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El verdadero peligro de la desinformación
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Marta García Aller

Segundo Párrafo

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El verdadero peligro de la desinformación

Más peligroso todavía que creerse los bulos es acabar por no creerse las noticias de verdad de tanto desconfiar de todo

Foto: Sánchez participa en un mitin del PSC esta semana. (Europa Press)
Sánchez participa en un mitin del PSC esta semana. (Europa Press)
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Mucho más antigua que internet. Y que la radio y la televisión. Anterior a la imprenta también. La desinformación es más antigua que la guerra de las Galias. Sin embargo, ahora las mentiras son diferentes. Es verdad que algo ha cambiado. Nunca antes ha sido tan fácil, tan masivo y tan barato difundir falsedades con intención de influir en la opinión pública o simplemente por error que con la tecnología actual. Conviene recordarlo para no minusvalorar el problema que el presidente del Gobierno insiste en colar en el debate público desde que volvió de sus extrañísimos cinco días de reflexión. Conviene también entenderlo para que no nos la cuelen.

Tiene razón Pedro Sánchez cuando dice que la desinformación es uno de los mayores desafíos que afrontan las democracias contemporáneas. El peligro de convertirlo en piedra angular de su estrategia política con fines tan personalistas como partidistas nos da además una de las claves para entender cómo funciona la desinformación misma. Es de primero de desinformación que los mejores bulos parten siempre de una verdad para extenderse más rápido. Pero no podemos descartar que lo que el presidente busque al abrir con calzador este debate sobre la desinformación sea desinformarnos.

Cómo llamar si no a ocupar el debate público con un asunto que desvíe nuestra atención a la vuelta de unos días de reflexión cuya motivación está cada vez menos clara y centrando los ataques a los medios que le son más críticos sin separar las mentiras publicadas, que las hay, de las noticias contrastadas. El totum revolutum que hace Sánchez mezclando en un difuso saco de pseudomedios todo aquello que le viene mal sobre las actividades de su esposa es exactamente lo contrario que precisa una estrategia seria contra la desinformación.

Es tecnología, no ideología

Porque efectivamente la desinformación es un problema cada vez mayor que amenaza las democracias. La cantidad de bulos que circulan va en aumento en todo el mundo. Entre las redes sociales y la inteligencia artificial generativa, el coste de generar y esparcir noticias falsas es tendente a cero. Además, la tecnología permite hacer desinformación personalizada en internet. Bulos a medida, basados en el conocimiento de los gustos de un pequeño grupo de personas, pueden volverlos más vulnerables a las mentiras dirigidas.

Esta semana The Economist publica un número especial dedicado precisamente a la desinformación, porque el problema es global y va en aumento. Advierte el semanario británico de que la necesidad de que los gobiernos, empresas e individuos de todo el mundo enfrentamos coordinados el problema porque nunca ha sido más grande ni más urgente. Coordinarse, por cierto, es lo contrario de enfrentarse, que es como en España se está afrontando este asunto.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), durante una entrevista en Televisión Española. (EFE/RTVE) Opinión
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Ni los gobiernos pueden desentenderse de las campañas de desinformación, que a menudo pueden suponer amenazas geopolíticas de potencias extranjeras, ni está claro tampoco cómo deben implicarse en luchar contra ellas sin interferir en la libertad de prensa. Lo único claro es que la dimensión del problema es cada vez mayor.

Los expertos en desinformación aún están comenzando a comprender cómo operan las redes globales de desinformación y la tecnología juega además un papel crucial para dar con nuevas formas de identificarlas y monitorearlas en la naturaleza. La inteligencia artificial propaga contenido falso, también lo identifica. Es a la vez el veneno y el antídoto.

