligencia artificial han ganado las prisas. Así que a partir de ahora, sin que Silicon Valley haya demostrado ningún indicio de ser capaz de autorregularse por el bien común, la IA va a crecer más deprisa todavía. No sabemos hacia dónde. Los que la desarrollan tampoco.

El caso puede verse como una distopía tecnológica o como algo mucho más mundano: una carrera por aumentar beneficios y reducir regulación. Puede ser ambas a la vez. En cualquier caso, está claro que el futuro de la IA depende de algo tan humano como el miedo y el poder.

El futuro de la humanidad parece depender de un culebrón entre Sucession y Terminator II, entre el lío corporativo y la ciencia ficción. La semana pasada, la organización Open AI, la creadora de ChatGPT, despidió repentinamente a Sam Altman, máximo responsable de la inteligencia artificial que ha tomado la delantera en la industria tecnológica y tanto nos ha fascinado en el último año.

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