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El día en que el Parlament dejó de ser un parlamento
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El día en que el Parlament dejó de ser un parlamento

Ayer, el derecho fue pisoteado. No solo el derecho español y la Constitución, sino la idea misma del derecho en una democracia

Foto: (Ilustración: Raúl Arias)
(Ilustración: Raúl Arias)

El estrambote simbólico del carácter totalitario del acto de ayer se produjo en los últimos minutos. A partir del momento en que los diputados de la oposición abandonaron la sala, la televisión oficial ya solo ofreció un plano fijo de Forcadell con los miembros de su Mesa y la primera fila de aplaudidores. Escuchamos a los amotinados cantar el himno, pero el mundo se quedó sin ver en directo la imagen del hemiciclo semivacío. Así se inauguró en Cataluña el tiempo de la censura, para estar a tono con el resto de la jornada y como anticipo de esa paradisíaca república que prometen.

Ayer, el derecho fue pisoteado. No solo el derecho español y la Constitución, sino la idea misma del derecho en una democracia. El Estatuto de Cataluña quedó derogado de un manotazo, el reglamento de la Cámara burlado, los órganos de control legal orillados, los derechos de los diputados humillados.

El Estatut quedó derogado, el reglamento de la Cámara burlado, los órganos de control legal orillados, los derechos de los diputados humillados

El acto sucedió en la sede de un parlamento, pero no respetó ninguno de los principios del parlamentarismo en las democracias representativas. Fue más bien una asonada (“un acto bucanero”, lo llamó Joan Coscubiela), encabezada por quien se despojó obscenamente del ropaje institucional para mostrarse en todo su infinito sectarismo. Que nunca más espere Forcadell el respeto que merece la presidenta de un parlamento: su actuación de ayer recordó en muchos momentos a la de Diosdado Cabello dirigiendo la asamblea títere de Maduro.

La ley de referéndum no se debatió ni realmente se aprobó, se ultimó de un bajonazo infame después de tenerla embozada durante semanas. Si alguien espera que de semejante obscena chapucería salga algo que el mundo pueda reconocer, es que ha perdido por completo el contacto con la realidad.

Independencia o democracia: el momento de la opción tenía que llegar. No porque la causa independentista sea en sí antidemocrática, sino porque la forma de conducir este 'procés' lo ha sido desde el principio. En vano han intentado sus promotores revestirlo de una apariencia de juridicidad, aparentando, para tranquilizar a inquietas conciencias burguesas, una suerte de transición suave “de la ley a la ley”. Si en algún momento algún bienintencionado nacionalista soñó con eso, el sueño se arruinó cuando de forma suicida se aceptó someterse al 'diktat' de una organización como la CUP.

La ley de referéndum no se debatió ni realmente se aprobó, se ultimó de un bajonazo infame después de tenerla embozada durante semanas

Aquí no se trata de sustituir un orden jurídico por otro, sino de abandonar el imperio de la ley para entrar en el del poder de los hechos consumados. Eso es lo que identifica a un proceso revolucionario, aunque no sea —de momento— violento. Un plan que se ajusta como un guante a la estrategia de quienes están mucho más interesados en la revolución que en la independencia.

En el bloque independentista coexisten tres planes:

El plan de Puigdemont es pasar al victimario del nacionalismo catalán. Político mediocre donde los haya, sabe que sus días como 'president' están contados. La única forma de que la historia lo recuerde como héroe es en el papel de mártir. Por eso parece estar deseando que lo enchironen, incluso lo ha sugerido en alguna declaración. Su propia imagen entrando en un juzgado y después en una celda, escoltado por decenas de miles de personas, excita su imaginación. Si además con su 'sacrificio' ayuda a rescatar a su partido de la muerte anunciada, tanto mejor.

Foto: Carles Puigdemont anuncia fecha y pregunta del referéndum. (Reuters)

El plan de Junqueras es el poder, con independencia o sin ella. Todo lo de ayer fue una sucesión de regates y trucos para que algunos como él, sin dejar de encabezar el 'procés', eludan sus consecuencias punitivas. En especial, la inhabilitación. Era decisivo votar la ley y sacar el decreto de convocatoria media hora después, porque ello le permitirá argumentar que en ese momento el Tribunal Constitucional aún no había suspendido la ley, y que no existe la inhabilitación retroactiva. Un burladero de papel, pero burladero al fin y al cabo, y la condición que sin duda puso el taimado líder de ERC para, por fin, estampar su esquiva firma en un papel.

Foto: Imagen: Pablo López Learte Opinión
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El plan de la CUP, ya está dicho, es la revolución. No le interesan un referéndum legal ni una independencia pactada —en el caso de que eso fuera posible—, sino la ruptura con el orden establecido. Ellos mismos se burlan en público de sus circunstanciales socios llamándolos 'procesistas'.

El elemento necesario para los tres planes es la radicalización del proceso. Romper la baraja, provocar una reacción del Gobierno lo más traumática posible. Todos ellos saben que el 1 de octubre no habrá un referéndum cuyos resultados puedan ser contados —aunque sí urnas y papeletas en muchos lugares—, pero juegan a hacer de la derrota una victoria: que la prohibición sea el combustible victimista que les permita prolongar el conflicto durante años, además de internacionalizarlo.

Foto: El presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, firma el decreto de convocatoria del referéndum. (Reuters)

La sesión de ayer, aparentemente destinada a aprobar una ley, en realidad era el momento elegido para romper con la ley ya sin disimulos. Justo una semana antes de la Diada, para abrir paso a 20 días seguidos de las masas en la calle, un Maidan a la catalana. La misma televisión del régimen que censuró las imágenes finales del hemiciclo se pasó todo el día deslizando la idea de que el 'procés' solo saldrá adelante mediante la movilización ciudadana, en línea con las últimas declaraciones de los capos del independentismo.

Me llamó la atención que la denuncia más consistente de los abusos de Forcadell la hiciera Coscubiela, portavoz de Catalunya Sí Que Es Pot. Un hombre que no procede de Podemos ni del partido de Colau, sino de Iniciativa, y que en su día dirigió Comisiones Obreras en Cataluña. La dureza de su discurso casó mal con la calculada —y calculadora— abstención de su grupo, que sigue especulando con un futuro bipartito de izquierdas con ERC.

Foto: Una pancarta antiindependentista a las puertas del Parlamento de Cataluña. (Reuters) Opinión
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A todo esto, ¿recuerdan que hace solo tres semanas el terrorismo tiñó de sangre las calles de Barcelona y estuvo a punto de provocar una matanza gigantesca? Ayer no lo recordó nadie. Ahora se comprende la prisa que tenían.

En todo caso, quienes creemos mucho en la democracia y poco en las naciones recordaremos con tristeza el día en que el Parlament de Cataluña dejó de ser un parlamento.

El estrambote simbólico del carácter totalitario del acto de ayer se produjo en los últimos minutos. A partir del momento en que los diputados de la oposición abandonaron la sala, la televisión oficial ya solo ofreció un plano fijo de Forcadell con los miembros de su Mesa y la primera fila de aplaudidores. Escuchamos a los amotinados cantar el himno, pero el mundo se quedó sin ver en directo la imagen del hemiciclo semivacío. Así se inauguró en Cataluña el tiempo de la censura, para estar a tono con el resto de la jornada y como anticipo de esa paradisíaca república que prometen.

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