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Ángel Villarino

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El documento que tiene más información sobre el futuro de España

Uno de cada cinco residentes en España ha nacido en el extranjero, la misma proporción de quienes tienen ya más de 65 años. La transformación es velocísima, pero pasa inadvertida

Foto: Desfile durante la fiesta de la Hispanidad en Madrid. (EFE/Fernando Villar)
Desfile durante la fiesta de la Hispanidad en Madrid. (EFE/Fernando Villar)
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Hay más pistas sobre el rumbo de España en el censo que ha publicado esta semana el Instituto Nacional de Estadística que en las obras completas de la prospectiva patria. El cambio metodológico adoptado por el INE, siguiendo la moda europea, permite actualizaciones anuales sobre una población de partida (en lugar de cuestionarios a todos los hogares cada diez años) y nos ayuda a seguir casi en tiempo real lo que está ocurriendo.

Resulta que España está más poblada hoy de lo que ha estado nunca y que hemos superado ya con creces la barrera de los 48 millones. O dicho de otra manera: a principios de 2023, vivían casi 600.000 personas más que a principios de 2022, lo que supone un incremento del 1,26 por ciento. Teniendo en cuenta además que el saldo vegetativo (nacimientos menos defunciones) es negativo a causa de nuestra baja natalidad (alrededor de -115.000 personas), estamos creciendo a una velocidad pasmosa gracias a la inmigración. Y esto es así porque llegadas desde el extranjero se sitúan muy cerca ya de las cifras récord alcanzadas en los años previos a la crisis financiera.

La transformación social que todo esto supone se entiende mejor comparando otros dos datos que también ofrece el INE. El 17,1 por ciento de las personas que viven en España han nacido fuera del país, mientras que solo el 13,5 por ciento de los españoles residen en una comunidad autónoma diferente a la de su nacimiento. Es decir, en "condiciones de laboratorio", hay ya más probabilidades de tener un compañero de oficina, o un vecino, procedente de otro país que procedente de otra región.

Aunque la segregación por barrios, por estratos sociales y profesionales sigue manteniendo a menudo la impresión contraria, la España que tenemos en la cabeza la hemos dejado atrás hace bastante: esa sociedad construida con mesones gallegos, sidrerías asturianas y tabernas andaluzas, con compañeros de pupitre que podían ser de Murcia, Cáceres y Albacete. Como dice el demógrafo Julio Pérez (CSIC), esa España que nos parece tan normal tampoco era muy normal, sino fruto de otra gigantesca transformación demográfica: la que se produjo desde finales de los 50 hasta finales de los 70, cuando millones de personas abandonaron las regiones más rurales con el hundimiento de la economía agraria y buscaron trabajo en las zonas industriales.

Foto: EC Diseño/iStock.

A partir de 1999, nuestro país dejó de tener un saldo migratorio negativo y la gente empezó a llegar masivamente de fuera, experimentando una de las oleadas migratorias más intensas de la historia europea. Algunos estudios, incluidos varias series históricas del Pew Research Center, indican que ningún país occidental ha recibido nunca tantos extranjeros en tan poco tiempo como España en los primeros años de este siglo. La intensidad alcanzada en los momentos álgidos de aquel proceso no es muy diferente a la actual.

Esta transformación tiene un impacto sobre absolutamente todo lo que nos rodea. Lo tiene electoralmente (¿cuántos recién llegados están votando y a qué partidos?), lo tiene laboralmente (¿cuántos, dónde están trabajando y en qué condiciones?). Lo tiene a la hora de explicar la distribución de la riqueza (¿cuántas de las rentas bajas de las estadísticas pertenecen a estas familias?), incluso a la hora de plantear el sistema educativo español. Además de que plantea desafíos acerca de la representación de las nuevas comunidades en instituciones y en centros toma de decisiones, otro debate que no estamos teniendo.

Foto: Aficionados de la selección marroquí celebran la victoria de octavos frente a España en Torre-Pacheco, Murcia. (Ana Beltrán) Opinión

Si nos comparamos con otras sociedades occidentales, la nuestra apenas le dedica atención al fenómeno. Muchos sociólogos insisten en que esto tiene una cara muy positiva: al no poner acento, contribuimos a normalizar el proceso. Pero el desconocimiento del fenómeno puede ser tan dañino como la obsesión por el mismo. Ni siquiera es parte del acervo común el origen de los recién llegados. Suele sorprender, por ejemplo, que de los seis millones de personas con pasaporte extranjero que viven en España, cerca de un millón proceden de países de rentas más altas que las nuestras: sobre todo Reino Unido, Italia, Francia y Alemania. Del resto, marroquíes (894.000), rumanos (629.755) y colombianos (453.911) siguen siendo las nacionalidades más numerosas. Aunque, a lo largo de 2022, las comunidades que más crecieron fueron la colombiana, la ucraniana y la venezolana.

El censo, por cierto, trae también datos sobre la otra gran transformación: el 20,1 por ciento de los españoles tienen ya más de 64 años. Esa es otra historia, pero del mismo libro.

Hay más pistas sobre el rumbo de España en el censo que ha publicado esta semana el Instituto Nacional de Estadística que en las obras completas de la prospectiva patria. El cambio metodológico adoptado por el INE, siguiendo la moda europea, permite actualizaciones anuales sobre una población de partida (en lugar de cuestionarios a todos los hogares cada diez años) y nos ayuda a seguir casi en tiempo real lo que está ocurriendo.

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