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Tareas políticas pendientes para la izquierda

El gran enemigo que tiene la izquierda y los progresistas ahora mismo no es en sí mismo la ultraderecha, el posfascismo y todo lo que avanza con él. La izquierda tiene que ir a la raíz de los problemas

Foto: El presidente de España, Pedro Sánchez y la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, en la firma de la coalición. (Reuters/Susana Vera)
El presidente de España, Pedro Sánchez y la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, en la firma de la coalición. (Reuters/Susana Vera)

Después de las elecciones europeas del 9J vuelve a resonar con fuerza esa frase de "es que la izquierda es cainita por naturaleza". Esa frase que tiene lo mismo de eslogan, que de autoprofecía, que de autojustificación de irresponsables. Sinceramente, estas semanas estoy echando mucho de menos el ambiente de militancia que tuve en los Estados Unidos, pasando por un sindicato anarcosindicalista marginal, los Industrial Workers of the World, y por la mayor organización socialista del país, Democratic Socialists of America (DSA).

La echo de menos, no por una nostalgia de un momento en el que fue mejor y dulce, se echa de menos por pura convicción y cultura política. El DSA tiene en su seno unas 15 corrientes diferentes que se reparten el poder de la organización cada dos años y luego lo único que reina es la lealtad absoluta. Este no es un canto a la cacareada unidad "por la unidad", no es tautología, en la izquierda estadounidense, para sorpresa de algunos, el tema de la unidad es un debate superado. Cada fuerza de izquierdas es diversa y debe existir por sí misma, con plena autonomía, sin exigencias de unidad.

¿Por qué desde el pueblo no se le exige unidad? Porque saben que están a la altura. Porque en los momentos importantes todas cooperan, cuando hay protestas por Palestina todas las organizaciones se "disuelven" en coordinadoras propalestinas y se ponen a la orden del común, cuando hay ataques a la comunidad LGTBI+ todas unen los brazos y cuando hay que hacer una central de formación sindicalista, socialistas y anarcosindicalistas la forman, porque la cultura política es la de la colaboración y cooperación.

Con este preámbulo, solo se quiere marcar que "la izquierda" no es cainita, es cuestión de culturas políticas y altura de miras. Después de estas elecciones europeas, la izquierda vuelve a mirarse a los ombligos y a hacer una autocrítica que algunos, con dimisiones mediante, se toman más en serio que otros. Pero corremos el peligro de quedarnos en ese marco, en el de mirarnos y no mirar ni a lo que tenemos enfrente, ni a lo que tenemos al lado, ni a lo que supuestamente queremos representar y articular. Por ello, hay que hablar de política, de las tareas pendientes inmediatas y el horizonte que todos compartimos, y que es el pilar para construir camino juntos hasta que cada uno aguante lo que quiera y pueda.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece ante el Parlamento Europeo. (Europa Press/Álex Flores)

El 23-J es una fecha que en la izquierda va a estar marcada a fuego porque define límites, pero más importante, define potencialidades. Primero, se evitó un gobierno del PP con Vox, ese es un límite que no se debe mencionar mucho más, ya se paró en ese 23 de julio y a la gente le molesta el día de la marmota. La potencialidad, España revalidó un gobierno de coalición progresista y Sumar se colocó como la fuerza en la izquierda europea que, dirigiendo parte del Estado, puede marcar el camino a seguir para las fuerzas progresistas y de izquierdas en el resto del continente.

Pero esa potencialidad, para desplegarla, exige deberes y un análisis de coyuntura claros. Exige, al fin y al cabo, un proyecto de país con el que ganarlo, articulando una mayoría popular y en el que otras fuerzas se puedan sentir reflejadas y colaboren. La Internacional Reaccionaria está construida en gran parte desde Madrid, se puede construir otra internacional de la esperanza desde los pueblos de España y su izquierda representada en Sumar.

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero, en la manifestación del 1 de mayo de 2023. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

El gran enemigo que tiene la izquierda y los progresistas ahora mismo no es en sí mismo la ultraderecha, el posfascismo y todo lo que avanza con él: negacionismo climático, más explotación laboral, más transferencia a las elites y un pueblo que se empobrece, o el antifeminismo misógino. La izquierda —otro eslogan carcomido, pero útil— tiene que ir a la raíz de los problemas. La ultraderecha existe gracias al austericidio neoliberal del 2008 que ahora la Unión Europea quiere recuperar y a las falsas salidas planteadas por la socialdemocracia que se torna socioliberal siguiendo la lógica neoliberal.

"El neoliberalismo ha muerto", no se puede quedar en un eslogan. El neoliberalismo habrá muerto como época, pero su lógica sigue siendo muy funcional, desde el mismo momento en el que se dan subvenciones no condicionadas o no se regulan ciertos sectores. Por ponerlo de otra manera, que el Estado tenga más porción de papel en la economía gracias a las subvenciones no implica que el neoliberalismo haya muerto, de hecho, se está reforzando, puesto que la lógica, su corazón, está ahí: "el Estado da subvenciones porque lo privado sabe gestionar el dinero de manera más eficiente".

