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Verónica Fumanal

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¡Cómo está todo!

Si queremos disfrutar de lugares no masificados es nuestra responsabilidad no contribuir a masificarlo. Quejarse de que hay mucha gente justo en el lugar donde nosotros estamos, sinceramente, es para hacérselo mirar, no tenemos más derecho que el resto

Foto: Vista de la playa de Samil, en Vigo, la semana pasada. (EFE/Sxenick)
Vista de la playa de Samil, en Vigo, la semana pasada. (EFE/Sxenick)
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Atascos para llegar al destino, colas interminables para coger una mesa, buscar un hueco para la toalla con la planta de los pies ardiendo, hacer el Camino de Santiago con más gente que Gran Vía en Navidad, precios abusivos por servicios de muy poca calidad debido a la intensa demanda, buscar alojamientos en internet sin ningún tipo de garantía porque está todo cogido… no me diga que no se identifica con alguna de estas casuísticas y ha pensado: pero ¡cómo está todo!

En este momento, el país está (casi) cerrado por vacaciones y las posiciones territoriales se invierten. La España vaciada se revienta durante veinte días y las grandes ciudades se quedan como una aldea de Teruel en pleno invierno, vacío por incompatibilidad de supervivencia por el clima extremo. La España de los pueblos despierta, la mayoría de ellos duplica su población habitual, pero los más turísticos multiplican exponencialmente sus moradores, haciendo imposible que los que deciden visitar esos enclaves lo hagan con el encanto habitual o los servicios deseables.

Fuengirola, Aínsa, Sanxenxo, Tarifa, Fornells, Peñíscola, El Paso, Guadalupe, son solo algunos de los pueblos españoles con más punch turístico. Sus servicios públicos, infraestructuras de acceso, oferta de restauración no están pensados para el boom de los 20 días de agosto de demanda extrema de visitantes ávidos de relax y deseos de disfrutar, están diseñados para sus poblaciones censadas. Y aquí viene la polémica, ¿tenemos derecho a protestar porque en cualquier pueblo no tenemos la experiencia de sus habitantes en temporada baja? ¿A qué estamos dispuestos a nivel personal para no contribuir a la saturación turística?

Las personas que viven en los pueblos de España no tienen los servicios públicos, ni las infraestructuras, ni la oferta cultural, ni las oportunidades de trabajo que disfrutamos los que vivimos en las grandes ciudades. Pero no vemos protestar a nadie de los que pasan sus vacaciones en esos emplazamientos cuando los lugareños de la España vaciada protestan porque no tienen los mínimos servicios públicos deseables, en algunos casos, colegios, centros de atención primaria o una ambulancia para urgencias.

Foto: Piscina natural del Alberche en Aldea del Fresno. (EFE/Víctor Lerena)

Sin embargo, sí que hemos visto protestar a los viajeros por tener que pagar la tasa turística cuando uno quiere disfrutar de una determinada localidad que ha decidido imponerla. Este tipo de gravamen trata de socializar entre los vecinos que pagan impuestos durante todo el año, las externalidades positivas de la gente que viene a disfrutar de sus playas, sus monumentos, sus bosques que están cuidados gracias a los impuestos de los poquitos que viven ahí todo el año. Imagine, si a usted le molesta la marabunta de turistas, de la que forma parte, cómo se deben sentir los que viven en localidades que 320 días al año están habitadas por gentes que buscan precisamente, eso, tranquilidad.

Por lo tanto, no. No tenemos ningún derecho a quejarnos por ser uno más de los visitantes que estira las costuras de nuestras joyas paisajísticas, no podemos estar en una cola de coches para acceder a una playa quejándonos por ser parte de la cola; no podemos quejarnos porque un bar de pueblo no tenga capacidad para dar comidas por encima de sus capacidades; no podemos pensar que una pequeña tasa turística es un robo cuando esos lugares se sostienen mayoritariamente con los impuestos de los lugareños que ven interrumpidos sus modos de vida por una marabunta ansiosa de descanso, justo lo que estamos interrumpiendo con nuestra llegada.

Foto: Turist go home. (EFE/Alberto Valdés)

La presión turística no va a parar, todo lo contrario, cada día irá a más, porque socialmente, el derecho al descanso y las vacaciones ya está plenamente asumido como una parte fundamental de nuestras vidas. Cabe recordar que las vacaciones hace 30 años eran para muchos españoles un lujo inalcanzable. Ahora se ha democratizado bastante, aunque todavía queda un 17,8% de los trabajadores que, según UGT, no pueden permitirse pasar una semana fuera de su casa. Ojalá que la tendencia sea creciente en cuanto a personas que pueden disfrutar de vacaciones; sería una buena noticia, que demostraría que nuestro país tiene cada vez más poder adquisitivo y más derechos sociales; por ello, que muchos españoles disfrutemos de las merecidas vacaciones no puede convertirse en un motivo de queja perenne.

Lo que sí conviene repensar es cómo ejercer ese derecho. Hay cientos de lugares en España fresquitos, preciosos y con una oferta razonable, pero que no destinan recursos a publicitarse porque no está en sus planes o porque pretenden evitar un boom inasumible que no facilite una buena experiencia en sus parajes. Si queremos disfrutar de lugares no masificados es nuestra responsabilidad no contribuir a masificarlos. Quejarse de que hay mucha gente justo en el lugar donde nosotros estamos, sinceramente, es para hacérselo mirar, no tenemos más derecho que el resto a estar ahí.

Atascos para llegar al destino, colas interminables para coger una mesa, buscar un hueco para la toalla con la planta de los pies ardiendo, hacer el Camino de Santiago con más gente que Gran Vía en Navidad, precios abusivos por servicios de muy poca calidad debido a la intensa demanda, buscar alojamientos en internet sin ningún tipo de garantía porque está todo cogido… no me diga que no se identifica con alguna de estas casuísticas y ha pensado: pero ¡cómo está todo!

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