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El delirio continúa, o contra el 155 se vive mejor
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El delirio continúa, o contra el 155 se vive mejor

Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, por eso no cesan de inventar sucesivas soluciones, cada una más impract¡cable y retorcida que la anterior

Foto: Manifestación independentista contra el 155. (EFE)
Manifestación independentista contra el 155. (EFE)

Tras perder el 'procés' y ganar las elecciones, los independentistas tienen que atender a un puñado de objetivos que no hay forma de casar. Cómo recuperar el Govern y librarse del 155 (la prioridad de ERC y de los restos de CDC). Cómo dar satisfacción a Puigdemont (prioridad de Puigdemont y sus 'tifossi'). Cómo mantener viva la llama de la insurrección (prioridad de la CUP). Cómo zafarse del ojo vigilante del Tribunal Constitucional y del juez Llarena (prioridad de los encausados). Y cómo hacer todo lo anterior sin que el bloque independentista se parta en pedazos.

Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, por eso no cesan de inventar sucesivas soluciones, cada una más impracticable y retorcida que la anterior. El plan A fue elegir a Puigdemont por poderes, dejarlo de reina madre en Bruselas y que un 'conseller en cap' de toda confianza se ocupara de gestionar los asuntos terrenales. El Constitucional lo pinchó. El plan B es lo de Jordi Sànchez: tener a un 'president' de la Generalitat encerrado en una prisión española, el sueño de todo nacionalista irredento. Y el plan C sería Turull, una mala solución porque estaría maniatado no solo por la Constitucion y el Estatuto, sino por la amenaza de regresar al trullo al primer movimiento en falso.

Parecía que el mayor problema era Llarena. Pero hete aquí que apareció un problema previo: los de la CUP no tragan si no hay república. Y sin ellos no hay mayoría parlamentaria para investir a nadie, porque no es cosa de pedir al legítimo presidente que suelte su escaño para que elijan a otro en su lugar.

Foto: La coordinadora general del PDeCAT, Marta Pascal. (EFE)

A grandes males, grandes remedios: si el problema ahora es la CUP, se copia el programa de la CUP y se les presenta como base para un acuerdo. Así ha nacido el penúltimo engendro de la factoría independentista: Junts per Catalunya y ERC ofrecen a la CUP… el programa de la CUP con lenguaje de la CUP. Un documento delirante de 45 páginas cuya fatigosa lectura solo produce un pensamiento: el que ha escrito esto es un lunático o un golfo consumado. O muy probablemente, las dos cosas.

Lo que propone el papel es, en esencia, dedicar la legislatura a incubar un proceso constituyente que dé paso a la república. Es decir, regresar al 27 de octubre (una fecha que, sin embargo, no se menciona en ningún momento, como si aquel día nada hubiera sucedido).

¿Cómo hacerlo? Caminando sobre tres patas: la primera sería el llamado Espacio Libre en el exilio, un escenario fantasmagórico sito en Waterloo en el que se montaría el circo completo: un Parlamento de cartón piedra (Asamblea de Representantes por la República), un Govern sin nada sobre lo que gobernar (Consejo por la República) y un 'president' de pega (Él). Como los payasos y trapecistas de ese circo estarían lejos de las garras del Estado opresor, allí se representaría impunemente toda la farsa ritual del proceso constituyente y la proclamación republicana que exige la CUP.

Lo que propone el papel es, en esencia, dedicar la legislatura a incubar un proceso constituyente que dé paso a la república

La segunda pata es la de las instituciones de verdad, las de la Generalitat del Estatuto. Para ellas se presenta un farragoso programa de gobierno que solo tiene dos pequeños inconvenientes: que está totalmente alejado de la realidad y que ignora por completo el marco constitucional y estatutario. Nada grave, puesto que no se trata de llevarlo a la práctica, solo de dar una coartada a la CUP para volver al redil.

Lo malo es que el programa de marras se contamina inevitablemente con lo de Waterloo: y compromete al Parlament y al futuro Govern con la tarea de “impulsar un plan de gobierno de obediencia republicana”, desde “una visión disruptiva del régimen autonómico” (sic). Lo que es más que suficiente para mantener el 155 y pone sobre la mesa del juez una prueba de convicción de la voluntad de reiteración delictiva de todos los que lo suscriban. Ya se sabe lo que eso significa.

La jerga del papelucho es indescifrable y las medidas que propone parecen en su mayoría producto del consumo de algún alucinógeno. Si tienen curiosidad, entren en la web de la CUP y allí encontrarán muchas de ellas: desde la nacionalización de la banca hasta la incautación de las infraestructuras (ferrocarriles, estaciones de tren, aeropuertos, carreteras), pasando por la incauta pretensión de convertir a Cataluña en “un país ciberseguro” (¿van a prohibir internet?).

También algunos deslices imperialistas, como el compromiso de culminar el corredor mediterráneo sin contar para nada con el Gobierno de España ni con las otras comunidades afectadas, o la sospechosa creación de un Observatorio de la Violencia Machista en los Países Catalanes. Se incluyen cambios unilaterales en todos los impuestos, un código penal propio, la gestión autónoma del espacio radioeléctrico, una política exterior en la que no existe el Estado español, una política lingüística que dedica largos párrafos al aranés pero no menciona jamás al idioma castellano ni recuerda la palabra cooficialidad, un salario mínimo catalán (1.100 euros, por prometer que no quede) y una renta mínima garantizada para los buenos catalanes. Es un misterio de dónde sale el dinero para todo eso, porque, como en el papel no aparecen ni el Estado ni el Gobierno español, tampoco se menciona la financiación autonómica. Se crea una policía catalana resultante de fusionar a los Mossos con las policías municipales. Y se prohíben “los actos de exaltación militar y los desfiles militares” en territorio catalán (me pregunto si eso incluye las marchas de la muchachada de los CDR por las calles de Barcelona).

Foto: Un pin de Oriol Junqueras junto a un lazo amarillo que pide su libertad. (Reuters)

El error decisivo ha sido presentar el papel como un pacto de legislatura. Ahí se han tendido su propia trampa. Porque los de la CUP, que están locos pero han demostrado no ser idiotas, lo tienen muy sencillo: puesto que es un pacto de legislatura, dirán, el candidato a la investidura tendrá que leerlo en el Parlament como su programa de gobierno. La mayoría parlamentaria que vote al candidato quedará comprometida con ese programa y el Gobierno que surja de ella estará obligado a cumplirlo. O eso, o no hay trato. Y vuelta a empezar.

Se me olvidaba: la tercera pata es el honrado pueblo independentista, del que al principio se habla como un actor central, pero al final lo despachan con un par de párrafos apresurados que se resumen en la idea de que “la gente es muy importante”.

Así que una de estas dos cosas: o este papel es un timo (uno más) o es una bomba para los que lo han escrito. Empiezo a pensar que algunos capitostes del separatismo han decidido que gobernar en estas circunstancias es un quilombo y que contra el 155 se vive mejor.

Tras perder el 'procés' y ganar las elecciones, los independentistas tienen que atender a un puñado de objetivos que no hay forma de casar. Cómo recuperar el Govern y librarse del 155 (la prioridad de ERC y de los restos de CDC). Cómo dar satisfacción a Puigdemont (prioridad de Puigdemont y sus 'tifossi'). Cómo mantener viva la llama de la insurrección (prioridad de la CUP). Cómo zafarse del ojo vigilante del Tribunal Constitucional y del juez Llarena (prioridad de los encausados). Y cómo hacer todo lo anterior sin que el bloque independentista se parta en pedazos.