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La enésima reencarnación de Pablo Iglesias
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La enésima reencarnación de Pablo Iglesias

Ha emprendido un viaje al pasado que le conduce a abrazar todos los tópicos de aquella izquierda que no conoció ni comprende, pero que le viene al pelo para revestir su emprendimiento actual

Foto: 'Il Quarto Stato' (El cuarto estado), Giuseppe Pellizza da Volpedo.
'Il Quarto Stato' (El cuarto estado), Giuseppe Pellizza da Volpedo.

Cuando canta el gallo negro, es que ya se acaba el día.

Si cantara un gallo rojo, otro gallo cantaría.

Chicho Sánchez Ferlosio, 1962


En el discurso de Pablo Iglesias de los últimos días, resuenan este y todos los himnos y reaparecen los símbolos de la vieja izquierda del siglo pasado. Aquel que se presentó como icono de la nueva política, para su penúltimo regate táctico ha buscado en el baúl de los recuerdos y emerge con los ropajes que creíamos guardados para siempre en el desván de la historia.

Se supone que la reencarnación consiste en adquirir una nueva vida después de la muerte. Pero Iglesias, como un David Copperfield de la política, parece haber descubierto la reencarnación ideológica en vida. Y la practica con mareante asiduidad.

En esta enésima transmutación, el líder de Podemos ha emprendido un viaje al pasado que le conduce a abrazar todos los tópicos de aquella izquierda que él no conoció ni probablemente comprende, pero que le viene al pelo para revestir su emprendimiento actual: aprovechar la previsible abstención del PSOE para arrinconarlo en la derecha y derrotar a su enemigo interno en la batalla por el poder podemita.

Iglesias, como un David Copperfield de la política, parece haber descubierto la reencarnación ideológica en vida. Y la practica con mareante asiduidad

Al principio conocimos al Iglesias que, en la fase más dramática de la crisis, saltó a la fama replicando las maneras del 'Aló, pPresidente' de Hugo Chávez en los programas de telebasura de las mañanas: aquellos que veían millones de jóvenes en paro, mujeres que tuvieron que volver a ser amas de casa por haber perdido su empleo y jubilados obligados a sostener con su pensión a toda la familia. Una operación de comunicación de la que él mismo presumía en 'New Left Review'.

Luego vimos al émulo de Cohn Bendit: un líder asambleario de la subversión contra el sistema y de los nuevos ideales. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, decían los grafitis de París en mayo del 68. La traducción pabloiglesiana fue la famosa consigna de “el cielo no se toma por consenso, sino por asalto” (siendo el cielo el poder político). Fueron los tiempos en los que todo se reducía a la lucha del pueblo contra la casta.

Cuando se aproximaron las elecciones, se lanzó a predicar el fin de las ideologías tradicionales. Se hartó de proclamar que la izquierda y la derecha eran ya términos obsoletos, referencias del pasado inútiles para explicar el presente. La política se volvió transversal: “El escenario izquierda-derecha no es favorable para nosotros, el escenario que nos funciona bien es el arriba-abajo”, explicaba por entonces. Y no se privaba de soltar latigazos como este:

“Dicen, yo… imagínate con Garzón, ir juntos. Pero esto no sirve para ganar las elecciones (…) Son unos cenizos. No quiero que unos cenizos que en 25 años han sido incapaces de hacer nada, no quiero que dirigentes de IU se acerquen a nosotros (…), que se queden con su bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar”.

Llegaron las segundas elecciones, destinadas a alcanzar el 'sorpasso'. Nueva vestimenta: apostató de lo anterior y se declaró ferviente socialdemócrata

Así es la vida. Un año más tarde, Iglesias pudo haber terminado su mitin del pasado domingo entonando aquella vieja canción de los comunistas italianos: “Avanti popolo, a la riscossa, bandiera rossa, bandiera rossa”…

También hemos conocido al Iglesias que, en plena borrachera de poder, reclamaba para sí el control de todas las cañerías del Estado. Al que diseñó la Confederación de las Izquierdas Ibéricas aliándose con todos los nacionalismos radicales perdidos por la piel de toro (lo que no le impidió acudir a las segundas elecciones proclamando su patriotismo); al que tras cerrar de un portazo el camino de Sánchez a La Moncloa, luego se pasó meses tendiéndole la mano cuando ya era tarde para todo.