Ante esto, primero, ¿cómo enterramos el neoliberalismo? Y segundo, ¿cómo creamos un proyecto popular y de clase que articule una mayoría social hacia un horizonte deseable desplegando toda la potencialidad que nos otorgó el 23-J? Al neoliberalismo no se le entierra ni con un programa socialdemócrata y mucho menos queriendo volver a la socialdemocracia de los años 50 y 60. Primero, es históricamente imposible y segundo, es, desde la Crítica de la Economía Política, lo menos deseable. Esa socialdemocracia basaba su bienestar en la explotación y extracción de riquezas del sur global —llamémoslo lo que es, imperialismo— y en el expolio del planeta, lo que ahora mismo ni nos podemos permitir ni queremos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en el Foro de Davos. (Reuters/Denis Balibouse)

En un artículo es imposible abordar toda la dimensión de la segunda pregunta, pero se puede marcar el camino con una serie de hitos para recorrerlo. Por tanto, si no se puede salir de esa lógica neoliberal volviendo a tiempos pasados que no fueron ni mejores ni idílicos, la estrategia para salir de ella es la del desborde. La estrategia del desborde pasa por tener un Estado que intervenga en la economía siendo partícipe de las empresas que subvenciona, para dirigirlas a dónde la sociedad quiere ir mientras realiza una planificación ecológica para evitar el colapso climático. Que ahogue, vía regulación, las vías por las que el capital intenta rentabilizarse y son más dañinas como la precariedad laboral y el rentismo.

Pero, lo más importante, aparte de un Estado que intervenga, el papel del Estado en esta estrategia de desborde debe pasar por desmercantilizar los derechos básicos como la educación, sanidad y vivienda, garantizando nuevos derechos como el de la energía sostenible, banca pública y transporte gratuito. El desborde pasa por tener más tiempo de ocio recortando la jornada laboral para repartir la plusvalía, pasa por las prestaciones universales como la prestación universal por crianza o una renta básica, incluso una herencia pública.

Pasa porque la sanidad pública se encargue de proporcionar más servicios, gafas y lentillas es un comienzo, el horizonte es que todos los cuidados integrales del ser humano estén desmercantilizados gracias a lo público. Democratizar la economía, democratizar las instituciones y democratizar el tiempo, todo desde la lógica de la desmercantilización, de que lo común gane espacio en lo privado y su mercantilización del todo.

Foto: Un tren de Talgo. (EFE/Divyakant Solanki) Opinión
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Ahora mismo, desde las instituciones se puede poner en marcha parte de este programa, pero, más importante, hay un Grupo Parlamentario que puede dar una suerte de batalla cultural de qué se aprobaría si Sumar fuese el socio mayoritario en el Gobierno, desplazando el marco del socioliberalismo-socialdemocracia a uno de un horizonte más deseable, aquí cada uno puede insertar la palabra que más le guste. Porque a lo que la izquierda tiene que aspirar es a articular, bajo estas demandas y mejorando la vida de a quien representa, una mayoría social que sostenga y empuje por este horizonte y lo ensanche.

La clave de bóveda de toda esta construcción tiene que ser la de tener un proyecto de país que se ocupe de lo que realmente interesa y quiere la gente, que desborde también la institucionalidad. Un proyecto de país que dibuje qué país queremos ser, uno donde prime lo común frente a la barbarie, que prime el feminismo frente al odio misógino, que prime el planeta y los seres humanos frente al beneficio por el beneficio. Lo de todos, todas y todes frente al capitalismo, que es y siempre ha sido un sálvese quien pueda. Bajo este proyecto de país se construye todo lo demás, incluyendo lo organizativo y, si hay suerte, se puede cambiar la cultura política de las izquierdas y los progresistas de este país para que sea más parecida a la estadounidense.

Cada metro que se avance en la conquista de nuevos derechos, de dar garantía de cumplimiento a los mismos y desmercantilización de ellos es un paso más en un horizonte emancipador. Un horizonte del buen vivir, que es y sea apetecible para todas. Más hablar a la gente, más desbordar el actual estado de las cosas, más hablar del horizonte que queremos y menos hablar de las parcelas organizativas. Sí, no hay ideas sin organización, pero es que quizás la organización no pasa por exclusivamente la forma de partido. Debemos actualizarnos.

*Jaime Caro es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid, con mención internacional por la Universidad de Columbia, con una tesis sobre el movimiento socialista estadounidense. Actualmente, forma parte del Equipo de Discurso de Sumar.

Después de las elecciones europeas del 9J vuelve a resonar con fuerza esa frase de "es que la izquierda es cainita por naturaleza". Esa frase que tiene lo mismo de eslogan, que de autoprofecía, que de autojustificación de irresponsables. Sinceramente, estas semanas estoy echando mucho de menos el ambiente de militancia que tuve en los Estados Unidos, pasando por un sindicato anarcosindicalista marginal, los Industrial Workers of the World, y por la mayor organización socialista del país, Democratic Socialists of America (DSA).

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