Takoma
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Los países que legalizaron la marihuana tienen un par de consejos que darnos
El experimento que se está llevando a cabo en medio mundo con la marihuana empieza a ser estudiado con informes exhaustivos. Algunas cosas no han salido tan bien como se dijo
"Nueva York no huele a marihuana, pero la marihuana huele como Nueva York". Es uno de los muchos chistes sobre el perfume que desprende la ciudad desde que la hierba fue legalizada en marzo de 2021. El cambio de mentalidad frente al cannabis es una de las mayores transformaciones que ha vivido la sociedad americana en las últimas décadas. En 1969, solo el 12 % estaban a favor de legalizarla. Hoy la cifra se ha invertido y solo el 11 % votaría a favor de prohibirla del todo. Uno de cada seis estadounidenses fuma ya regularmente y un cinco por ciento (11 millones) lo hacen a diario. Aunque el alcohol sigue siendo mucho más popular para el consumo esporádico, desde 2022 ya hay más individuos fumando marihuana a diario que bebiendo todos los días. De los 50 estados que tiene el país, 38 lo han regulado y 24 lo permiten con fines recreacionales. La lista sigue creciendo y pronto se celebrarán más referéndum.
Existen grandes brechas según la preferencia política o el grupo demográfico, pero la aceptación resulta más transversal de lo que cabría esperar. Fuera de algunos estados del interior, el debate sobre su regularización es inexistente y la conversación gira en torno a si debería hacerse solo con fines medicinales (con receta, como un ansiolítico) o también recreativos. Casi seis de cada diez estadounidenses piensa lo primero y las estadísticas del Pew Research Center indican que entre los votantes demócratas y los menores de 30 años el respaldo es prácticamente unánime. Es cierto que disminuye mucho entre los republicanos y los mayores de 65, pero aun dentro de esos grupos resulta una contienda reñida. Esta macroencuesta de marzo del año pasado permite hacerse una idea.
El giro radical de mentalidad en el país que exportó al resto del mundo su aversión a la marihuana está transformando el panorama, como puede observarse en el mapa adjunto. Como el experimento empieza a tener rodaje (han pasado 12 años desde que empezó en Colorado), ya es posible sacar algunas conclusiones a tener en cuenta si nos decidimos a abordar un fenómeno que no forma parte de nuestra agenda política, pero que tiene trascendencia social. El primer aprendizaje es que algunas de las cosas que se les prometieron a quienes votaron a favor (casi siempre en referéndums) no están sucediendo. En Nueva York, por ejemplo, muy poca gente compra marihuana en los establecimientos regulados. Lo hace en los miles de tiendas sin licencia que han brotado por toda la ciudad (algunos estudios hablan de 8.000) y a las que la policía no presta demasiada atención.
A los dispensarios legales de Nueva York no va casi nadie. Porque hay pocos y porque lo que allí se vende es bastante más caro, al estar sujeto a la regulación y supervisado por la Office of Cannabis Management. Algo que no sucede con lo que se suministra en esas pequeñas tiendas con luminosos porreros que se encuentran en cada esquina de Manhattan y donde no se suele poner problemas a los menores de edad. Por otra parte, el consumo sí parece estar creciendo en los estados donde se legalizó y las concentraciones de THC (componente psicoactivo) que se fuman se han multiplicado. También hay debate con los comestibles, desde pastelitos a gominolas de colores, que parecen diseñados para atraer a niños y adolescentes. Y finalmente los olores, que por supuesto generan controversia. En Nueva York ya hay sentencias judiciales, motivadas por familias hartas de oler los porros de sus vecinos.
Se han elaborado también varios estudios sobre los efectos de la hierba para la salud, pero no arrojan conclusiones muy distintas a lo que ya se sabía. Hace décadas que se conoce que el uso continuado puede dañar la salud mental (ansiedad, depresión...) y actuar como detonante de enfermedades mentales graves, como la esquizofrenia. Podría ser pronto, pero no parece que la legalización haya disparado los casos de manera alarmante. En Colorado preocupa más, por ejemplo, el aumento de accidentes de coche relacionados con el cannabis. En cualquier caso, para valorar el impacto sobre el sistema sanitario sería necesario compararlo con otras drogas legales, especialmente con el alcohol.
