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El PSOE quiere ser rebelde y sistémico al mismo tiempo
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Ramón González Férriz

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El PSOE quiere ser rebelde y sistémico al mismo tiempo

Sea de manera deliberada o no, el partido ha desarrollado una extraordinaria capacidad de sostener a la vez dos posiciones contradictorias

Foto: La vicepresidenta Teresa Ribera. (Europa Press/Gustavo de la Paz)
La vicepresidenta Teresa Ribera. (Europa Press/Gustavo de la Paz)
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La semana pasada, la vicepresidenta Teresa Ribera, que ahora forma parte de la ejecutiva federal del PSOE, aseguró que la insistencia del magistrado Manuel García-Castellón en imputar a Carles Puigdemont por terrorismo tiene motivaciones políticas. Tres horas después, fuentes de la Moncloa aseguraron a los periodistas que el Ejecutivo siempre defenderá el trabajo de jueces y magistrados "sin injerencias" y respetará las sentencias judiciales, aunque no le gusten.

Se podría pensar que la ministra solo fue un poco imprudente. O que expresó con franqueza la opinión de buena parte de la izquierda, que siente que los jueces quieren sabotear sus planes legislativos, pero luego la Moncloa la corrigió para evitar males mayores. Sin embargo, este caso refleja lo que ya es un patrón en el comportamiento del PSOE. Sea de manera deliberada o no, ha desarrollado una extraordinaria capacidad de sostener al mismo tiempo dos posiciones contradictorias y, así, parecer de manera simultánea un partido rebelde y un partido sistémico.

Veamos más ejemplos. Con frecuencia, Pedro Sánchez transmite que su Gobierno es de "alto perfil político y de contrastada solvencia técnica", como dijo hace poco. Eso es cierto en el caso de varios responsables de la economía —Carlos Cuerpo, José Luis Escrivá o la propia Ribera, por ejemplo—, que proceden de las tradicionales canteras de cargos del PSOE, como el alto funcionariado o las instituciones europeas. Pero, al mismo tiempo, Sánchez ha dado un generoso espacio en sus gobiernos a todo lo contrario: tuvo en el anterior a Irene Montero o Ione Belarra, que carecían de cualquier mérito técnico o político, y hoy tiene entre sus ministros de confianza a Óscar Puente, un hombre de modales toscos sin ninguna experiencia en el sector del transporte.

Sánchez va a Davos para codearse con la vanguardia tecnológica y financiera global, y da entrevistas en inglés a la cadena de televisión más exclusiva del mundo, Bloomberg. Pero, al mismo tiempo, transmite que es hora de que la socialdemocracia vuelva a sus orígenes más radicales y de clase, y sugiere que él liderará ese retorno a las raíces populares.

Foto: Sánchez junto a Besteiro, en la convención del PSOE en A Coruña. (Europa Press/Gustavo de la Paz)

El PSOE repudia el independentismo y cualquier ataque a la Constitución y, al mismo tiempo, pacta con Bildu, Junts y ERC, y amnistía a los líderes del procés. Celebra que se produzcan grandes pactos con el PP, como la reciente modificación de la Constitución, pero —como dijo el fin de semana pasado el candidato socialista en las elecciones vascas, Eneko Andueza— considera al PP el causante de la ruptura que fue el procés y un partido contrario a la Carta Magna.

Los gobiernos socialistas han impulsado campañas publicitarias para acabar con la discriminación basada en los rasgos físicos de las personas, pero la vicepresidenta María Jesús Montero se ríe de la calvicie y la cortedad de vista de un portavoz del PP. El PSOE es el partido enemigo de los recortes del gasto público, pero ha convertido en un referente a José Luis Rodríguez Zapatero, que fue quien, en 2010, llevó a cabo los que en ese momento fueron los más drásticos de la historia de la democracia española.

Un peculiar partido atrapalotodo

Las organizaciones humanas tienden a ser caóticas, incluso cuando todo el poder se concentra en una persona, como es el caso del PSOE. Sería excesivo, pues, pensar que todo esto es fruto de una estrategia consciente. Algunas de esas cosas se deben, sin duda, a la improvisación o el azar. Pero, aunque así sea, son una muestra de que Sánchez ha sabido poner al día un concepto que ya había caído en desuso: el del partido catch-all o atrapalotodo.

Estos son los partidos que, aunque tengan una orientación determinada, como la socialdemocracia o la democracia cristiana, intentan mantener una cierta apertura y ambigüedad para atraer a gente de ideologías diversas y aumentar, en consecuencia, sus posibilidades de triunfo electoral. Así eran los grandes partidos tradicionales, como el mismo PSOE o el PP, dentro de los cuales convivían personas que tenían poco que ver, más allá de la sensación de que no tenían ningún otro sitio al que ir. Hoy, con la fragmentación de los electorados y la aparición de nuevos partidos, esa tarea es más difícil. Pero Sánchez la ha reinventado.

No es solo que en el PSOE haya desde tecnócratas liberales hasta nostálgicos de las revoluciones latinoamericanas, pasando por decenas de simples burócratas genéricamente progresistas, sino que Sánchez ha convertido al partido en un organismo con dos personalidades antitéticas: la rebelde y la sistémica. Más allá de lo irritante que en ocasiones resulte el bombardeo de mensajes contradictorios, de correcciones, desmentidos e incoherencias, hay que reconocer que se trata de una genialidad. Es una concepción de las organizaciones políticas gobernantes extraordinariamente efectiva en tiempos de polarización, competición intra-bloque y cambios globales que favorecen visiones más estatalistas de la economía.

¿Más sistémico que rebelde?

Algunos cargos intermedios del PSOE niegan esta percepción. El partido sigue siendo una formación de Estado, dicen, una maquinaria sistémica impulsada por élites tradicionales poco proclives al extremismo. Lo que pasa, afirman, es que gobernar en minoría obliga a estos ejercicios ligeramente demagógicos, y la existencia de Vox invita a esa estrategia para, como ayer dijo el presidente Sánchez en A Coruña, cortejar al centroderecha que repudia el extremismo conservador.

También sucede que algunos políticos no pueden evitar intentar ser graciosos o chocantes. Hay algo de eso. Pero es probable que el PSOE, como sucede tantas veces en las organizaciones humanas, se haya acabado creyendo su propia propaganda y quiera ahora disfrutar de lo mejor de los dos mundos: sentir que se enfrenta al establishment tradicional y las convenciones del poder español y, al mismo tiempo, controlar férreamente ese poder mientras sus líderes ponen cara de estadistas.

La semana pasada, la vicepresidenta Teresa Ribera, que ahora forma parte de la ejecutiva federal del PSOE, aseguró que la insistencia del magistrado Manuel García-Castellón en imputar a Carles Puigdemont por terrorismo tiene motivaciones políticas. Tres horas después, fuentes de la Moncloa aseguraron a los periodistas que el Ejecutivo siempre defenderá el trabajo de jueces y magistrados "sin injerencias" y respetará las sentencias judiciales, aunque no le gusten.

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