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'Time to Start Drinking': los problemas de América son más grandes que Trump
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Ángel Villarino

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'Time to Start Drinking': los problemas de América son más grandes que Trump

La 'era Trump' ha disparado la preocupación sobre el futuro de EEUU y proliferan los ensayos que hablan del declive americano. Pero los problemas trascienden la figura del presidente

Foto: Figuras de cera de Trump y Obama. (Reuters)
Figuras de cera de Trump y Obama. (Reuters)
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En abril de 2012, Edward Luce publicó un sombrío ensayo sobre el declive de Estados Unidos ('Time to Start Thinking') que, por contraintuitivo, fue muy comentado en Washington DC. El crítico del 'New York Times', Jonathan Rauch, lo resumió diciendo que el libro planteaba un panorama tan negro que debería haberse llamado 'Time to Start Drinking'. Lo cierto es que aquella primavera el cielo era azul, Barack Obama estaba lanzado hacia la reelección, la economía y el empleo resurgían con fuerza y la imagen de la primera potencia mundial atravesaba un momento dulce, casi eufórico, dejando por fin atrás el golpe de la Gran Recesión.

La percepción de lo que estaba pasando era tan diferente a la que tenemos en la retina hoy que parece mentira que hayan transcurrido solo ocho años. En el fondo, la América de Obama y la América de Trump son espejos cóncavos y convexos de una misma realidad. Durante los ocho años de Obama vimos todo lo que funcionaba de Estados Unidos y durante los últimos cuatro hemos asistido a todo lo que está mal. No ha pasado tanto tiempo, ni han cambiado tantísimo las cosas. Los problemas que tenía entonces el país —los que describía Luce— son en buena parte los mismos que tiene hoy. Y no van a desaparecer por arte de magia cuando Trump abandone la Casa Blanca. Los ingredientes que hicieron posible el 'trumpismo' siguen estando ahí y los últimos cuatro años solo han conseguido agravar el diagnóstico.

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Desde aquella primavera de 2012, se han redactado decenas de libros sobre el fin de ciclo americano. Los títulos de los ensayos ya no sugieren que el lector "empiece a pensar", como hacía Luce, sino que ahora proponen cambios urgentes, radicales. Son textos ejecutivos, con más propuestas que reflexión. A la americana. "Un, dos, tres…". El último en publicar, Matthew Yglesias, argumenta en 'One Billion Americans' (septiembre de 2020) que es necesario triplicar la población de EEUU para poder competir con China, asumiendo que es imposible dar la pelea sin equilibrar la balanza demográfica. Yglesias habla de programas de inmigración masiva y costosísimas políticas públicas de fomento de la natalidad, ideas que habrían resultado totalmente disparatadas y marginales hace un par de décadas pero que ahora ocupan espacio en franja de máxima audiencia.

Marcan el espíritu de unos tiempos en los que un porcentaje significativo de los estadounidenses reclama un giro brusco de timón. Lo que les divide, donde anida en parte la famosa polarización, es precisamente el sentido que reclaman imprimir a esa maniobra a corazón abierto. Muchos votaron a Biden creyendo que esta era su última oportunidad para salvar la democracia. Y muchos votaron a Trump creyendo que esta era la última oportunidad para evitar que los inmigrantes y las minorías raciales se conviertan en mayoría y destruyan el país. La sensación de caminar al borde del abismo que han tenido los votantes progresistas en estos últimos cuatro años no es tan distinta a la que tuvieron los conservadores durante las dos legislaturas de Obama.

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La pandemia ha precipitado el sentimiento de urgencia, pero los problemas llevan tiempo identificados. En diciembre de 2019, cuando el mundo no había oído aún la palabra 'covid', el Pew Research Center (PRC) enumeraba las preocupaciones de los estadounidenses en una de sus maravillosas encuestas. Encabezaban la clasificación, por ese orden, el precio de la atención médica (1), la adicción a las drogas (2), el precio de la educación secundaria (3), el déficit federal (4), el cambio climático (5), la desigualdad económica (6), el racismo (7), la inmigración ilegal (8), el terrorismo (9) y las oportunidades de trabajo (10).

Solo el 42% de los adultos jóvenes cree hoy que el "sistema de libre mercado" es la mejor opción, y el 45% tiene una "visión positiva" del socialismo

Hay literatura infinita sobre el malestar que carcome América. Desde fuera, se suele atender a enfoques geopolíticos y económicos que desprecian otro gran factor: la desmotivación, el desgaste, el desencanto y los arrebatos destructivos de una sociedad que durante décadas ha sido la más dinámica y ha marcado el paso al resto del mundo. Y que ahora sufre una enorme crisis de identidad. Según otro sondeo del PRC, solo el 62% de los americanos cree hoy que el "sistema de libre mercado" es la mejor opción. Entre los adultos jóvenes, la cifra desciende al 42%. Y lo que es aún más increíble: cerca del 45% tiene una visión positiva del socialismo.

