Takoma
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La 'tercera España' es la España desconectada
La 'tercera España' no necesita un nuevo partido político, necesita un desfibrilador. Es la España mayoritaria, la que ha dejado de prestar atención a un espectáculo penoso
Han pasado muchas cosas en el Congreso esta semana, pero no es sencillo encontrar a alguien que pueda resumirlas. La desconexión entre la vida política y el resto de vidas está alcanzando extremos que a veces resultan cómicos. Han agotado las hipérboles y los adjetivos, pero una parte significativa de la población dejó de prestar atención hace tiempo a las admoniciones y observa el espectáculo con indiferencia. Como la frase en el diario de Kafka. "Hoy empezó la guerra, por la tarde me fui a nadar".
Hace años, cuando aquí aún no habíamos puesto de moda el término, Argemino Barro explicaba la polarización de la política estadounidense sirviéndose de la metáfora de las dos salas. Decía que se estaban grabando dos películas distintas al mismo tiempo, seriales que se proyectaban en salas de cine diferentes. Cuando los dos grupos de espectadores se encontraban en la calle, no es que no pudiesen llegar a un entendimiento, es que ni siquiera eran capaces de discutir sobre lo que habían visto.
La imagen se acopla ya al ecosistema de nuestra política, con una intensidad que tampoco es nueva. La diferencia es que a nuestras salas cada vez entran menos personas, que hay una tercera España que ya se ha ido. Aunque acabe votando por cumplir con sus obligaciones democráticas, es probable que esta España sea ya mayoritaria. Yo puedo estar de acuerdo con quien me escribe para decirme que Feijóo hizo uno de los mejores discursos que le hemos escuchado, o con quien me insiste en que las intervenciones de los nacionalistas vascos sonaban diferentes a las de otras veces. Lo que no tengo claro es que hubiese alguien mirando, interesado, asustado o esperanzado.
Simplificándolo mucho, el problema que tenemos es parecido al que plantea la educación de un niño. Si la única manera de tratar que haga caso es subiendo el volumen de los gritos, la batalla por su atención está perdida. Al cabo de un tiempo, el niño ni siquiera escucha y ya da igual que lo amenaces de muerte con los pulmones llenos. Termina percibiéndolo como ruido ambiental y se dedica a otras cosas que le parecen más urgentes o interesantes.
El volumen de la política española y del ecosistema que la rodea está cerca del máximo instalado. Pronto no será posible alimentar el show ni violando un cerdo en directo, como en el capítulo introductorio de Black Mirror. Cualquier cosa que ocurra estrictamente dentro del ámbito de la política, sin un reflejo en la vida real, está destinada a perder interés. Siguiendo la evolución habitual de las cosas, no creo que tardemos en asistir a situaciones como las que vemos ya en Estados Unidos, donde apenas existe margen para el escándalo. Esta semana, Trump ha considerado oportuno sugerir el ajusticiamiento de su ex jefe del Estado Mayor, el general Mark Milley, sin que nadie levante una ceja.
La responsabilidad de haber roto los tímpanos a la sociedad no deberíamos cargarla exclusivamente sobre los hombros de la clase política. Se trata, en realidad, de un trabajo de destrucción colectivo. El politólogo Ben Ansell aborda el asunto en un ensayo que se traducirá pronto al español (Por qué fracasa la política). Su punto de partida es que vivimos en sociedades cada vez más divididas, pese a estar de acuerdo de manera mayoritaria en cinco grandes anhelos (democracia, igualdad, solidaridad, seguridad y prosperidad). Son cinco prioridades comunes en todas las encuestas de opinión, en casi todos los países del mundo. El problema, dice Ansell, es que la política ha dejado de funcionar, incluso nos hace retroceder, porque sus tripas están rotas. Por definición, la política se ha de estructurar alrededor de promesas de mejora. Pero no alrededor de insultos, amenazas y exageraciones.
Han pasado muchas cosas en el Congreso esta semana, pero no es sencillo encontrar a alguien que pueda resumirlas. La desconexión entre la vida política y el resto de vidas está alcanzando extremos que a veces resultan cómicos. Han agotado las hipérboles y los adjetivos, pero una parte significativa de la población dejó de prestar atención hace tiempo a las admoniciones y observa el espectáculo con indiferencia. Como la frase en el diario de Kafka. "Hoy empezó la guerra, por la tarde me fui a nadar".
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