A pesar de lo anterior, nadie está pensando seriamente en volver a los tiempos de la criminalización. Aunque solo sea porque contribuye a enterrar la guerra contra una droga que ya está considerada oficialmente como una de las menos dañinas. Y cuya persecución policial distrae esfuerzos y recursos de emergencias realmente graves como el fentanilo, además de suponer un espacio de juego importante para mafias y bandas criminales.
La revisión de estos primeros experimentos, de los datos que arroja la experiencia, se están viviendo de manera parecida en muchos países. En Europa, el caso más claro ha sido el de Alemania. En Asia, uno de los continentes más restrictivos tradicionalmente, se ha atrevido Tailandia. Allí fue legalizada hace un par de años, aunque el gobierno está estudiando medidas para frenar el resultado. Las tiendas de cannabis (también informales en su práctica totalidad) son ubicuas, sobre todo en las zonas turísticas. Y la mayoría de las ventas se producen sin que el gobierno logre cobrar los impuestos contemplados en la ley. Mientras que el alcohol está sometido a restricciones horarias, las tiendas de cannabis operan cuando quieren.
Es difícil meterle mano. Más de un millón y medio de personas han logrado ya una licencia para plantar y en cuestión de meses se han creado miles de empresas (muchas de ellas con capital y personas procedentes de países con una situación regulatoria ambigua, como España). Desmontar el tinglado, como sugirió el partido que encabeza la nueva coalición de gobierno, parece complicado. A cambio, se buscan maneras de encauzarlo y apaciguar al estupor de buena parte de la población tailandesa, sobre todo la más mayor, a la que se lleva toda la vida diciendo que fumar hierba es letal y se paga con hasta 15 años de cárcel por simple posesión.
Una de las medidas que ha adoptado Tailandia, y que algunos activistas y empresarios de la industria aconsejan reproducir, es prohibir que se fume en espacios públicos, como ya se hizo en Ámsterdam en su día. También se extiende la impresión de que el empuje de los lobbies de productores (no hay que olvidar que muchas de las grandes empresas globales de cannabis facturan tanto o más como las del Ibex) y el entusiasmo de los clubes de consumidores ha trasladado a la opinión pública una idea que no es la que tenían en la cabeza los legisladores. Una de las quejas más frecuentes es que la legalización se ha materializado pensando más en el negocio que genera que en las consecuencias sanitarias.
Bernardo Soriano, el abogado que redactó la propuesta de ley que se llevó al Congreso en España el año pasado, también opina que hay cosas que aprender de las experiencias extranjeras. "Por ejemplo, estamos en un momento en el que se tiende a desnormalizar el tabaco, así que no tendría sentido pretender que con la marihuana sea distinto. Tolerar abiertamente que se fume en exteriores, aunque sea en ciertos horarios como se ha hecho en Alemania, puede ser un error. A cambio, eso sí, hay que dejar fumar dentro de los clubes". Charles Fain Lehman, investigador del Manhattan Institute, llega a una conclusión bastante convincente en un breve ensayo publicado el mes pasado en la revista semanal de The New York Times. Dice que la sociedad está adoptando una actitud cada vez más inquisitiva con el consumo de las drogas tradicionales (alcohol y tabaco), mientras la marihuana se ha convertido en una droga cool, la mejor vista en muchos entornos.
"Nueva York no huele a marihuana, pero la marihuana huele como Nueva York". Es uno de los muchos chistes sobre el perfume que desprende la ciudad desde que la hierba fue legalizada en marzo de 2021. El cambio de mentalidad frente al cannabis es una de las mayores transformaciones que ha vivido la sociedad americana en las últimas décadas. En 1969, solo el 12 % estaban a favor de legalizarla. Hoy la cifra se ha invertido y solo el 11 % votaría a favor de prohibirla del todo. Uno de cada seis estadounidenses fuma ya regularmente y un cinco por ciento (11 millones) lo hacen a diario. Aunque el alcohol sigue siendo mucho más popular para el consumo esporádico, desde 2022 ya hay más individuos fumando marihuana a diario que bebiendo todos los días. De los 50 estados que tiene el país, 38 lo han regulado y 24 lo permiten con fines recreacionales. La lista sigue creciendo y pronto se celebrarán más referéndum.
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