En otro ejemplar de esta suerte de nuevo género ensayístico sobre el inminente colapso americano, el columnista y premio Pulitzer Steven Pearlstein, se pregunta directamente si el capitalismo americano va a sobrevivir ('Can American Capitalism Survive?', septiembre 2018). Hace dos décadas, esa cuestión no habría sido formulada fuera de círculos marxistas minoritarios. Hoy la plantea un intelectual del 'establishment' que escribe en 'The Washington Post' y que se presenta como "un hombre de mercado que quiere que el capitalismo funcione".

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Foto: Reuters

Pearlstein hace un diagnóstico ampliamente compartido en círculos progresistas: la sociedad estadounidense es más desconfiada y menos cooperativa de lo que ha sido nunca, la desigualdad y el modelo económico no solo erosionan la cohesión social sino que están actuando en contra del crecimiento y reduciendo el tamaño de la tarta. "Nos hemos pasado de rosca (...) en el sistema hay algo fundamental que está roto (...) La gente percibe que hemos descarrilado, que el sistema es demasiado despiadado e incentiva un tipo de comportamiento que hiere nuestra sensibilidad moral y destruye el sentimiento colectivo". Concluye Pearlstein, llanamente, que a millones de americanos ya no les gusta la sociedad en la que viven.

El autor sitúa la raíz del problema en los años ochenta y noventa, cuando el país decidió minar el estilo de vida de la clase media para competir con economías en auge como Alemania o Japón. "Pensamos que nos estábamos yendo por el camino del Reino Unido y que teníamos que dar una serie de pasos para hacer nuestro capitalismo más competitivo y más despiadado. Abrazamos una serie de ideas que funcionaron y pusieron EEUU otra vez en la cima, pero que han acabado exacerbándose, generando un sistema extremo en el que una gran proporción de la gente, simplemente, no se siente a gusto".

Ese ecosistema "ultracompetitivo" y "despiadado" del que habla Pearlstein se ha convertido en parte del discurso y se utiliza para explicar casi todas las cosas que han ocurrido recientemente: de la explosión de ira de las minorías afroamericanas deprimidas a la teoría del hartazgo de la que tanto hemos hablado en estos cuatro años: toda esa avalancha de textos sobre 'rednecks', 'hillbillies', sobre estados del interior y cinturones del óxido que se han quedado atrás y que acabaron abrazando a Trump. También son fecundas las imágenes de contrastes, el blanco y negro: las colas del hambre en la misma foto que la facturación de Amazon en la pandemia; la llegada de millones de inmigrantes al "mejor país para alguien con ambiciones" compartiendo pantalla con los jóvenes que ven frustradas sus expectativas de mantener el nivel de vida de sus padres.

Para voces como Pearlstein, el giro de timón no pasa por retoques fiscales o inversiones puntuales en infraestructuras. Algunas de las ideas expuestas en su libro habrían hecho arquear las cejas hace unos años a cualquier partido socialista escandinavo. Sostiene, por ejemplo, la necesidad de que las empresas repartan "de manera significativa" los beneficios con sus empleados en lugar de hacerlo solo con sus accionistas, propone recuperar un "servicio público" obligatorio: una especie de 'mili social'. Y sugiere crear una renta básica (él prefiere no llamarla así) que funcione de la siguiente manera: cada ciudadano recibe 3.000 dólares al año solo por estar vivo, de manera que una familia de cuatro miembros tiene unos ingresos asegurados de 12.000 dólares al año. Quienes trabajan y quienes estudian a tiempo completo reciben otros 3.000 dólares más al año, de manera que si en esa familia los dos progenitores tienen empleo y uno de los hijos está en la universidad, la renta básica ascendería a 21.000 dólares.

Foto: Ian Bremmer. (Fotografía cedida)

En estos comicios ha quedado demostrado que los sentimientos que han posibilitado el 'trumpismo' no son un espejismo, sino que representan a una parte importante del país. El movimiento nacional populista ha rozado la reelección: permanece fuerte y además está herido. Al otro lado de la balanza, los anhelos de transformación de los progresistas, que ya estaban sobre la mesa antes de la pandemia, van a dispararse en los años por venir. Hasta tal punto que no es descartable que parte del 'establishment' republicano acabe echando de menos a Donald Trump, cuya impopularidad ha servido para absorber grandes cantidades de frustración e indignación entre sus votantes. Si Joe Biden confirma la victoria, ha ganado un tique para un barril de pólvora. Veremos cuánto es capaz de hacer y cuánto va a durar el entusiasmo.

En abril de 2012, Edward Luce publicó un sombrío ensayo sobre el declive de Estados Unidos ('Time to Start Thinking') que, por contraintuitivo, fue muy comentado en Washington DC. El crítico del 'New York Times', Jonathan Rauch, lo resumió diciendo que el libro planteaba un panorama tan negro que debería haberse llamado 'Time to Start Drinking'. Lo cierto es que aquella primavera el cielo era azul, Barack Obama estaba lanzado hacia la reelección, la economía y el empleo resurgían con fuerza y la imagen de la primera potencia mundial atravesaba un momento dulce, casi eufórico, dejando por fin atrás el golpe de la Gran Recesión.

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