Desde mayo de 2023, el número de medios de comunicación generados por IA que venden información engañosa ha aumentado de 49 a 802, según advierte The Economist citando un estudio de NewsGuard, una organización estadounidense que monitorea la cantidad de desinformación circulando en la red. Estos sitios truchos no solo publican bulos. A menudo presentan en su mayoría artículos inocuos, generados por IA, que hacen bulto y luego se mezclan con desinformación dirigida a fines concretos que luego propagan cuentas en redes sociales destinadas a amplificar la historia. Estos mecanismos de desinformación son cada vez más frecuentes, el Kremlin los utiliza a menudo como instrumentos de propaganda rusa, también el Gobierno chino. Pueden utilizarse desde para influir en el resultado de unas elecciones hasta para generar disturbios y fomentar conflictos y movimientos populistas.

Foto: Periódicos amontonados. (Getty Images/Justin Sullivan)

El debate es demasiado serio para imaginarse solucionándolo con una especie de Ministerio de la Verdad que ponga sellos de calidad para saber si un medio es periodismo del bueno o uno regulero. Finlandia es famosa por su iniciativa nacional de formación, lanzada en 2014 en respuesta a la desinformación rusa. Países Bajos ha trabajado con el gobierno británico, la Comisión Europea y la OTAN para crear juegos que ayuden a identificar contenidos engañosos.

Para poder luchar contra la desinformación, es fundamental una acción coordinada de múltiples sectores de la sociedad. Los gobiernos, los académicos y las plataformas tecnológicas, también las organizaciones de medios, deben trabajar en la misma dirección. Y con los nuevos desafíos tecnológicos es probable que la autorregulación sea inútil. Hace falta que los gobiernos se impliquen para coordinar esfuerzos.

Los legisladores pueden hacer mucho. Para empezar, fomentando programas de alfabetización mediática independiente como los que ya se han probado exitosos en Finlandia y Taiwán. También para obligar a las plataformas tecnológicas que custodian los datos a ser más transparentes para que los investigadores que analizan la desinformación puedan rastrear de dónde viene. Desde que Twitter se convirtió en X y Facebook en Meta, cada vez es más difícil rastrear la desinformación, porque esos paquetes de datos son parte del negocio.

Foto: Pedro Sánchez. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)

Tan claro tienen los expertos en desinformación que hace falta una acción conjunta y a largo plazo como que existe el riesgo de que haya gobiernos que utilicen la excusa de luchar contra la desinformación para restringir la libertad de prensa. Esa libertad también está en riesgo cuando un Gobierno siembra dudas sobre los medios que publican información veraz e incómoda en nombre de la lucha contra la desinformación.

Bastante grande es el desafío de la desinformación como para crear más confusión metiendo medios muy distintos en el mismo saco con el fin de generar desconfianza generalizada. Porque más peligroso todavía que creerse los bulos es acabar por crear tanta desconfianza que la gente acabe por no creerse nada, ni las noticias de verdad. Si todo es desinformación, nada lo es.

Los gobiernos necesitan implicarse. Solo que es urgente que sea exactamente al revés a como lo está planteando este Gobierno. No como una estrategia de polarización, sino de coordinación. No es el ombligo, sino la amenaza global lo que hay que ir mirando, coordinando esfuerzos de empresas tecnológicas, academia y organismos internacionales.

Aunque si el presidente utiliza el gravísimo problema de la desinformación como cortina de humo para desinformarnos, agravando el problema contra el que dice querer luchar, siempre podemos utilizar su ejemplo para aprender mejor la dimensión del gravísimo problema al que nos enfrentamos.

Mucho más antigua que internet. Y que la radio y la televisión. Anterior a la imprenta también. La desinformación es más antigua que la guerra de las Galias. Sin embargo, ahora las mentiras son diferentes. Es verdad que algo ha cambiado. Nunca antes ha sido tan fácil, tan masivo y tan barato difundir falsedades con intención de influir en la opinión pública o simplemente por error que con la tecnología actual. Conviene recordarlo para no minusvalorar el problema que el presidente del Gobierno insiste en colar en el debate público desde que volvió de sus extrañísimos cinco días de reflexión. Conviene también entenderlo para que no nos la cuelen.

Pedro Sánchez
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