Takoma
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Para comprender lo que pasa hay que escuchar a Xi Jinping hablando de mujeres
La superpotencia en ciernes vive un retroceso de las libertades cada vez más patente en este tercer mandato de Xi Jinping. Su discurso ante el Congreso Nacional de Mujeres es la última prueba
Durante muchos años, Xi Jinping no fue otra cosa que el marido de Peng Liyuan. A ella la paraban por la calle porque era una estrella que aparecía en las galas de Año Nuevo, cantando con su uniforme, con el rango de mayor general en el Ejército. A él no lo conocía casi nadie, porque no era más que un burócrata gris que estaba ascendiendo silenciosamente en la estructura del Partido Comunista. Diez años después de convertirse en primera dama, la estela de Peng Liyuan se ha desvanecido casi por completo y la imagen pública de la pareja ha cambiado tanto como el resto del país.
El presidente chino está confirmando muchos temores, haciendo realidad las peores expectativas sobre su tercer mandato. Entre ellas, la vuelta atrás en el rol de las mujeres en la sociedad china. El Politburó nombrado en octubre del año pasado fue el primero sin un solo rostro femenino en dos décadas. Y esta semana el mensaje enviado por Xi Jinping ha sido aún más elocuente: escogió nada menos que la apertura del Congreso Nacional de las Mujeres para mandar a las chinas de vuelta a la cocina.
Pidió a las allí presentes que “fomenten activamente un nuevo tipo de matrimonio y la cultura de tener hijos” y que promuevan “el amor y el matrimonio, la fertilidad y la familia”. Rompiendo la tradición de sus predecesores (y de sus propias intervenciones previas), no hizo hincapié en la aportación femenina a la política, la economía, ni el trabajo. Al revés, se extendió en la filípica tradicionalista sobre su papel para parir, alimentar y educar a las próximas generaciones de chinos y contribuir así a la "modernización de China".
El discurso de Xi Jinping no es tanto un rapto espontáneo de machismo como el reflejo de algunas de sus principales preocupaciones. Por un lado, su rechazo creciente a la influencia occidental y sus "modas perversas" le ha llevado a perseguir cualquier atisbo de feminismo. Los tímidos intentos de denunciar casos de acoso, discriminación o violencia sexual han sido silenciados en las redes sociales y perseguidos en la calle, llegando a encarcelar a algunas activistas, al considerarlo un reflejo de actitudes subversivas peligrosas por parte de ciudadanos expuestas a la cultura occidental. Las activistas del MeToo chino fueron juzgadas bajo cargos de subversión.
Al presidente chino también le preocupan cada vez más los datos demográficos. Durante su mandato, China ha dejado de ser el país más poblado del mundo (en beneficio de India) y la tasa de fecundidad ha caído a la mitad desde 2016, a pesar de que se levantaron las restricciones al respecto (la llamada ley del hijo único). No existen registros de hundimientos de natalidad tan bruscos, exceptuando tiempos de guerra o descomposiciones sociales.
Otra gran obsesión del Partido es el desempleo, el indicador social más vigilado por su potencial para desestabilizar un sistema que apenas tiende redes para quienes pierden sus ingresos. El paro juvenil se ha duplicado en cuatro años, alcanzando el 22%, una tasa que suena hasta deseable en España, pero muy alta para una nación asiática. En este contexto, sacar a millones de mujeres del mercado laboral para disminuir la presión, promoviendo una vuelta a los valores del matrimonio tradicional y elevando la natalidad, suena como un buen plan para alguien acostumbrado a poner la sociedad al servicio de planes quinquenales.
Pero el retroceso es evidente. La cultura confuciana es profundamente patriarcal y hasta bien entrado el siglo pasado se mantuvieron tradiciones como el vendaje de los pies con motivos estéticos (un proceso muy doloroso) o el concubinato forzoso. La llegada del comunismo fue vista como una liberación progresiva y Mao Zedong reivindicó su papel tanto durante el proceso revolucionario como en la construcción de la patria socialista. “Las mujeres sostienen la mitad del cielo”, es una de sus frases más celebradas.