Llegaron las segundas elecciones, destinadas a alcanzar la tierra prometida del 'sorpasso'. Nueva vestimenta para la ocasión: Iglesias apostató de todo lo anterior y se declaró ferviente socialdemócrata. La nueva socialdemocracia, lo llamaba. Preguntado en qué consistía eso, respondía, raudo: reforma fiscal progresiva, protección de los derechos sociales, defender los servicios públicos y una política económica expansiva. Cuatro descubrimientos inéditos en el pensamiento socialdemócrata.

Frustrado el 'sorpasso', tocaba culpar a alguien del fracaso. ¿A quién? Al inventor de la estrategia de la transversalidad, al que aconsejó permitir la investidura de Sánchez y advirtió de que la alianza con IU no resultaría, al que defiende que el Parlamento es un espacio útil para la acción política, al dirigente de Podemos que más se aproxima a la imagen de un futuro líder socialdemócrata. A su entrañable amigo y aún más entrañable enemigo, Íñigo Errejón. Un enemigo con el que no sabe bien qué hacer porque, como señala Pablo Pombo, es más peligroso fuera que dentro.

Iglesias dispone de una chaqueta ideológica para cada táctica. Y su fondo de armario parece ser inagotable

En plena regresión política, el Iglesias de hoy ha metido a 71 diputados en el Congreso para proclamar a continuación: “No tenemos nada que hacer en el Congreso, hay que volver a la calle”. A los parapetos, a las barricadas, otra joya del cancionero de la antigua rojería.

Previendo un Gobierno de la derecha con la abstención del PSOE, toma posiciones para agitar la calle y recrear el escenario de 2010. Pero no, Pablo. La terrible España de 2010 no volverá, afortunadamente para los españoles.

Hay políticos capaces de girar tácticamente sobre una baldosa, pero que mantienen siempre estables sus coordenadas ideológicas. Iglesias es el caso opuesto: dispone de una chaqueta ideológica para cada táctica. Y aparentemente, su fondo de armario es inagotable (aunque un amigo mío dice que más pronto que tarde tendrá que empezar a repetir vestuario).

Es curioso: mientras algunos socialistas descubren ahora que Sánchez ha podemizado al PSOE, resulta que Iglesias está anguitizando a Podemos. El caso es que, pese a ser personajes muy distintos, hay algunos parecidos razonables entre Sánchez e Iglesias:

Ambos tienden a ideologizar la táctica. Ambos supeditan el interés del país a las batallas partidarias internas. Ambos instrumentalizan a las bases arrojándolas contra los dirigentes discrepantes. Ambos exigen que sus partidos tengan “una sola voz”. Y lo peor de todo: ambos están dispuestos a perder en la sociedad si ello les sirve para ganar en la militancia.

La izquierda está más desorientada que nunca. Los de Podemos están comprensiblemente mareados, incapaces de seguir el carrusel ideológico de Iglesias

El resultado de tanta ideología líquida, que diría Bauman, es que la pobre izquierda española está más desorientada que nunca. Los socialistas no saben dónde están: el único alimento ideológico que han recibido de su liderazgo es un “no es no” que ahora tienen que abandonar apresuradamente para no suicidarse en unas terceras elecciones. Y los de Podemos están comprensiblemente mareados, incapaces de seguir el frenético carrusel ideológico de su caudillo.

Arriba, parias de la tierra; en pie, famélica legión. En esas estamos a estas alturas. Lo llaman nueva política.

Cuando canta el gallo negro, es que ya se acaba el día.