Xi Jinping publica y promociona varios libros cada año con sus pensamientos, pontificando sobre cualquier asunto imaginable
Al igual que sucedió en otros países comunistas, las mujeres fueron integradas en el sistema productivo y obtuvieron derechos políticos y sociales, pero nunca alcanzaron un estatus igualitario. Desde luego, no lo lograron en los hogares. Durante las décadas de apertura inauguradas por Deng Xiaoping, su estatus fue mejorando lentamente, sobre todo en las grandes ciudades y entre la incipiente clase media y alta. Pero el cambio de actitud de Xi Jinping está revirtiendo ese impulso.
Todo lo anterior es un síntoma más del retroceso que está experimentando el país en todos sus procesos de apertura. Los chinos que viven en las grandes ciudades han acuñado algunas frases para definirlo, ideas duramente perseguidas en redes sociales como la de referirse a China como “la Corea del Norte del oeste” y a Xi Jinping como un “Mao con dinero”. En los últimos años, se han cerrado librerías, se han censurado millones de páginas web, se han silenciado decenas de miles de voces críticas y se han perseguido actitudes e iniciativas que eran incluso aplaudidas en tiempos de Jiang Zemin o Hu Jintao.
Xi Jinping publica y promociona una cantidad absurda de libros cada año en los que describe su pensamiento, pontificando pomposamente sobre cualquier asunto imaginable. Mientras se intensifica el culto personal, la economía atraviesa una situación complicada y sectores crecientes de la ciudadanía empiezan a dar por roto el contrato tácito de las últimas décadas, según el cual los chinos no se metían en política y el Partido Comunista mantenía el motor económico rugiendo a dos dígitos.
Cuando llegó al poder en 2013, Xi redobló el empeño de Hu Jintao para atajar la desigualdad y suavizar los efectos secundarios acumulados durante las fases de apertura y crecimiento desbocado. Diez años después, apenas se han producido avances en ese sentido (unos 600 millones de chinos siguen viviendo con menos de 120 euros al mes), mientras la economía se ha estancado y la actividad privada está en retroceso. Las purgas, dentro y fuera del aparato burocrático, han alcanzado a buena parte de la élite. Desaparecen sin dejar rastro grandes empresarios, banqueros, ministros, periodistas, activistas...
Hay otras señales preocupantes. Por primera vez en mucho tiempo, se ha revertido la tendencia migratoria y está aumentando la fuga de capitales y cerebros, generalmente familias con una buena situación económica que intentan sacar todo el dinero posible. Hace poco me reencontré con un viejo conocido que acababa de llegar a Madrid desde Shanghái y que acarreaba grandes cantidades de dinero en efectivo para invertir en bienes inmobiliarios en Europa. Algunos, como mi amigo, buscan huir a Estados Unidos, Canadá y Europa, pero la mayoría lo hacen a países del entorno. Las colonias en Tailandia, Singapur o Malasia empieza a recordar a las de los latinoamericanos en Madrid o Miami. Por primera vez en mucho tiempo, se extiende la sensación entre ciertas capas sociales de que se puede tener una vida más prospera fuera que dentro de China.
Hay quien opina que toda esta lectura está basada únicamente en la experiencia y el testimonio de los chinos que viven en las grandes y medianas ciudades, entre las clases medias y altas... En definitiva, entre los que han disfrutado del proceso de apertura en los últimos años. Es cierto que la percepción podría ser muy diferente preguntando en el campo y las pequeñas ciudades, entre las capas de población y las zonas geográficas menos beneficiadas por las transformaciones de los últimos años. Quizá Xi Jinping se ha convertido en un dirigente parecido a Erdoğan en Turquía, Orbán en Hungría o Donald Trump en Estados Unidos. En un dirigente que cuenta con la confianza de las capas desplazadas y el rechazo de los estratos urbanitas y más formados. Pero como no hay encuestas de opinión, ni votaciones, no hay manera de tomar las medidas de la brecha.
Durante muchos años, Xi Jinping no fue otra cosa que el marido de Peng Liyuan. A ella la paraban por la calle porque era una estrella que aparecía en las galas de Año Nuevo, cantando con su uniforme, con el rango de mayor general en el Ejército. A él no lo conocía casi nadie, porque no era más que un burócrata gris que estaba ascendiendo silenciosamente en la estructura del Partido Comunista. Diez años después de convertirse en primera dama, la estela de Peng Liyuan se ha desvanecido casi por completo y la imagen pública de la pareja ha cambiado tanto como el resto del país.